Belisario Velasco
“LES HABLO -dijo Michelle Bachelet a los democratacristianos- como
Presidenta de la República y como cabeza de nuestra coalición”. Sus
palabras habían traído al presente el discurso de “La marcha de la
patria joven”, la figura y la obra reformadora de Eduardo Frei Montalva.
Y por eso, la junta del partido se puso de pie para aplaudirla. La
Presidenta había reafirmado la visión humanista de la Nueva Mayoría y su
proyección como garante de las profundas transformaciones en curso.
Yasna Provoste simboliza este espíritu. La actual diputada logró
concitar el respaldo mayoritario de la militancia sin siquiera haberse
propuesto un retorno triunfador. Gutenberg Martínez, el otro candidato,
el que había instalado la elección a dos bandas pronosticando su
triunfo, quedó 55 votos atrás de ella.
Postulantes del entorno más estrecho del Tea Party y los “príncipes”
no pudieron entrar al consejo. Ello es revelador no del muro que trate
de alzarse contra todo signo de progreso, sino de un horizonte que se
abre ancho para las esperanzas democratacristianas. Viene otra primavera
y otra es la savia que se proyecta hacia el futuro del partido.
Es claro que no ha conseguido irrumpir con fuerza en el consejo, pero
si esta nueva voluntad política no pudo reflejarse en igual número de
consejeros, fue porque todavía no se observan todas las garantías que
cautelan el derecho de las minorías a convertirse en mayoría. Pues nunca
como ahora los procedimientos administrativos y el control de las
juntas democratacristianas fueron más discrecionales.
Así, por ejemplo, dos semanas antes sólo los cercanos a la mesa
conocían la nómina de delegados; el resto debió enterarse el mismo día
de las acreditaciones. Por otra parte, la dirección de la junta fue
manejada de un modo tendencioso, al punto que luego de una exclusiva
intervención de Martínez durante una hora y cinco minutos, se trató de
cerrar el debate y llamar a votación, lo que impusieron de inmediato
luego de una intervención del ex senador Ricardo Hormazábal.
Su discurso fue propio de la Guerra Fría. Candidatos en absolutamente
todos los ámbitos regionales, cerrando la posibilidad de prolongar la
Nueva Mayoría, olvidando, tal vez, que las reformas de carácter
histórico aprobadas por el 62,4% del país requieren de varios años y de
una proyección en el tiempo de la alianza política existente y, si fuera
posible, acrecentarla para cumplir el programa con las precisiones y
mecanismos que se acuerden.
Y como colofón, un gesto de suyo desembozado: la junta aprobó por
unanimidad dos votos políticos, pero la directiva difundió sólo el suyo,
y hasta hoy ha mantenido oculto el muy esclarecedor defendido, después
de la votación, por el ex senador Ruiz-Esquide.
En dicho planteamiento los democratacristianos respaldamos sin
vacilaciones el programa de reformas de la Presidenta Bachelet.
Adherimos firmemente a la Nueva Mayoría como una alianza política sólida
y estable, y advertimos que no estamos disponibles para formar pactos
con la derecha o ingresar a federaciones internacionales retrógradas;
todo lo cual es opuesto a aquella opinión que busca subordinar la
continuidad del conglomerado a caprichos y avatares ideológicos.