viernes, 26 de junio de 2020

VECINOS INCONTROLABLES



Rodolfo Fortunatti


Hacia el final del siglo pasado todavía el común de los chilenos opinaba que aquí no existía el racismo. Se afirmaba que la esclavitud había sido abolida en los tiempos de la Independencia por O´Higgins y que nuestra homogeneidad racial, fruto de la mezcla de godos y araucanos, habría dado origen a un linaje superior que no admitía discriminaciones de esta naturaleza. Así lo entendió Nicolás Palacios, en Raza Chilena, y así también el historiador Francisco Encina y discípulos suyos, como Ariel Peralta. Solo que esta superioridad era exaltada por contraste con las malas aptitudes del indio y del roto chileno, donde, según la leyenda ultramontana, hundía sus raíces nuestra inferioridad social y económica.

Estas creencias no murieron con sus autores, sino que supervivieron en el fascismo autóctono, el nacismo político de Jorge González von Marées y Carlos Keller Rauff que, durante la dictadura cívico-militar, trascendió a la cultura política de Avanzada Nacional, la Unión Demócrata Independiente y el Partido Republicano. Y, aunque fue González von Marées quien reivindicó la superioridad del chileno sobre los demás pueblos de América Latina, el mérito de ser el máximo exponente del supremacismo blanco perteneció a Miguel Serrano Fernández.

El supremacismo, como exacerbación de las características étnicas, biológicas, culturales, religiosas y de origen de un grupo social sobre las cualidades de otros, lo reactualizó en la escena internacional Donald Trump. Suyas son las expresiones xenófobas hacia mexicanos y afrodescendientes del tenor de «México envía drogas, crimen y violadores»; Haití y El Salvador son «países de mierda»; y Maryland es «un distrito de mayoría afroamericana infestado de roedores». Por supuesto, ha sido el republicano quien ha incitado a las multitudes a vocear contra las congresistas demócratas nacionalizadas estadounidenses «que se vayan».

En Chile, el caldo supremacista permea el imaginario colectivo de los grupos de ultraderecha. Ha sido Canal 13 de Televisión quien ha alimentado la xenofobia racista de estos grupos a través de campañas noticiosas emprendidas contra determinados grupos de migrantes. El caso de dos ciudadanos palestinos de la comuna de Recoleta resulta sin duda emblemático.

Mediante la serie que tomó por título el estigma social de Vecinos Incontrolables, la corporación de televisión del grupo Luksic, llamó la atención de sus audiencias sobre las incivilidades cometidas por Jack y Naim Abuawad, inmigrantes avecindados en Chile desde agosto de 2018, el primero, y septiembre de 2019, el segundo.

La administración del edificio que habitaban les imputó amenazas, lesiones, hurto e infracción de las normas sanitarias, lo que motivó su arresto y posterior puesta en libertad. TV 13 exhibió imágenes de ambos comportándose con agresividad frente a las censuras de los vecinos, y convirtiendo el conflicto en un tema político, y en un festín para el medio millar de opinantes xenófobos que concitó el Facebook del canal. Luego, el dueño del departamento que ocupaban puso fin al contrato de arrendamiento, y el subsecretario del Interior dispuso su expulsión del país.

A los extranjeros no se les deportó a causa de las imputaciones que nadie logró demostrar ni ellos replicar en su defensa. Hasta ahora ni siquiera se sabe cuál es la opinión de los Abuawad sobre el asunto. Se les obligó a dejar el territorio porque el Departamento de Extranjería y Migración habría comprobado que no renovaron sus visas de permanencia. Curiosa justificación en circunstancias que se pospuso para 2021 la renovación de las cédulas de identidad de chilenos, y cuando no muchos inmigrantes han podido regularizar su permanencia. Fue el Intendente Metropolitano ―salvado por parlamentarios de oposición de una segura acusación constitucional por graves violaciones a los derechos humanos―  quien inició el proceso de expulsión de los palestinos.

Palestina es un pueblo perseguido, oprimido y devastado que no ha podido encontrar paz y seguridad en su largo peregrinar. Sus nacionales son personas siempre expuestas al exilio, la expatriación y la relegación. Sus sufrimientos los conocen mejor que los matinales de televisión, cientos de miles de chilenos que sufrieron el destierro, el desarraigo y la separación de sus tradiciones. Saben que cuando se expulsa a un palestino, siempre se le castiga con un segundo extrañamiento. El dolor es más intenso y la defensa de la dignidad vulnerada es asimismo más belicosa, más incontrolable, al decir del departamento de prensa de canal 13, precisamente porque su vocación es emanciparse de la dominación.

A Jack y Naim Abuawad se les aparta, simplemente, porque no gustan al público racista. A ese público supremacista por convicción ―que nunca por virtud heredada ni cultivada―, no le gusta su música. La encuentra horrible y a ellos ruidosos. Esa audiencia hostil cree que aprender a respetar nuestra patria consiste en vivir silenciosos. Algunos recomiendan darles unos buenos palos y listo…, por todos los malos ratos. Otros proponen que los agarre Extranjería y «fuera esta basura» que solo viene a dar problemas al país. Y no faltan los que se lamentan de que en Chile no exista justicia, porque no se les mete presos ni se les saca la #%#=#!*×. Tampoco les gusta su apariencia. Les encuentran pinta de terroristas de Estado Islámico y Hezbolá. Y no se explican que personas así estén entre nosotros. En último término, aconsejan lo que el ultranacionalista José Antonio Kast a los ciudadanos: tomar justicia por su propia mano.

Así piensan las audiencias de TV 13 y así son las opiniones que atiende la autoridad, omnímoda en tiempos de pandemia, antes de tomar la decisión crucial de expulsar a un peruano, a un venezolano o a un palestino.