miércoles, 29 de octubre de 2014

DISTINGUIR PARA UNIR

Tomás de Aquino

En la prensa de los últimos días han arreciado los comunicados de prensa o entrevistas de dirigentes y parlamentarios de la Nueva Mayoría apuntando a las divergencias entre los partidos que la integran.

Independientemente que estas divergencias parlamentarias o de opiniones particulares se hayan exacerbado comunicacionalmente, entre nuestro Partido y el Partido Comunista o con personeros del Partido Socialista, no podemos -en conciencia- dejar de plantear nuestra preocupación republicana por lo que pueden significar las potenciales divisiones en el futuro. Muchos de nosotros ya vivimos la época en que se produjeron discusiones similares, las que ayudaron a generar la peor tragedia política y constitucional de Chile del siglo XX, la dictadura. Sabemos cómo comienzan las escaramuzas, pero también, donde pueden terminar. Dolorosamente, todos los chilenos/as aprendimos esa lección. Sabemos que el antídoto para hacer los cambios de fondo y evitar el marasmo de la reacción conservantista, es la unidad política y social del pueblo, que tiene actualmente su expresión en la Nueva Mayoría. 

Nos parece curioso que ahora, entren al debate algunos personeros que fueron actores importantes en la ingobernabilidad de esos años denunciando anticipadamente el posible fracaso de la Nueva Mayoría, así como en ese entonces pregonaron radicalizaciones ideológicas que obstaculizaron una unidad progresista y entre quienes deseábamos continuar con el cambio estructural iniciado con la Revolución en Libertad.

Nuestra condición de demócratas cristianos nos compromete a pedir con urgencia, señales que en lo fundamental sean de unidad dentro de la diversidad que tiene la actual mayoría política. Hay que responder oportuna y pertinentemente con eficiencia, a las esperanzas que Chile decidió por inmensa mayoría hace sólo diez meses.

Lo pedimos porque estamos profundamente convencidos de lo importante que es la acción concertada del gobierno y la orientación de los partidos que lo respaldan, de modo de cultivar cohesión y no diáspora paralizante. En esto creemos estar avalados por la historia de hace 50 años de nuestro país. Costó mucho sufrimiento, muerte y sacrificio, forjar la unidad para derrotar la dictadura. La capacidad para distinguir lo principal de lo adjetivo o circunstancial, tuvo un alto precio, sin embargo, hoy nos señala el camino que conduce al éxito o al fracaso,  en los emprendimientos colectivos.

Nos atrevemos a pedir esta actitud abierta y generosa, porque tenemos confianza en la Presidenta de la Republica y en nuestro partido, la Democracia Cristiana. También en la vocación de cambio de la Nueva Mayoría, más allá de la contingencia. No hacerlo significaría  servir el interés egoísta de la oposición de derecha que se opone a las reformas indispensables.

El gran valor de la Nueva Mayoría es su vocación de servicio al país expresado en un programa de transformaciones estructurales para ser realizado en libertad y democracia. Lo que sindica también a este agrupamiento, es que exige un respeto mutuo y encuentro entre estilos y formas diferentes. Para nosotros nos lleva a adscribir a la tesis tomista que señala que la diversidad no disminuye el valor de la identidad partidaria, sino que la proclama y profundiza, al converger en la unidad de propósitos con otros que son diferentes.

Esta unidad de objetivos y medios pacíficos, se logra paso a paso, a través de miles de pequeños gestos y prácticas. Se orienta usando rutas diversas, pero dirigidas hacia una genuina democracia, sustentada en el respeto a las personas y su dignidad, la igualdad ante la ley, la justicia, la libertad y la solidaridad. Recogemos en esto el aporte de siglos de experiencia vividos por muchos chilenos que fueron ampliando nuestra democracia. Insistimos que ni la sociedad plenamente democrática, ni la búsqueda de la justicia social, podrán ser conquistadas con proyectos divisorios y excluyentes.
En este sentido, propiciamos la exigencia de claridad y transparencia de lo que cada uno piensa respecto al futuro de Chile. ¿Con quién construir la unidad? El sentido de la verdad histórica de cada etapa debe observarse con todos sus matices, debe ser puesto sobre la mesa, para buscar el entendimiento sincero y claro, con todos los que están dispuestos a avanzar hacia un nuevo orden institucional, social, jurídico, político y económico de justicia y equidad. 
La principal forma de construir una verdadera alianza con otros, es teniendo claridad en el propio pensamiento y la disposición al encuentro fraterno. Con la identidad confirmada, conociendo los límites de las diferencias, podemos saber bien, hasta dónde estamos dispuestos a llegar. La unidad del pueblo chileno y la sociedad justa, debe ser consecuencia de pensamientos, ideales y afectos construidos en común, por sobre las reales diversidades que reconocemos. 

