A La Moneda retornan los halcones con igual altivez y arrogancia que en 2017, cuando sabiéndose triunfadores de la contienda electoral, intentaron la acusación constitucional contra el ministro del Interior de la época. Ahora están en el gobierno, pero no tienen la llave para salir del foso de la crisis y restablecer la gobernabilidad y la estabilidad perdidas. Por el contrario, polarizarán al país y profundizarán las brechas ideológicas que originaron el 18 de Octubre.
El cambio de gabinete de
esta semana no se explica por el fracaso del Gobierno en la votación del
proyecto de retiro del diez por ciento de los ahorros de las AFPs. Ésta solo fue
la oportunidad para la puesta en marcha de un diseño que se venía elaborando
desde principios de año y que responde al interés declarado de las facciones
neoliberales de recuperar el control de la agenda pública.
Parecen haberlo conseguido,
pero tal vez a un alto precio para el país, pues, según declaran sin ambages
los nuevos miembros del equipo político, su principal propósito es el «new deal», el nuevo trato para Chile
Vamos, la coalición de gobierno; y solo después para la gente, que en uno de
los peores trances históricos está padeciendo hambre, desempleo, pérdida de
ingresos y seguridad jurídica. Sí, certeza sobre sus garantías
constitucionales, pues cada día se conoce un exceso de agentes del Estado
contra civiles inermes.
El ajuste de gabinete procura
llenar el vacío de poder que desnudó el Estallido, el que se expande críticamente
durante los meses sucesivos, siendo la pandemia y la depresión social y
económica que sobrevinieron sus detonantes inmediatos. El vacío de poder, como
lo entendía ese gran maestro que fue José
Medina Echavarría, es un socavón de gobernabilidad política
producido por una oquedad del modelo de desarrollo y, por extensión, de la
estructura social que ha engendrado.
De ahí que los llamados a
colmar transitoriamente este vacío, son los sectores más radicales de la derecha.
Los defensores de la herencia autoritaria y neoliberal y, en consecuencia, los
más refractarios al cambio de la Constitución y del modelo de desarrollo
instalado desde 1980.
Sus figuras son
personalidades autoritarias en permanente transición democrática, lo cual
significa que nunca dejarán de evocar su pasado de designados y de agradecidos
colaboradores del régimen civil y militar. Lo fueron los civiles Andrés
Allamand y Víctor Pérez. La pregunta que huelga es ¿qué podrían ofrecerle al
Chile posestallido? Las remembranzas de una noche que, a medida que nos
adentramos en el siglo veintiuno, se pierde en el pasado más remoto. Viven un
universo paralelo que corre hacia atrás en el tiempo. Hoy se atreven a postular,
como si nada, la privatización de Codelco y de Televisión Nacional, pero
quisieran que el Estado asumiera la carga previsional de los más pobres,
mientras sugieren reducir su tamaño y recortar los impuestos que permitirían
financiarlos, como puede leerse en el sugestivo paper
de la bancada UDI.
No obstante, hay quienes con
sorprendente candidez, piden que primero se les vea actuar en sus cargos y que
después se les juzgue. Los que así piensan deberían ver cómo esos nuevos
ministros han actuado invariablemente en el pasado, porque, curtidos como
están, no vienen recién llegando al tablado. Descubrirían su genuina naturaleza,
a la que, como en la fábula del escorpión y la rana, no han renunciado ni lo
harán el resto de sus vidas.
¿Quiénes son los más
optimistas y exultantes con el cambio de gabinete? El Partido Republicano y
José Antonio Kast, cuyas raíces y fuentes financieras se afincan en Los Ángeles,
bastión secular de Patria y Libertad y del fascismo eterno. Allí no se ha
terminado de escribir la historia oculta de la barbarie. Carlos Larraín,
llevado al cine
premonitorio del Estallido, que celebra el ascenso de Allamand
porque «es la figura central de los que
han mantenido el curso inalterado; firme, claro y valiente». Allamand es el
autor de El Desalojo y quien imputa a sus pares pretender beneficios personales
al impulsar el proyecto de retiro del diez por ciento. Ambas cosas una bajeza
del lenguaje y de la voluntad. Desde luego, la UDI y su presidenta, Jacqueline
Van Rysselberghe, quien por toda respuesta a Desbordes exalta el actual gabinete
como el trofeo de guerra conquistado por la mayoría de la derecha que rechaza
el cambio constitucional. Todo esto es un mundo perdido o, como escribe
Machado, un pasado efímero, que «no es el
fruto maduro, ni podrido, / es una fruta vana».
El vuelo de las palomas
Lo ocurrido esta semana
desplaza a los conciliadores que abrieron el diálogo con la oposición y consensuaron
el itinerario de salida de una convulsión social que no paraba. Recordemos que Gonzalo
Blumel, el exministro del Interior que releva a Andrés Chadwick, asume tres
días después de la gran concentración pública en la plaza de La Dignidad. Es el
artífice, en representación del Ejecutivo, del acuerdo político del 15 de
noviembre que le asignó lugar y fecha al Plebiscito. Concordó una tregua en
medio de una agitación social palpitante y que recrudecerá en septiembre, lo
que para un hombre de 42 años constituye su mayor mérito en este fin de ciclo.
«No
se tienten los que creen que esto les puede permitir quedarse con el Ministerio
del Interior», exclamó Desbordes al calor de las
desafecciones y duras advertencias de la UDI al presidente Piñera, pero así
fue, y los intransigentes pasaron de la tentación a la consumación de los
hechos, quedándose con la cartera más importante del gobierno.
