miércoles, 28 de noviembre de 2007

Después del Quinto Congreso

Rodolfo Fortunatti

Antes del año 49 de nuestra era, el cristianismo no se distinguía de otras muchas y varias sectas. Hasta el Concilio Apostólico de Jerusalén, celebrado probablemente aquel año, Jesucristo no pasaba de ser un personaje histórico, un líder, un liberador, quizá otro mesías. Hasta aquella discusión franca, directa y fraterna, protagonizada por Pablo y Pedro en Antioquía, el mensaje cristiano no pasaba de ser uno más entre los ancestrales credos judíos. Cuando Pablo advierte a Pedro acerca de los alcances de la ruptura, sólo entonces se instala la nueva religión con su crucial revelación de que Jesús en verdad era el hijo de Dios. Parece claro que de no haber mediado la convicción y resolución de Pablo, lo del Consejo de Jerusalén hoy sería un puro incidente eclesiástico. Es Pablo, pues, quien provoca el giro político que dará origen al cristianismo.

Vuelcos como éste son los que cambian el curso de los hechos. Por lo regular —como acontece con lo acordado por el consejo de la Democracia Cristiana—, detrás de ellos se alojan interrogantes no resueltas. ¿Recuperará su liderazgo la Democracia Cristiana? ¿Ofrecerá garantías de gobernabilidad, a pesar de los desmembramientos de la coalición y de la caída en la popularidad del gobierno? ¿Podrá constituirse en alternativa el 2009? De haber seguido la tendencia irresoluta prevaleciente hasta el lunes, ninguna de estas preguntas habría hallado respuesta. Pero el Consejo hace un corte. Fija un antes y un después, un punto de quiebre, una ruptura con la inercia de la costumbre. ¿Para qué? Para restablecer la confianza en la organización, en sus instituciones, en sus autoridades, en su convivencia interna. ¿Por qué? Porque sólo desde una posición creíble el partido puede contribuir a la unidad de la coalición, exigir conducción y liderazgo al gobierno y responder a las necesidades del país. Y, desde luego, trascender en el tiempo.

El quinto congreso había generado todas las condiciones de legitimidad necesarias para mejorar la calidad de la política democratacristiana. Paradójicamente, tras él se siguieron sucediendo las mismas prácticas políticas. Se siguió actuando como si nada hubiera ocurrido, con el consiguiente descrédito del proceso y el rápido desgaste de la organización. Esto, hasta el lunes pasado, cuando la inmensa y diversa mayoría del consejo resolvió respaldar a la mesa directiva, y solicitar al tribunal supremo la marginación del senador Adolfo Zaldívar. Lo obrado, más que una señal, marca un rumbo, que, de perseverar, colocará a la Democracia Cristiana a la vanguardia del sistema de partidos.