Por Camilo Feres
Cuenta la leyenda que cuando un recién nominado ministro de Educación
del Gobierno de Sebastián Piñera se reunió con un importante legislador
opositor, éste último le habría dicho de entrada sólo dos palabras:
Yasna Provoste.
Así, uno de los cuatro titulares que tuvo la convulsionada cartera en
la era Piñera se enteró de una cuenta que, simbolizada en la
destitución de la ex ministra de Bachelet, terminó siendo cobrada por el
mismo expediente: una acusación constitucional que destituyó a Harald
Beyer.
Pero la restitución política del exilio que le fue impuesto a
Provoste no terminaría ahí. Luego vendría un aplastante triunfo
parlamentario en una zona en la que esta democratacristiana de sangre
diaguita no sólo empalmó con las demandas que sostienen las comunidades
indígenas locales, junto a una activa Iglesia Católica, en contra de los
desarrollos mineros, sino que además logró arrastrar a su compañero de
lista a un doblaje que cimentó la mayoría oficialista. Relegó de paso a
un aspirante que había roto con la DC y con el primer gobierno de
Bachelet: Jaime Mulet.
Desde entonces, en una frecuencia baja pero con señal constante,
Yasna Provoste se ha ido acostumbrando a servir de ícono de batallas
que, aunque estaban ahí antes que ella y posiblemente sigan presentes
cuando cambie de rumbo, han encontrado en ella un vehículo eficaz y
legítimo para hacerse presentes.
A contrapelo de la agenda de los viejos tercios del partido y de
algunas cartas ministeriales con más ganas que pasta, mostrando una
oportunidad y simpleza que recuerdan a la primera Bachelet, Provoste ha
seguido en el centro de la escena sin necesidad de usar un papel
protagónico. Y en esta misma condición se encontró en la pasada junta
nacional de la DC.
La junta de la falange fue un evento cuidadosamente construido para
servir de marco al retorno de Gutenberg Martínez a la primera línea y
poner de relieve la estrategia del partido para pasar de ser la
portadora de “matices” frente a sus socios de izquierda, a constituir un
poder de veto real ante los afanes hegemónicos que le presume a sus
compañeros de ruta.
Entre anuncios sobre que la Nueva Mayoría tiene fecha de caducidad y
que tras ésta la DC buscará a sus socios políticos teniendo a la vista
una libreta de “cuitas”, el gutismo-walkerismo logró poner un punto en
la agenda política cuya única mácula fue la aparición de una minoría
silenciosa que le arrebató a Martínez la primera mayoría.
Así, haciendo gala de su innata vocación de testimonio —algo vital
para un partido que ha perdido sus brillos de antaño—, la primera
mayoría individual fue de Yasna Provoste Campillay. Tras ella se
ubicaron las expectativas de una diversidad de dirigentes y militantes
que, aunque asumen que el retorno del Gute es una realidad difícil de
modificar, creyeron necesario agruparse tras una sola figura y decirle a
la mesa lo mismo que ésta le dijo al Gobierno: “Amigos siempre,
subordinados nunca”.