En 1988-89 pusimos fin al gobierno dictatorial, sin embargo, no conseguimos transformar lo suficiente la institucionalidad del sistema político y económico diseñado por los ideólogos neoliberales y aplicado por los guardianes fríos y pragmáticos del autoritarismo que consiguieron prolongarlo. Este segundo paso debe darse, con la gradualidad y la urgencia requeridas, pues es la tarea de esta hora. Hay que juntar fuerzas y curar heridas, para reiniciar desde ya el esfuerzo que permita superar un régimen económico que ha sido injusto, inmoral y deshumanizante, además ineficiente, para resolver los grandes problemas de la sociedad chilena, en el actual ciclo histórico. En definitiva construir un nuevo régimen político, inclusivo, participativo y democrático, desde la vigencia plena de los derechos humanos.
Ignacio Balbontín, Pedro Hernández, Patricio Huepe G., Rodolfo Fortunatti, Ricardo Moreno, Alejandro González G., Ramón Mallea A., Diego Calderón G., Mariano Ruiz-Esquide, Belisario Velasco, Jorge Consales, Alejandra Miranda, José Soto S., Pili Mallea A., Hector Gárate W., Leonel Sánchez, Carlos Eduardo Mena, Juan Manuel Sepúlveda M.
29 de octubre de 2014

martes, 28 de octubre de 2014

MERKEL Y BACHELET

Giovanna Flores Medina




Sonrientes, afables y coincidentes. Así se han mostrado ayer la canciller alemana Angela Merkel y la presidenta chilena Michelle Bachelet. Un retrato amistoso que, más allá de consolidar la imagen financiera de nuestro país —de la mano de quien controla con puño de hierro los rescates bancarios y la macroeconomía de la Eurozona—, marca un punto de inflexión en la coyuntura nacional.

Contra todo pronóstico de parte de aquellos que auguraban un mensaje poco conciliador de la líder de la CDU, la señal fue otra. Reforma Educacional, Nueva Constitución y un mayor posicionamiento en la Unión Europea, cuentan con el total respaldo de Merkel, lo que sólo fortalece a la Nueva Mayoría y la integración en el Gobierno de sectores de la izquierda, como el Partido Comunista.

Durante meses, la Reforma Educacional ha encontrado escollos en materia de gratuidad y el fin de la selección, siendo el último golpe mediático el lobby emprendido por los «colegios alemanes» que reciben financiamiento del Ejecutivo germano. Tanto, que el mismo representante de la Fundación Konrad Adenauer en Chile —entidad de marcado signo anticomunista y pro-liberal, que financia las estructuras más tradicionales de la Democracia Cristiana—, ejerce la vocería de las «deutschen schulen». Para ellos, estaría en juego la protección de la enseñanza de la lengua alemana y el patrimonio educacional que por más de un siglo han forjado acá.

Sin embargo, Merkel ha dicho que confía plenamente en el criterio de la Presidenta. El mensaje ha sido claro: el derecho garantizado a la educación y la enseñanza preferente de idiomas no tienen contraposición alguna, y no amerita la intervención de un Estado en otro.

Respecto de la Reforma Constitucional y el denominado «Acuerdo 2.0 con la UE», Merkel apoya a Bachelet, pues forma parte de su estrategia de giro hacia la socialdemocracia: ello le ha valido el 78% de aprobación de los alemanes y la fama de la mujer más poderosa de Europa.

Nuestra mandataria, por su parte, evidencia que no necesita de operadores ni de mensajeros que actúen ante otros gobiernos para llevar a cabo las reformas que exige una sociedad de derechos garantizados.

