lunes, 26 de febrero de 2018

MI PADRE, ALDO MORO, MURIÓ POR LA DEMOCRACIA

Agnese Moro

El cadáver de Aldo Moro apareció en un maletero (EFE)


 Hace 40 años las Brigadas Rojas secuestraron y dieron muerte al estadista. Su hija Agnese recuerda su visión humana y política.

Agnese Moro
Aldo Moro, como muchos de su generación, era un luchador. Compartió con los italianos y con una multitud de innovadores de todos los continentes, el deseo de construir un mundo en paz, donde el centro de la atención y del cuidado fuera la persona humana, todas las personas, a quienes defendía la posibilidad de vivir, la dignidad, el reconocimiento de condiciones de vida dignas y la protección de sus derechos; la libertad de crecer y de desarrollar su propia personalidad, de asumir responsabilidades, de ser una parte integral e indispensable del gobierno del país.

Estas son las esperanzas que animan nuestra Constitución, a cuya formulación mi padre contribuyó decisivamente con la claridad de sus ideas y con su sólida cultura jurídica.
Esperanzas opuestas a las de la triste experiencia fascista (no es coincidencia que nuestra Constitución sea antifascista) donde la vida de las personas contaba menos que nada, mientras que el Estado, rico y poderoso, era todo. Para decirlo en palabras de Benito Mussolini: «todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado».


En la nueva Italia, sin embargo, el Estado dejó de ser considerado un fin para convertirse en un instrumento con el que la República (todos nosotros) se organizó para conquistar sus objetivos.

Las esperanzas que animan nuestra Constitución han inspirado los objetivos de vida de Aldo Moro, y también han guiado su compromiso político, su actividad como docente universitario, su militancia en la sociedad y su vocación como cristiano. La democracia republicana ha necesitado mucho de este tipo de combatientes, porque el nuevo mundo tan profundamente anhelado tuvo que enfrentarse a las a menudo feroces resistencias de aquellos que perdieron sus privilegios y recursos.

La República, tras mil tropiezos y contradicciones, ha debido luchar de hecho para cambiar aquel equilibrio de poder, poniendo en el centro de sus preocupaciones, a través del voto y de la acción militante, a millones de personas hasta ahora excluidas de todo, redistribuyendo los recursos materiales (energía, uso de la tierra) e intangibles (educación y salud para todos), protección del trabajo (derechos de los trabajadores) y libertad de las mujeres (voto, nueva ley de familia, acceso a profesiones como las del poder judicial).


Moro escribe en 1975:

«En el transcurso de estos treinta años, un creciente número de ciudadanos y de grupos sociales, a través de la mediación de los partidos y de las grandes organizaciones de masas que animan la vida de nuestra sociedad, ha aceptado al Estado nacido de la Resistencia.
 
En ocasiones, la Resistencia se ha reconciliado con la democracia instigada por amenazas autoritarias y cierres clasistas. Pero, sobre todo, las clases largamente excluidas han ingresado como titulares plenos de derechos en la vida del Estado. Grandes multitudes lideradas por los partidos, los sindicatos, las organizaciones sociales, hoy garantizan ese Estado que un día vieron con hostilidad como un opresor irreductible.

Si todo esto sucedió en la lucha, en el sacrificio, es el mérito de la Resistencia, un movimiento que se ha movido en el sentido de la historia, poniendo la opresión antidemocrática al margen y dando cabida a las fuerzas emergentes y vivas de la nueva sociedad».

Aldo Moro, fue un luchador. ¿Con que armas? Con medios pacíficos, pero exigentes con la acción política: conocer los problemas, trabajar, viajar, reflexionar, desarmar, escuchar, debatir, respetar al interlocutor y reconocer su igual dignidad, dialogar, explicar, convencer, comprometer.

Libró batallas. ¿Pero qué batallas? Obviamente, aquí no es posible evocar todos los momentos y testimonios de su vida pública. Me remito de buen grado al hermoso trabajo realizado por el Centro de Documentación y Archivos Flamigni, diseñado para jóvenes y disponible para todos en el sitio web http://www.aldomoro.eu/mostra .

Me limito a recordar algunos puntos de fricción que iluminan en algo el sentido de sus luchas y soledades, incluidas los horrorosos 55 días de su cautiverio.

Muchas de las enemistades que se granjeó derivan de su insistencia en extender el espacio de la responsabilidad política a todos, como en el caso de la apertura de la DC a los socialistas a finales de la década de 1950 (que también lo llevó al borde de la excomunión); la crítica radical a los partidos por su incapacidad para acoger lo nuevo que provenía de una sociedad más participativa y exigente, y la demanda de justicia de los jóvenes de la década de 1960; la incorporación de las nuevas democracias poscoloniales a un diálogo respetuoso; aún más, la integración de la singularidad de los países del área soviética a una política de distensión y paz; la estrategia de apertura al PCI de mediados de los 70.

La gran derecha lo detestó durante toda su vida (y aún lo detesta). La "gran derecha", la que defiende los viejos intereses, la que quiere retroceder y quedarse allí para que nada cambie. Lo han detestado quienes practican la política tibia, cuyo horizonte es aquel donde termina el mundo de los grupos y de los pasillos. Lo ha detestado la izquierda —aquella promotora de la lucha armada— que ha visto en la democracia un freno al sueño de la revolución.

¿Cuáles fueron sus victorias? El haber contribuido con su compromiso y con toda su humanidad para que un pueblo humillado, pobre, desanimado y oprimido, hallara la manera de levantarse y, solidariamente, incluso con muchas dificultades, crecer unido.

Tal vez por esta razón durante estos largos 40 años desde su asesinato, tantas mujeres y tantos hombres "comunes" de las más diversas edades y orígenes, me han hablado de él como "uno de nosotros", oración que revela cuántas familias y cuántas personas han sentido que sus esfuerzos personales por mejorar y realizarse fueron acompañados por el trabajo y el compromiso sin reservas de mi padre, porque todos, todos podían tener "su aliento de libertad".


“La Stampa” del 25 febbraio 2018.