Desde los campamentos la gente hace malabares para poder comer y abrigarse; cuando vemos como en la mayoría de las comunas populares se levantas ollas comunes o solidarias; cuando vemos que entre los humildes la solidaridad es “dar hasta que duela”, decirle a todos que salgan de las trincheras ideológicas y que hagan un esfuerzo sobrehumano y depongan las diferencias.
Esta frase que tendría sentido en cualquier país del mundo,
cohesionado y con confianza, además con una idea de futuro compartido, donde la
palabra de la autoridad sanitaria y de la autoridad política, en medio de una
crisis como la que estamos viviendo, no
solo es escuchada, sino que respetada, en nuestro país carece absolutamente de peso
y densidad.
En efecto, la crisis de legitimidad y de confianza por la que
atraviesan todas las instituciones, desde ya un largo rato, no se ha repuesto
para nada. Entonces, ahora, en medio de esta pandemia, en donde necesitamos de
manera urgente la construcción de “un
nosotros”, no solo no creemos, sino que desconfiamos y nos negamos a asumir
voluntariamente los criterios de la autoridad.
Por el contrario, lo único claro, la única
certeza que tenemos, ha sido la instalación del miedo y de un sentido de
supervivencia, que nos envuelve a todos.
Al igual que antes del inicio del estallido social del 18/10,
donde el gobierno y sus principales rostros, partiendo por supuesto por el Sr.
Presidente, insistían que nuestro país era una suerte de oasis, en medio de un
mundo y región convulsionada, respecto
de la pandemia del COVIS 19 se tuvo el mismo principio, la misma soberbia, la
misma arrogancia. Se nos llegó a decir, incluso, que estábamos mejor preparados
que Italia, o “que a lo mejor el virus podía mutar a bueno”, transformándose estas
y otras tantas en verdaderas frases para el bronce, no hacen más que dar
cuenta, no sólo de un gobierno prácticamente desfondado, sino un lugar donde
prevalecen la improvisación y la superficialidad.
Y ahora, que la realidad nos ha golpeado en la cara de la
peor manera; cuando el número de contagiados crece y crece; ahora que han
comenzado a colapsar los hospitales y clínicas; que los peores escenarios
proyectados por especialistas y técnicos de las sociedades científicas y del
Colegio Médico, no sólo fueron desestimados sino que también “ninguneados” por
los winners locales, se nos traslada a cada uno de nosotros, la responsabilidad
de salvarnos.
¡No señor Ministro! no se nos puede culpar a nosotros por el
fracaso de vuestra política. Más aún, cuando no hay ninguna acción, ninguna frase
humilde para decirle al país que fracasó la puesta en escena planificada;
ninguna señal que dé cuenta del error cometido ni menos de los responsables por
esos errores No se hacen cargo (las autoridades) por no haber escuchado a nadie
más que propusiera otras salidas. No hubo, señor Ministro, ni la más mínima
decisión de resolver la ecuación entre salud y economía, por el lado de la
salud. Al contrario, el discurso oficialista, el discurso “ganador” que se
escuchaba y se imponía era el de la normalidad, y que había que volver a
trabajar. Que ya estaba funcionando “la mano invisible” del mercado y que no
había preocuparse mayormente. En síntesis, ninguna autocrítica acerca de la
ruta diseñada e implementada.
Ahora, cuando el virus y la muerte disfrazada de resfríos, de
ataques respiratorios y neumonías han
comenzado a golpear las puertas de los hogares de las comunas más pobres del
país; ahora, que es imprescindible mantener confinada en sus hogares a la
población durante la cuarentena, pero
también era dotarla de un ingreso de emergencia de dignidad, la respuesta
oficialista de nuevo fue lapidaria y cargada de ideología respecto que no se
puede afectar el modelo ultraneoliberal. Y aquellos ministros que han
copado cuanto matinal y noticiero
habido, que se inflan el pecho explicando que toda propuesta ajena a la
oficial, es populista y que, de acogerlas, significan pan para hoy y hambre
para mañana, han sido elevados a la
categoría de “halcones” del modelo por toda aquella corte de dueños de canales
de TV, editorialistas, políticos oficialistas y periodistas que, perdiendo todo
decoro y autonomía, asienten de manera complaciente.