El balance de la Fundación Konrad Adenauer



La Segunda, 28 de octubre de 2014

domingo, 5 de octubre de 2014

¿CONSENSO? NO, GRACIAS





Rodolfo Fortunatti

Desde la actual mayoría democratacristiana han surgido voces promoviendo una mesa de consenso. Esto, de cara a las elecciones internas fijadas para el mes de marzo del próximo año.

En la colectividad siempre se ha entendido por mesa de consenso al consentimiento de todas las fracciones internas en torno a una directiva pluralista, amplia e integradora. Un ideal que, sin embargo, nunca se ha realizado, pues regularmente desde que desapareció la pequeña y comunitaria Falange Nacional, lo que aquí se llama consenso, en verdad corresponde a la formación de una mayoría representativa de las fuerzas que se expresan en la Junta Nacional. En consecuencia, ni todos los sectores concurren al consenso, ni todos los militantes se pronuncian sobre el consenso, que sólo puede ser generado en este órgano, y no a través de una elección directa, donde debería primar el principio de un camarada, un voto.

Usualmente quien ofrece el consenso (bien investido de la virtuosa unidad interna tenida por imperativa ante amenazas ciertas o aparentes) es quien ha perdido o desgastado su ascendiente, que sólo puede recuperar y prolongar mediante el expediente de una nueva alianza. 

Nada de esto es reprochable. El lenguaje político está hecho de tergiversaciones que enmascaran los genuinos propósitos de los actores, y de revelaciones que los descubren y muestran a la luz pública. Este intercambio dialéctico incluso puede ser beneficioso para los interlocutores.

El problema es que, hoy por hoy, el consenso no es una alternativa para la Democracia Cristiana. Y no lo es porque, después de la crisis del MAPU de 1969, nunca las visiones políticas, ideológicas y estratégicas del partido estuvieron más confrontadas que ahora. No obstante, se afirma que el fundamento para ese consenso emanaría del voto político aprobado en la última junta nacional. Hay que decirlo con claridad: en esa asamblea se aprobaron por unanimidad dos votos políticos, paradójica y obviamente no consensuales. Uno presentado por Ignacio Walker, y respaldado por Gutenberg  Martínez, Jorge Pizarro y Aldo Cornejo, y otro defendido por Mariano Ruiz-Esquide y Belisario Velasco. 

Lo crucial de la brecha abierta en aquella junta, y reflejada en los votos políticos aprobados, es que el punto de fricción no fue sino el que precisamente se alza como bandera del consenso, o sea, el de la identidad del partido, mismo punto que ha sido puesto de relieve en la controversia pública que les sucedió y que es replicada día a día en las conversaciones de las bases militantes del partido.

Estas diferencias no se resuelven al modo de un collage, mezclando materiales diversos, como resultaría siendo en la práctica este consenso «con horizonte estratégico». Porque la pregunta que surge entonces, luego de la evaporación del Plan Estratégico que ya pocos invocan, es ¿en qué consiste este horizonte estratégico? ¿Quiénes definen dicho horizonte? 

Las cosas han tomado otro curso. Más bien lo que se requiere es procesar, decantar y zanjar las contradicciones. Lo que se necesita es un acto conciliar que fije los nuevos términos del entendimiento democratacristiano. Y, después, vengan todos los consensos deseables que, no lo olvidemos, son consensos para algo tan concreto como es darle conducción al partido en los próximos dos años; no para asomarlo al nuevo orden temporal de inspiración cristiana. 

Este hecho conciliar puede serlo el VI Congreso de la DC, a condición que: a) cobre la jerarquía y trascendencia, que no ha tenido hasta hoy, en las máximas instancias de la colectividad; b) se realice con anterioridad a la elección de la mesa nacional; y c) se realice con anterioridad a la junta nacional que habrá de ratificar la elección o, en subsidio, proceder a la elección de la nueva mesa. Sólo así todo el partido quedará comprometido en la nueva etapa que se busca inaugurar y, sólo así, la conducción partidaria recuperará su legitimidad de ejercicio. Pero, consenso, por ahora, no, gracias.