Rodolfo Fortunatti
Hacia el final del siglo
pasado todavía el común de los chilenos opinaba que aquí no existía el racismo.
Se afirmaba que la esclavitud había sido abolida en los tiempos de la
Independencia por O´Higgins y que nuestra homogeneidad racial, fruto de la
mezcla de godos y araucanos, habría dado origen a un linaje superior que no
admitía discriminaciones de esta naturaleza. Así lo entendió Nicolás Palacios, en
Raza Chilena, y así
también el historiador Francisco Encina y
discípulos suyos, como Ariel Peralta. Solo que esta superioridad era exaltada
por contraste con las malas aptitudes del indio y del roto chileno, donde,
según la leyenda ultramontana, hundía sus raíces nuestra inferioridad social y
económica.
Estas creencias no murieron
con sus autores, sino que supervivieron en el fascismo autóctono, el
nacismo político de Jorge González von Marées y Carlos Keller Rauff que, durante
la dictadura cívico-militar, trascendió a la cultura política de Avanzada
Nacional, la Unión Demócrata Independiente y el Partido Republicano. Y, aunque fue
González von Marées quien reivindicó la superioridad del chileno sobre los
demás pueblos de América Latina, el mérito de ser el máximo exponente del supremacismo
blanco perteneció a Miguel Serrano Fernández.
El supremacismo, como
exacerbación de las características étnicas, biológicas, culturales, religiosas
y de origen de un grupo social sobre las cualidades de otros, lo reactualizó en
la escena internacional Donald Trump. Suyas son las expresiones xenófobas hacia
mexicanos y afrodescendientes del tenor de «México
envía drogas, crimen y violadores»; Haití y El Salvador son «países de mierda»; y Maryland es «un distrito de mayoría afroamericana
infestado de roedores». Por supuesto, ha sido el republicano quien ha incitado
a las multitudes a vocear contra las congresistas demócratas nacionalizadas
estadounidenses «que se vayan».
En Chile, el caldo supremacista
permea el imaginario colectivo de los grupos de ultraderecha. Ha sido Canal 13
de Televisión quien ha alimentado la xenofobia racista de estos grupos a través
de campañas noticiosas emprendidas contra determinados grupos de migrantes. El
caso de dos ciudadanos palestinos de la comuna de Recoleta resulta sin duda emblemático.
Mediante la serie que tomó
por título el estigma social de Vecinos Incontrolables, la
corporación de televisión del grupo Luksic, llamó la atención de sus audiencias
sobre las incivilidades cometidas por Jack y Naim Abuawad, inmigrantes
avecindados en Chile desde agosto de 2018, el primero, y septiembre de 2019, el
segundo.
La administración del
edificio que habitaban les imputó amenazas, lesiones, hurto e infracción de las
normas sanitarias, lo que motivó su arresto y posterior puesta en libertad. TV
13 exhibió imágenes de ambos comportándose con agresividad frente a las
censuras de los vecinos, y convirtiendo el conflicto en un tema político, y en un
festín para el medio millar de opinantes xenófobos que concitó el Facebook del
canal. Luego, el dueño del departamento que ocupaban puso fin al contrato de
arrendamiento, y el subsecretario del Interior dispuso su expulsión del país.
A los extranjeros no se les deportó
a causa de las imputaciones que nadie logró demostrar ni ellos replicar en su
defensa. Hasta ahora ni siquiera se sabe cuál es la opinión de los Abuawad
sobre el asunto. Se les obligó a dejar el territorio porque el Departamento de
Extranjería y Migración habría comprobado que no renovaron sus visas de
permanencia. Curiosa justificación en circunstancias que se pospuso para 2021
la renovación de las cédulas de identidad de chilenos, y cuando no muchos
inmigrantes han podido regularizar su permanencia. Fue el Intendente Metropolitano
―salvado por parlamentarios de oposición de una segura acusación constitucional
por graves violaciones a los derechos humanos― quien inició el proceso de expulsión de los
palestinos.
Palestina es un pueblo
perseguido, oprimido y devastado que no ha podido encontrar paz y seguridad en
su largo peregrinar. Sus nacionales son personas siempre expuestas al exilio,
la expatriación y la relegación. Sus sufrimientos los conocen mejor que los
matinales de televisión, cientos de miles de chilenos que sufrieron el
destierro, el desarraigo y la separación de sus tradiciones. Saben que cuando
se expulsa a un palestino, siempre se le castiga con un segundo extrañamiento.
El dolor es más intenso y la defensa de la dignidad vulnerada es asimismo más belicosa,
más incontrolable, al decir del departamento de prensa de canal 13,
precisamente porque su vocación es emanciparse de la dominación.
Así piensan las audiencias
de TV 13 y así son las opiniones que atiende la autoridad, omnímoda en tiempos
de pandemia, antes de tomar la decisión crucial de expulsar a un peruano, a un
venezolano o a un palestino.