jueves, 21 de mayo de 2020

HAMBRE EN CHILE


Rodolfo Fortunatti


El 7 de febrero marca el punto de partida de la política pública de combate a la covid-19. Ese día se decretó, con toma de razón de la Contraloría, una alerta sanitaria en todo el país que otorgaba facultades excepcionales al Ejecutivo para contratar personal y comprar insumos médicos.

Desde entonces han transcurrido más de tres meses, quince semanas exactamente, de crecientes barreras de acceso a la alimentación que se inician con los despidos, la suspensión de las clases y la reducción de los presupuestos familiares, el toque de queda y los controles al desplazamiento de las personas. Vendrán luego las cuarentenas selectivas, que obligan al cierre del pequeño comercio y prohíben las actividades económicas de subsistencia. Y las cuarentenas totales, que ponen la nota alta. La vigilancia es total y, en las zonas más deprimidas, empuja a la desesperación. «La gente llora porque no tiene qué comer», testimonia el alcalde de La Granja. Recordemos que los niños están confinados en sus hogares y necesitan comer. Pero hay quienes en su pureza doctrinaria dudan que esto sea cierto.    

Aunque la inflación de marzo y abril es prácticamente nula, lo es precisamente porque bajaron las ventas y los precios de cosas como el transporte y el vestuario cuyo consumo fue inhibido por la pandemia. Aquí la inflación de los pobres es siempre el uno por ciento más alta que la de los ricos. Tras los promedios se esconde la cruda estrechez doméstica de los sectores populares.

51 de los 76 alimentos y bebidas que concurren al cálculo del indicador entre ellos el pan, las hortalizas, las legumbres y las papas han elevado sus precios. Si a principios de año un kilo de pan costaba 1.500 pesos, luego, un kilo de pan al día por familia equivalía a 45 mil pesos mensuales. Si desde entonces el precio ha subido un 4%, significa que con la misma plata aquella familia compra un kilo menos de pan al mes por puro efecto inflacionario.

Y quizá para ese hogar el alza del costo de la vida es aún mayor que la registrada por el IPC. La Comisión Económica para América Latina ha llamado la atención sobre los errores de medición que podrían estar distorsionando la correcta elaboración de la tasa de inflación, especialmente en la detección de precios de los productos de primera necesidad que consume la población más vulnerable de la subregión. No olvidemos que el IPC es una encuesta de mercado. Cuando los encuestadores no consiguen los precios, por el cierre de los locales comerciales o por las propias limitaciones a su movilidad, los datos faltantes se imputan discrecionalmente al producto, y estos datos imputados pueden llegar a representar hasta el 40 por ciento de la muestra.

Dicho esto, la preocupación de la CEPAL debe ser tomada muy en serio, pues, en base a esta información se calcula el valor de la canasta básica de alimentos y se trazan las líneas de pobreza y de pobreza extrema que justifican la asignación del gasto social público en Chile. En otras palabras, en función de esta operación se decide quién es pobre y quien no lo es, quien tiene y quien no tiene derecho a la seguridad alimentaria bajo una Constitución que no consagra explícitamente los derechos fundamentales de la persona humana.

Hoy la Subsecretaría de Evaluación Social fija el valor mensual de la canasta básica de alimentos por persona en 46 mil pesos. Asimismo, clasifica como persona en situación de pobreza a aquella que percibe ingresos mensuales inferiores a 171 mil pesos, y como persona en extrema pobreza a aquella con ingresos por debajo de los 114 mil pesos. De este modo, un hogar de diez personas con un ingreso inferior a 857 mil pesos se halla en la pobreza, y uno de igual número de miembros, pero cuyos ingresos no alcanzan a 571 mil pesos, se encuentra en la pobreza extrema. Por eso, el Ingreso Familiar de Emergencia impuesto por el Ejecutivo y que empezará a pagarse a fines de mayo, resulta exiguo y tardío, como los dos millones y medio de cajas de ayuda. En junio, la gente que llora porque no tiene qué comer, percibirá 65 mil pesos, en julio 55 mil, y en agosto, en el momento más crudo de la crisis, 45 mil pesos. Esto es menos de lo que teóricamente se necesita para comprar una canasta básica de alimentos.

El Colegio de Nutricionistas y algunos alcaldes se han pronunciado a favor de regular el precio del carrito de alimentos esenciales. No es algo fácil de emprender en un mercado oligopólico como el nuestro, y Cencosud es el ejemplo más candente. La última palabra no parece estar en el Ministerio de Economía, sino en la cartera que postuló hacer de Chile una potencia agroalimentaria y donde precisamente está radicada la seguridad alimentaria de diecinueve millones de chilenos y chilenas. Esto es Agricultura.

La voz de los que sobran