lunes, 15 de agosto de 2016

DESDE EL ANDEN

Rodolfo Fortunatti




Es innegable que las declaraciones de Burgos, entrañan un duro golpe. No tanto para el gobierno, que hace bastante tiempo había contabilizado la pérdida de afecto del exministro, o para los comunistas, que lo toleraron siempre como adversario declarado, sino para Carolina Goic. Para la propia presidenta de la Democracia Cristiana, que asumió en reemplazo del senador Pizarro hace cuatro meses y cuyo mandato se prolonga hasta diciembre próximo.

La embestida de Burgos es fuerte. Lo es al menos por dos razones. 

Primera, porque condensa toda la potencia ofensiva de los grupos internos y externos del partido con capacidad para movilizar ingentes recursos de poder económico —como los que representan El Mercurio y Copesa—, y que han entorpecido con éxito, si bien relativo, las reformas impulsadas por el Gobierno. Sectores que perdieron el ascendiente moral y cultural que detentaron antaño, y que hoy si acaso consiguen pañuelear el último adiós de un siglo xx que el país va dejando en el andén.

Segunda, porque el embate de Burgos es un ataque directo a la autoridad, la legitimidad y el cargo, la estabilidad y la representación, que detenta la senadora Goic. Es una vulneración de la investidura delegada por un partido que se rige por estatutos, que cuenta con una estructura y que dispone de una orgánica donde, teóricamente, los militantes fijan sus orientaciones y deciden sus estrategias. ¡Burgos es más grande que el partido…! No otra parece ser la advertencia que nos hacen los acontecimientos. Incluso Andrés Zaldívar, que justifica a Burgos, años después vino recién a hablar de su salida del gabinete, quizá por dignidad y por respeto hacia el partido, gesto que también tuvo Belisario Velasco.

Detrás de todo esto no ha de verse un factótum; alguien que lo concentra y lo maneja todo. Ni una amenaza fantasma en apariencia imbatible. Nadie en la Democracia Cristiana acumula semejante poder, y las experiencias recientes —como los triunfos de Provoste y Goic— así lo confirman. La militancia hoy se informa, se comunica y decide con mayor autonomía que la imaginada. Y por eso, siempre el desafío es diseñar propuestas, conquistar voluntades y encauzar la acción colectiva. Contrarrestando la manipulación corrosiva de la prensa dominante.

El problema lo tendrán la DC, el Gobierno y la Nueva Mayoría, si Carolina Goic pierde el control del timón. El problema lo tendrá, sobre todo, la centroizquierda, si la conducción política que actualmente ejerce la senadora es sobrepasada y arrastrada hacia un estado de crisis e ingobernabilidad. Sería ésta la circunstancia propicia para que la ruptura de la Democracia Cristiana con la Nueva Mayoría cobre fuerza y viabilidad política.

Quienes están por la proyección y fortalecimiento de la coalición de centroizquierda, y la base nacional y popular del partido lo está, debieran ser los más interesados en vigorizar el instrumento partidario.

Quienes apoyan las reformas emprendidas y la realización de las transformaciones pendientes, quienes piensan que la DC debe postular un candidato y que éste debe dirimirse en primarias, quienes creen que el próximo programa de gobierno debe ser fruto de un amplio y organizado ejercicio de participación; debieran ser los más proclives a generar alianzas estratégicas con la senadora Goic, cuyo liderazgo es garantía de estabilidad y de cohesión.

Porque sólo un pacto como éste puede asegurar que el Gobierno concluya en marzo de 2018, y que alejadas las incertidumbres del aventurerismo político que se asolea a diario en los balcones de la derecha, de esta obra surja un nuevo horizonte de realización para la justicia y las libertades.



PROGRESO CON EQUIDAD

Belisario Velasco






«El problema político de la Democracia Cristiana no es la izquierda, sino los desafíos que Chile debe acometer para alcanzar una convivencia civilizada fundada en los derechos políticos, económicos, sociales y culturales de las personas.»

