Rodolfo Fortunatti
«El dilema de Orrego es seguir insistiendo en fortalecer la identidad del sector que lo sustenta o, resolverse, a dos meses de las primarias, a conquistar al partido y a consolidar una masa crítica que le permita a la colectividad incidir en el curso de unos acontecimientos que la militancia observa no sin poca perplejidad».
Nada sorprendente resulta que Michelle Bachelet marque
el primer lugar de las preferencias de cara a las primarias de la
Concertación del próximo 30 de junio. Lo raro es que Claudio Orrego se sitúe
en el tercer puesto, detrás de Andrés Velasco, según la última encuesta de la
Universidad Diego Portales. En el sondeo que se aplicó entre marzo y abril, y
cuya confiabilidad y validez metodológicas están libres de sospecha, Bachelet
obtiene un 76 por ciento de las adhesiones, Velasco un 7,5, y Orrego, no más
que un 2,7.
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Es en apariencia un contrasentido que, después de varios
meses de laboriosa campaña, Orrego no logre despegar. Y es a primera vista
inverosímil porque, a diferencia del independiente Velasco, Orrego pertenece
a la principal fuerza política de oposición, la Democracia Cristiana, a la
sazón el partido con el mayor número de senadores, diputados, alcaldes,
concejales y consejeros regionales del país. Recordemos, asimismo, que Orrego
—junto con Carolina Tohá, Oscar Landerretche y Ricardo Lagos Weber—
encarnaba, para los ex Presidentes, la promesa de renovación del
conglomerado, confianza otorgada sin otra seguridad que la del crédito de quien la recibía, lo que
el candidato se ha esforzado en preservar. Orrego fue capaz de sortear la
difícil prueba de asegurar su sucesión en el municipio de Peñalolén, después
de haber sido derrotado en un plebiscito comunal, acierto político que sumado
a su inagotable empuje, perseverancia, elocuencia discursiva y empatía con la
gente, lo proyectaba como un potente liderazgo nacional. Así lo hizo sentir
en todos los procesos de movilización electoral de la falange; desde las
primarias para nominar candidatos a concejales, pasando por las primarias
para seleccionar a los candidatos a alcaldes, la misma elección municipal de
octubre, luego, la primaria presidencial de enero, hasta los recientes
comicios para renovar la mesa directiva de la colectividad.
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La pérdida de masa crítica
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¿Dónde está la dificultad? El problema es técnico y
político. Es técnico porque Orrego no ha conseguido crear masa crítica en el
partido. La acción colectiva precisa agregar intereses, talentos y recursos
para producir los efectos simbólicos deseados en una población más amplia y
diversa. Hablamos de una masa crítica, de un numeroso activo militante, por
lo general vinculado e involucrado con grandes conglomerados sociales, y
dispuesto a movilizar recursos políticos que trastoquen las expectativas de
la opinión pública. Se podría controvertir dicho argumento sosteniendo que el
núcleo principal de la candidatura de Orrego existe y que está constituido, a
lo menos, por los 33 mil ciudadanos que votaron por él en las primarias de
enero. Esto es discutible, pero aún admitiendo que exista aquella fuerza
principal, no es suficiente.
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Una masa crítica, para asegurar una acción colectiva
eficaz, debe estar suficiente y apropiadamente conectada. Si Crossley e Ibrahim tienen razón —y parecen tenerla—, es preciso que esta
masa crítica disponga de los medios de coordinación y comunicación que le
granjean sus redes sociales. Sus conexiones deben tener una alta densidad o,
en su defecto, gozar de un elevado grado de centralización. Esto significa
que cuando cada uno de los miembros de la fuerza principal se encuentra
conectado con los demás miembros, estamos en presencia de una alta densidad
de la red social, lo que se traduce en que una mayor cantidad de personas se
conocen y contribuyen con ello a la coordinación y a la comunicación del
conjunto. Aunque también es posible conseguir la comunicación, la
coordinación y la organización que exige una acción colectiva eficaz cuando,
en ausencia de este óptimo de conectividad, sólo una o dos personas con
autoridad reconocida se relacionan, directa y centralizadamente, con la
mayoría de los miembros de la red. Por cierto, un puñado de personas, por muy
voluntarioso que se muestre, no puede generar este efecto.
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El distanciamiento de la gente
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El caso es que la candidatura de Orrego no ha logrado
configurar la masa crítica adecuada, ni esta masa crítica ha estado
suficiente y apropiadamente conectada. El motivo es político, y va más allá
de la incontrarrestable gravitación de Bachelet y de los apoyos que ella
concita en algunos representantes populares, y Velasco es la mejor
demostración de ello. La candidatura de Orrego, hasta ahora, se ha sostenido
en un pequeño grupo de colaboradores donde predominan las tendencias más
liberales de la Democracia Cristiana. Varios de quienes públicamente lo
respaldan, públicamente también han llevado la voz cantante en favor del
lucro, del rechazo a una genuina reforma tributaria y previsional, de la
crítica sin debate a una asamblea constituyente, o de una incoherente censura
al Partido Comunista. Opiniones que el candidato no ha desautorizado, y cuyos
gestos tampoco han dado señales en contrario. Sus apariciones públicas con el
ministro Larroulet no han hecho más que irritar a la militancia. En vez de
conquistar el consenso de todos los democratacristianos, Orrego prefirió
alinearse —y para asegurar su éxito apostó sus cartas—, con una de las tres
listas que concurrieron a la elección de mesa. Entonces los suyos vieron como
una amenaza el eventual triunfo del diputado Cornejo. Dijeron que la
Democracia Cristiana perdería su alma, que no otra cosa significaba para
ellos terminar con el candidato de centro en una órbita y con la directiva de
la colectividad en la izquierda. En el extremo, ha habido quienes
desembozadamente se han declarado avergonzados de los acuerdos del Quinto
Congreso, se han confesado incómodos dentro de la colectividad, y consideran
a la mayoría de sus militantes unos izquierdistas.
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Como consecuencia, el mensaje de la candidatura Orrego
se ha desplazado hacia la derecha del espectro político, acaso con el vivo
propósito de disputarle el espacio a Andrés Velasco que, como se ha visto, ha
bien aprovechado las ventajas de su independencia partidista, para instalar la
idea de un centro social y político liberal. Esta brega por el llamado centro
político, ha distanciado al ex alcalde de la base social y cultural del
partido, tributaria de la Concertación y de su vocación de centro-izquierda.
Y lo que es del todo fatal para las proyecciones de la tienda, lo ha alejado
de las nuevas sensibilidades que dominan el actual escenario político, y que
bien han comprendido los diputados y senadores instados a pronunciarse en la
acusación constitucional contra Beyer.
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El dilema de Orrego es seguir insistiendo en fortalecer
la identidad del sector que lo sustenta o, resolverse, a dos meses de las
primarias, a conquistar al partido y a consolidar una masa crítica que le
permita a la colectividad incidir en el curso de unos acontecimientos que la
militancia observa no sin poca perplejidad.
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