Rodolfo Fortunatti
No parece haber motivo para persistir en un único quicio cuando podrían —y acaso deberían— ser varios los ejes llamados a garantizar el movimiento y el equilibrio de la Nueva Mayoría.
Hace cinco años, el 9 de octubre
de 2008, se selló en Concepción un pacto político que habría de cobrar enorme
importancia para la proyección de la Concertación. Los senadores Soledad Alvear
y Camilo Escalona, a la sazón presidentes de los partidos Demócrata Cristiano y
Socialista, ratificaron entonces un compromiso de reciprocidad entre las dos
principales colectividades del conglomerado a fin de enfrentar unidas la
elección municipal de aquel año y llegar a diciembre de 2009 con un solo
candidato presidencial.
El acuerdo buscaba resolver la profunda crisis en que
se hallaba envuelta la coalición de gobierno, y cuya confirmación más elocuente
se plasmó en la derrota sufrida frente a la candidatura de Sebastián Piñera.
Aquella fue la primera declaración de intenciones para configurar un eje DC-PS
que, aunque nacía como un arreglo electoral, aspiraba a constituirse en una
promesa de largo aliento.
Pero Alvear y Escalona, los fiadores
del pacto, dejaron las respectivas presidencias de sus partidos, y ahora se
aprestan a abandonar los asientos que ocupan en el Senado, cuando sobre los
cimientos de la Concertación se levanta una alianza más amplia y diversa, la Nueva
Mayoría, y algunos personeros socialistas desahucian el antiguo pacto contra la
perseverante voluntad falangista de mantenerlo. Y es que la Democracia
Cristiana fue durante los auspiciosos años noventa el eje de la acción
gubernamental, y en la década pasada compartió esta responsabilidad con el
Partido Socialista, al punto que tres de sus figuras llegaron a convertirse en
jefes del gabinete de ministros.
Con el paso del tiempo han desaparecido
los riesgos que otrora acecharon a la Concertación. La Democracia Cristiana,
gracias a su afianzada estabilización electoral, hoy representa un tercio de la
Nueva Mayoría, de modo que ella sola constituye un poderoso factor de gobernabilidad
dentro de un sistema de partidos que cambia vertiginosamente. El PS ha salido
fortalecido de la última elección, y la izquierda comunista/ciudadana está mejor
posicionada en el Congreso. No parece haber motivo pues
para persistir en un único quicio cuando podrían —y acaso deberían— ser varios los
ejes llamados a garantizar el movimiento y el equilibrio.