Es
innegable que las declaraciones de Burgos, entrañan un duro golpe. No tanto
para el gobierno, que hace bastante tiempo había contabilizado la pérdida de
afecto del exministro, o para los comunistas, que lo toleraron siempre como
adversario declarado, sino para Carolina Goic. Para la propia presidenta de la
Democracia Cristiana, que asumió en reemplazo del senador Pizarro hace cuatro
meses y cuyo mandato se prolonga hasta diciembre próximo.
La
embestida de Burgos es fuerte. Lo es al menos por dos razones.
Primera, porque
condensa toda la potencia ofensiva de los grupos internos y externos del
partido con capacidad para movilizar ingentes recursos de poder económico —como
los que representan El Mercurio y Copesa—, y que han entorpecido con éxito, si
bien relativo, las reformas impulsadas por el Gobierno. Sectores que perdieron
el ascendiente moral y cultural que detentaron antaño, y que hoy si acaso
consiguen pañuelear el último adiós de un siglo xx que el país va
dejando en el andén.
Segunda,
porque el embate de Burgos es un ataque directo a la autoridad, la legitimidad
y el cargo, la estabilidad y la representación, que detenta la senadora Goic.
Es una vulneración de la investidura delegada por un partido que se rige por
estatutos, que cuenta con una estructura y que dispone de una orgánica donde,
teóricamente, los militantes fijan sus orientaciones y deciden sus estrategias.
¡Burgos es más grande que el partido…! No otra parece ser la advertencia que
nos hacen los acontecimientos. Incluso Andrés Zaldívar, que justifica a Burgos,
años después vino recién a hablar de su salida del gabinete, quizá por dignidad
y por respeto hacia el partido, gesto que también tuvo Belisario Velasco.
Detrás de
todo esto no ha de verse un factótum; alguien que lo concentra y lo maneja
todo. Ni una amenaza fantasma en apariencia imbatible. Nadie en la Democracia
Cristiana acumula semejante poder, y las experiencias recientes —como los
triunfos de Provoste y Goic— así lo confirman. La militancia hoy se informa,
se comunica y decide con mayor autonomía que la imaginada. Y por eso, siempre
el desafío es diseñar propuestas, conquistar voluntades y encauzar la acción
colectiva. Contrarrestando la manipulación corrosiva de la prensa dominante.
El
problema lo tendrán la DC, el Gobierno y la Nueva Mayoría, si Carolina Goic
pierde el control del timón. El problema lo tendrá, sobre todo, la
centroizquierda, si la conducción política que actualmente ejerce la senadora
es sobrepasada y arrastrada hacia un estado de crisis e ingobernabilidad. Sería
ésta la circunstancia propicia para que la ruptura de la Democracia Cristiana
con la Nueva Mayoría cobre fuerza y viabilidad política.
Quienes
están por la proyección y fortalecimiento de la coalición de centroizquierda, y
la base nacional y popular del partido lo está, debieran ser los más
interesados en vigorizar el instrumento partidario.
Quienes
apoyan las reformas emprendidas y la realización de las transformaciones
pendientes, quienes piensan que la DC debe postular un candidato y que éste
debe dirimirse en primarias, quienes creen que el próximo programa de gobierno
debe ser fruto de un amplio y organizado ejercicio de participación; debieran
ser los más proclives a generar alianzas estratégicas con la senadora Goic,
cuyo liderazgo es garantía de estabilidad y de cohesión.
Porque
sólo un pacto como éste puede asegurar que el Gobierno concluya en marzo de
2018, y que alejadas las incertidumbres del aventurerismo político que se
asolea a diario en los balcones de la derecha, de esta obra surja un nuevo
horizonte de realización para la justicia y las libertades.