Entonces ante el drama de la población, la respuesta de la autoridad, la de los “halcones y su corte”, es de nuevo la caridad y no la justicia; la
dádiva y no la dignidad: Son cajas de mercadería que nadie sabe cuándo ni a
quiénes les llegarán. No es el ingreso digno que igualara la línea de la
pobreza, sino uno de emergencia, pero decreciente. “No vaya a ser cosa que la
gente se acostumbre a depender del estado”, fue otra de las frases que quedarán
para el bronce.
Ha quedado de manifiesto que esta pandemia, contrario a la voz
oficial, no es democrática. Que el contagio, cuando se vive el confinamiento en
lugares hacinados, es mucho mayor y que viene aparejado con el miedo a la realidad
de la muerte, que se instala como
huésped preferente en las comunas populares del país. Es muy distinto vivir la
cuarentena y el confinamiento, con internet, patio, con compras de alimentos
via app y delivery. Esto es la realidad
en nuestra sociedad altamente segmentada
y desigual hasta lo insoportable.
Si a este diagnóstico le sumamos la precariedad de los
empleos que aún subsisten, con la mayoría de las grandes empresas sumándose a
los subsidios de cesantía, y (como dice la norma e ideología), gastándose
primeramente el aporte de los trabajadores de este subsidio, más la enorme
cantidad de desempleados producto del cierre de actividades relacionadas con el
turismo, la gastronomía y los servicios, el coctel de reclamo y violencia que deviene,
es absolutamente predecible y, por supuesto esperable.
Es cierto que la tasa de letalidad del virus entre las
personas contagiadas aún es relativamente bajo comparado con otros países. Sin
embargo, todo el peso y esfuerzo de esta situación, lo cargan los técnicos y
profesionales de la salud pública, quienes, sobre la base de un compromiso y
estado de ánimo encomiables, más allá de los turnos desgastadores y salarios
miserables, mantienen con vida a los que llegan. Ellos están en una verdadera
trinchera de guerra. Los profesionales y
técnicos del sistema privado también tienen memorias de salud pública que
aflora en estos momentos. Es importante reconocerlo.
Ahora bien, el sentido de estas notas, no es desenmascarar
las políticas de gobierno; no es anteponer derechos básicos v/s políticas de
mercado; tampoco es anteponer caridad v/s justicia, eso ya lo sabemos. Esa es
la política de los defensores del modelo, que prefieren “donar” ventiladores
mecánicos al desmejorado sistema de salud público que subsiste con per cápitas
de miserias, en vez de pagar tributos como corresponde, para que de esa manera
el país pueda acceder a estos instrumentos cuando se requiera.
El sentido es para que desde ahora mismo, en lo más álgido de
la crisis, cuando vemos como desde los campamentos la gente hace malabares para
poder comer y abrigarse; cuando vemos como en la mayoría de las comunas
populares se levantas ollas comunes o solidarias; cuando vemos que entre los
humildes la solidaridad es “dar hasta que duela”, decirle a todos los que no
creen ni en la racionalidad ni en la autorregulación del mercado; a los que de
verdad creen que es posible una sociedad menos segmentada y desigual, que
salgan de las trincheras ideológicas y que hagan un esfuerzo sobrehumano y depongan
las diferencias, que privilegien los mínimos comunes, que se estructuren en un
nosotros, para ofrecerle al país una
alternativa de cambio que transforme realmente
al país en una patria para todos, una patria no de privilegios, sino de
derechos.
Sin arrogancia, con disposición al diálogo y a la
construcción compartida. Necesitamos de una gran épica para que nunca más la
salud, las pensiones y la educación estén mediatizadas por el mercado,
atosigados por la economía como una “deidad” un ente extrasomático, un becerro
de oro, que debe ser adorado sin importar que solo se ubique en la mesa del
festín de los poderosos.
La gente más humilde, la más vulnerable, no merece caridad,
merece justicia. Y hoy nos damos cuenta que, ante la mayor crisis sanitaria y
económica en curso y que se avecina peor, la mano invisible del mercado no
funciona.