Rodolfo Fortunatti
Piñera, Duque, Guaidó, Almagro: el amargo balance |
La vía insurreccional ya es pasado. Insistir en ella es arroparse en las mortajas de una derrota que oscurece vertiginosamente su épica.
La del
fin de semana fue una derrota para la oposición venezolana alineada/alienada
por el diseño estratégico del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó.
Aunque según el plan original el momento del desenlace debía ocurrir el 12 de
febrero, este fue prorrogado al 23 de febrero. Razones del cambio fueron la
necesidad de aprovechar al máximo las ventajosas oportunidades que abrió a los
disidentes el apoyo internacional, la presión militar desembozada del Comando
Sur de Estados Unidos en aguas del Caribe, asegurar el acopio de las donaciones
en Cúcuta, Curazao y Roraima, y, especialmente, medir los efectos internos de los
embargos de bienes y activos de Venezuela en el exterior. Este aplazamiento
también dio tiempo a Nicolás Maduro para fortalecer su propia modalidad de
respuesta al asedio.
¡Las
horas de Maduro están contadas! Advertían las voces de Washington, al tiempo
que amenazaban con ingresar los envíos a toda costa a Venezuela, incluso
acompañados por convoyes militares de Estados Unidos y Colombia si la
protección de los marchantes así lo exigía. Los asesores del presidente Trump
llamaban a las fuerzas armadas a insubordinarse apremiándolas con el ultimátum
de que lo perderían todo si no se levantaban contra el gobierno establecido.
Las administraciones de Estados Unidos, Costa Rica y Ecuador toleraban los
violentos e indignos asaltos de los designados de Guaidó a las legaciones
diplomáticas venezolanas, que gozan de inmunidad territorial.
Pocas
veces, como en febrero en el Caribe, ha sido tan cruda y tan visible la
vulneración del Sistema de Naciones Unidas, desde el derecho internacional
hasta los órganos y protocolos administrativos. Y quizá nunca tan desembozado y
banal el comportamiento de los halcones de la Casa Blanca, urgidos a garantizar
el éxito de una operación que, conforme pasaba el tiempo, demostraba cuán
equivocados habían sido sus consejos a Trump.
Porque,
si no es sensato cortar la rama sobre la que estás sentado, es torpe hacerlo
cuando comprometes a terceros, que fue lo que hizo el inquilino de la Casa
Blanca al interrumpir los suministros de petróleo venezolano en los momentos
que los norteamericanos más necesitaban del hidrocarburo. Venezuela no tardó en
asegurar nuevos mercados, uno de ellos la India que, por hacerlo, se hizo
blanco de reconvenciones. Sin duda hubo un mal cálculo respecto del tiempo que
resistiría Maduro, como hubo una errónea información de inteligencia acerca del
comportamiento que tendrían las instituciones militares. Es un hecho que, pese
a las reiteradas conminaciones, no hubo jamás señales de que las fuerzas
armadas fueran a cambiar de bando.
Por
cierto, no hay precedentes de la unidad que logró la oposición en esta
coyuntura. Con 70 millones de dólares invertidos en su realización, consiguió
el monumental espectáculo de Cúcuta, un movimiento de masas eminentemente
lúdico y de fuerte irradiación mediática, que, sin embargo, no fue el menguado
que se apostó al día siguiente en los pasos fronterizos, constituido por
piquetes de agitadores y provocadores. Al lado suyo, a unos trescientos metros,
el de Tienditas, fue sin duda un acto testimonial.
Por otra
parte, la conducción de Guaidó logró imponerse a cualquier fricción interna,
manteniendo durante la operación una coordinación uniforme entre los distintos
grupos que concurren a la Mesa de la Unidad Democrática. Esto podría jugar como
un importante activo político a la hora de sentar a la oposición en futuras
mesas de negociación, pero, tras el fracaso del 23F y la consiguiente y radical
opción de Guaidó a favor de todas las formas de lucha para derribar a Maduro,
podría precipitar la descomposición del movimiento y estimular la emergencia de
una tercera fuerza moderada.
Guaidó
aseguró que los envíos ingresarían a Venezuela, pero nunca lo hicieron. Esperó
hasta el crepúsculo el alzamiento militar, que tampoco ocurrió. Prometió
movilizar a un millón de venezolanos para abrir lo que impropiamente denominó
un «corredor humanitario», condición sugerida por su poder judicial en el
exterior para invocar el principio de la responsabilidad de proteger,
suponiendo que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas daría el visto bueno.
Pero no hubo tal, y en su reverso, solo se vio tensión, violencia y muerte en
las fronteras, que los opositores atribuyeron al gobierno. ¿Es responsable el
gobierno? ¿En qué grado? Habría antes que preguntarse ¿cuál fue la fuente de la
agresión?
El
gobierno de la holandesa isla de Curazao donde se acopió parte del cargamento
procedente de Estados Unidos, aclaró que los paquetes solo serían enviados
cuando el gobierno de Venezuela estuviera de acuerdo, una decisión que ahorra
hablar sobre los principios que definen lo que es y no es ayuda humanitaria, a
saber, independencia operativa, imparcialidad, neutralidad, humanidad y
atención, amén de las explicaciones dadas por especialistas de instituciones de
asistencia, como PNUD, ACNUR, UNICEF, PMA y Cruz Roja. Para ser ayuda
humanitaria, sencillamente, precisa el acuerdo del gobierno que la recibe. Si
introducirla en el país de destino va acompañado del empleo de la fuerza, no es
ayuda humanitaria. Si como se vio en la jornada del 23 de febrero, los envíos
son usados como armas políticas o como armas de destrucción ―por ejemplo,
camiones cargados con cócteles molotov o terroristas embistiendo con sus tanquetas―, no es ayuda humanitaria. Luego, que el
gobierno impida el ingreso de algo que atropella su soberanía territorial, es
lo que debería hacer cualquier aduana.
Con todo,
la presión ejercida sobre el gobierno consiguió que este cambiara su actitud
frente a la asistencia humanitaria, Asumió la existencia de una crisis, si bien ya había recibido
las ayudas humanitarias de Naciones Unidas, Rusia y Cuba, y solicitó a la
delegación del Grupo Internacional de Contacto que la Unión Europea accediera a
una cooperación por dos mil millones de dólares para el presente año.
La vía
insurreccional pensada y articulada en 2018 y ensayada en 2019, no pudo
derribar a Maduro, pero generó un escenario donde resulta imposible ignorar las
fortalezas y debilidades reales de sus interlocutores. Ahora Mike Pompeo, dice:
«los días de Maduro están contados».
La vía
insurreccional ya es pasado. Insistir en ella es arroparse en las mortajas de
una derrota que oscurece vertiginosamente su épica. Aunque Trump ha prometido
nuevas sanciones, que solo agudizarán los pesares de los más vulnerables, se
generan condiciones favorables a una vía política cuya primera prioridad es
garantizar los umbrales mínimos humanitarios y, luego, los mínimos electorales
necesarios para que los venezolanos decidan su destino en las urnas.
Los
papeles mediadores del Papa Francisco, no de la iglesia venezolana renuente al
entendimiento, de la Unión Europea y del grupo de Montevideo, deberían operar
como catalizadores de una transición cuya duración la oposición estima no
inferior a un año. Aquella podría ser la genuina vía venezolana.