¿CON QUIÉN piensa gobernar la Democracia Cristiana? No hay manera de responder a esta pregunta, sin responder a otra anterior y esencial: ¿qué es lo que quiere el país? ¿Cuál es su demanda?

Si como vemos a diario, la queja de los ciudadanos es por la inseguridad  que los apremia. Si como escuchamos en las calles y en los hogares, lo que pide la gente son pensiones dignas, salud asegurada, educación gratuita y de calidad, trabajo decente, instituciones de justicia que funcionen, y una vida cívica limpia, honesta y respetuosa de los derechos de todos. Si estas son las aspiraciones de Chile, un país cuyo ingreso por habitante -actualmente de 24 mil dólares- lo pone en el umbral de las naciones desarrolladas, entonces lo que necesitamos es ofrecerle a la ciudadanía un programa de crecimiento, de progreso, un proyecto de país para vencer las inequidades y vigorizar las instituciones libres.

Ese crucial impulso al desarrollo requiere del apoyo en las urnas y en el Parlamento. Precisa el concurso comprometido y sostenido de una coalición de partidos, porque, a diferencia del enorme apoyo popular que recibió la Democracia Cristiana en 1964 y 1965, hoy no existe ninguna colectividad que por sí sola concite aquella mayoría.

Una coalición se construye en torno a afinidades programáticas; no alrededor de dogmas religiosos. De lo contrario jamás habría sido posible la concurrencia de la Alianza Democrática formada por socialistas, comunistas, radicales, falangistas y un gran  sector de liberales en el gobierno de Juan Antonio Ríos, encabezados por Arturo Alessandri Palma. Y, desde luego, nunca habría habido Concertación ni Nueva Mayoría. Lo que une a los partidos coaligados son objetivos de política pública realizables en el curso de los cuatro años que dura una administración y su necesaria proyección. No ideológicos. Un gobierno debe saber proyectar un país a largo plazo.

Los partidos aliados debemos concordar previamente el programa y luego el candidato. Antes, sin embargo, cada colectividad debe fijar sus propios proyectos y prioridades, y seleccionar a la persona que mejor encarna esos anhelos. En la última Junta Nacional se acordó un itinerario que está obligada a respetar toda la militancia: De primarias y candidaturas presidenciales hablemos después de las municipales.

Hay quienes desahucian la Nueva Mayoría arguyendo que la DC ha perdido votación en alianza con la izquierda, o que la fuerza electoral del gobierno ha descendido por debajo del 20 por ciento por culpa de esta colaboración. El sector que lo plantea dirigió el partido cinco años, su presidente senador Ignacio Walker suscribió la Nueva Mayoría, el programa de gobierno y lo presidió hasta marzo de 2015. No existe  evidencia que dé crédito a dicha creencia. Un análisis semejante está más cercano a un especial voluntarismo que a la realidad. 

Chile no necesita decenas de pequeñas, aunque bien perfiladas, formaciones políticas, sino una gran coalición de centroizquierda, pues, en los agitados tiempos que corren, sólo quienes se mantienen unidos permanecen firmes. El camino propio condena a la extinción.

El problema político de la Democracia Cristiana no es la izquierda, sino los desafíos que Chile debe acometer para alcanzar una convivencia civilizada fundada en los derechos políticos, económicos, sociales y culturales de las personas.

Lo que ha hecho durante estos cuatro meses la mesa conducida exitosamente por la senadora Carolina  Goic, elegida por unanimidad en la Junta Nacional, es una garantía de estabilidad, unidad y coherencia con los compromisos que el partido ha asumido ante el país. Una obra de regeneración moral y política que demanda la adhesión disciplinada y la voluntad de servicio de todos los democratacristianos.

jueves, 4 de agosto de 2016

REFORMAS PARA EL MAÑANA


No dejes que nadie te vuelva a excluir del gobierno...
No dejes que nadie te vuelva a dejar fuera del programa...
Recupera tus sueños y tu voluntad política.