Desbordes decidió abandonar
la presidencia de Renovación Nacional y dejar su cargo de diputado, para asumir
como ministro de Defensa. De este modo se alejó del partido y del Congreso
donde podía ejercer su influencia. ¿Qué consigue con ello? Dar un gran salto en
la escala de su cursus honorum,
certificando el galimatías planeado en el segundo piso de Palacio, según el
cual así se consigue una paz duradera entre los beligerantes de la coalición. Pero,
en realidad, así se consigue frenar a los aperturistas, experiencia y memoria
común de Pérez y Allamand. Sin embargo, objetivamente, ¿qué ha conseguido Desbordes
para su proyecto político y para sus seguidores? Francamente, nada. Desbordes
cerró la empresa reformadora y desactivó el capital político invertido y
acumulado en ella durante años. Llegó al límite de sus posibilidades y
capituló. La fuerte presión ejercida contra su sector desde que en enero veintiún
diputados se pronunciaron por el rechazo en el Plebiscito, y luego, diez de
ellos renunciaron a la bancada notificándole que le ofrecerían competencia en
las elecciones internas de noviembre, acabó por minar su resistencia y por ceder
la victoria a Carlos Larraín y a Andrés Allamand, los mentores de la estrategia
restauradora.
Desbordes sufrió la
intervención fría y abierta del empresariado, y de la prensa vocera del
establishment, desde El Mercurio y La Tercera, hasta las emergentes tribunas
digitales, como El Líbero, donde el periodismo militante sale con fluido
desembozo por los poros. Mismas corporaciones de medios que han operado, y
siguen haciéndolo, en la Democracia Cristiana para inducir en ella el cisma y
la fragmentación hasta alcanzar su finalidad última, que es la de convertirla
en una colectividad irrelevante. Han sido las plataformas por excelencia del
partido del orden, aquella traza de ministros y funcionarios liberales de la ex
Concertación que creen seguir teniendo ascendiente sobre la opinión pública y
capacidad de lobby sobre los parlamentarios.
El Ministerio de Defensa es
un lugar burocrático, silencioso y estoico, como la fortaleza de El Desierto de los Tártaros, donde la
espera es eterna y la batalla final llega cuando ya no quedan fuerzas ni
esperanzas para librarla. Ahí Desbordes sólo llegará a entender quiénes
quemaron el Metro, una asignatura pendiente del exministro Espina.
Renovación Nacional, para
Desbordes y para sus adversarios, queda a la deriva. Y nadie se beneficia con
ello. Ni siquiera Diego Paulsen, presidente de la Cámara por la gracia
DC
—que prefirió imponer a Gabriel Silber en lugar de proponer a Víctor Torres—, y
uno de sus más firmes detractores. «Perdimos
la batalla de principios —dijo, cuando se aprobó el retiro del diez por
ciento—. Yo como diputado de derecha creo
que esta es una batalla que perdimos, una batalla en la que muchas veces
tendemos a aprobar proyectos o a legislar sin mirar cuáles son los principios
que defendemos.» ¿Cuáles son estos principios que justifican la batalla de
Renovación Nacional? Paulsen es
uno de los parlamentarios que se retiró de la misma bancada que lo puso en la
testera, donde todavía permanece, defiende la pena de muerte, criminaliza la
protesta mapuche, es partidario de la militarización de La Araucanía y de la
nefasta ocupación del comando Jungla. Por supuesto, de cara al futuro
inmediato, rechaza cualquier cambio a la institucionalidad y al modelo de
desarrollo. Por eso, no puede ser sino un aliado de Víctor Pérez y de su plan
de pacificación del Wallmapu.
¿Y cuáles son los principios
de Jaime Bellolio, el vocero de gobierno, militante de la UDI? Diez días antes
de que lo nombraran ministro declaró en un predecible giro que «Chile no aguanta otro golpe al mentón, por
eso en octubre votaré rechazo» y se cambió de caballo para calificar sin
objeciones en su ingreso al gabinete político.
El retorno de los halcones
A La Moneda retornan los
halcones con igual altivez y arrogancia que en 2017, cuando sabiéndose
triunfadores de la contienda electoral, intentaron la acusación
constitucional contra el ministro del Interior de
la época. Ahora están en el gobierno, pero no tienen la llave para salir del
foso de la crisis y restablecer la gobernabilidad y la estabilidad perdidas.
Por el contrario, polarizarán al país y profundizarán las brechas ideológicas
que originaron el 18 de Octubre.
Según relata El Mercurio,
Teodoro Ribera, ex titular de Relaciones Exteriores, habría invocado el
artículo 33 de la Constitución, que delega amplias facultades de coordinación
superior del gabinete de ministros y de las relaciones políticas e
institucionales del Ejecutivo con el Parlamento, como condición para su
nombramiento en el cargo de Ministro del Interior.
¿Por qué Ribera fijó estas
condiciones que, no bien las planteó, concluyeron en su remoción? Podría
justificarse la petición del excanciller en la necesidad de ostentar mayor
poder para ordenar la alianza oficialista, partiendo por la administración
central, pasando por el Congreso y alcanzando a los partidos políticos. Pero,
sin desestimar esta coartada, bastante consistente y funcional a la evacuada
por el segundo piso, podría argüirse la razón de fondo, más grave y perentoria sin
embargo, cual es la de un presidente que no está en condiciones de gobernar y
que torna indispensable la presencia de un primer ministro. En tal caso a lo
que se remite el antiguo militante de Renovación Nacional, no es al artículo
33, sino al 28 y al 29 de la Constitución, que disponen las atribuciones del
Vicepresidente de la República. Y ello revela el más elocuente vacío de poder
de la república: el de la Jefatura del Estado.
31 de julio de 2020.