jueves, 28 de febrero de 2013

¿UNA PRIMAVERA VATICANA?

Hans Küng
Tübingen, Alemania. 27 de febrero 2013 





La primavera árabe ha sacudido a un conjunto de regímenes autocráticos. Luego, con la dimisión del Papa Benedicto XVI ¿no será posible en la Iglesia Católica y Romana una primavera del Vaticano?

Por supuesto, el sistema de la Iglesia Católica no se parece a los regímenes de Túnez o Egipto y tampoco a una monarquía absoluta como la de Arabia Saudita. En estos lugares no existen auténticas reformas, sino sólo concesiones menores. En dichos Estados, la tradición siempre es invocada para oponerse a la reforma. La diferencia está en que mientras la tradición de Arabia Saudita se remonta a docientos años, en el caso del papado alcanza ya 20 siglos.

Con todo, ¿aún así es verdadera aquella tradición? De hecho, la iglesia progresó por un milenio de su historia sin un papado monárquico-absolutista del tipo con el cual estamos familiarizados hoy.

En efecto, no fue sino hasta el siglo 11 que una "revolución desde arriba", la "reforma gregoriana", iniciada por el Papa Gregorio VII, nos dejó los tres rasgos perdurables del sistema romano actual: un papado centralista-absolutista, el clericalismo obligatorio y la obligación del celibato para los sacerdotes y otros clérigos seculares.

 Los esfuerzos de los Consejos de reforma en el siglo 15, los reformadores en el siglo 16, la Ilustración y la Revolución francesa en los siglos 17 y 18, y el liberalismo del siglo 19 tuvieron solamente un éxito parcial. Hasta en el Concilio Vaticano II, de 1962 a 1965, mientras se trataban muchas de las preocupaciones de los reformadores y críticos modernos, estos intereses se vieron siempre frustrados por el poder de la Curia, órgano de gobierno de la iglesia, permitiéndose implementar sólo algunos de los cambios exigidos.

Hasta el día de hoy la Curia, que en su forma actual también es un producto del siglo 11, es el principal obstáculo para cualquier reforma profunda de la Iglesia Católica, es el freno a cualquier entendimiento ecuménico honesto con las otras Iglesias cristianas y religiones del mundo, así como a cualquier actitud crítica y constructiva hacia el mundo moderno.

Bajo la gestión de los dos papas más recientes, Juan Pablo II y Benedicto XVI, ha existido un fatal retorno a los viejos hábitos monárquicos de la iglesia.

En 2005, en una de las pocas acciones más audaces de Benedicto XVI, tuvo conmigo una amistosa conversación de cuatro horas en su residencia de verano en Castelgandolfo, en Roma. Yo había sido su colega en la Universidad de Tübingen y asimismo su más férreo crítico. Tanto que durante 22 años, gracias a la revocación de mi licencia de enseñanza eclesiástica por haber criticado la infalibilidad papal, no habíamos tenido el más mínimo contacto privado.
 

Antes de la reunión, decidimos dejar a un lado nuestras diferencias y discutir temas en los cuales podríamos llegar a un acuerdo: la relación positiva entre la fe cristiana y la ciencia, el diálogo entre las religiones y las civilizaciones, y el consenso ético a través de la fe y las ideologías.

Los mayores escándalos se han conocido durante su papado: el reconocimiento de Benedicto XVI al ultraconservador arzobispo Marcel Lefebvre de la Sociedad de San Pío X, que se opone amargamente al Concilio Vaticano II, así como de quienes niegan el Holocausto, en el caso, por ejemplo, del obispo Richard Williamson.

Allí está el amplio abuso sexual de niños y jóvenes por clérigos, de lo cual el Papa fue en gran parte responsable de encubrirlos cuando era el cardenal Joseph Ratzinger. Y allí está el asunto de "Vatileaks", que reveló una horrenda cantidad de intrigas, luchas de poder, corruptelas y errores sexuales en la Curia, y que parecen ser la principal razón que ha motivado la dimisión de Benedicto XVI.

Esta primera renuncia papal en casi 600 años pone de manifiesto la crisis fundamental que ha existido durante mucho tiempo y se cierne sobre una iglesia fríamente anquilosada. En este momento todo el mundo se está preguntando: ¿podría el próximo Papa, a pesar de todo, inaugurar una nueva primavera para la Iglesia Católica?

 Ahora, no hay manera de ignorar las desesperadas necesidades de la Iglesia. Hay una escasez catastrófica de sacerdotes, en Europa y en América Latina y África. Un gran número de fieles ha abandonado la Iglesia o se ha ido a una "emigración personal" de la fe, especialmente en los países industrializados. Se ha producido una manifiesta pérdida del respeto hacia los obispos y sacerdotes, la alienación, sobre todo por parte de las mujeres más jóvenes, y una falta de integración de la gente joven en la iglesia.

No deberíamos dejarnos engañar entonces por la cobertura sensacionalista de los medios a los espléndidos y masivos eventos papales o por los aplausos de los grupos de jóvenes católicos conservadores. Detrás de la fachada, la casa se está derrumbando.

 En esta situación dramática la Iglesia necesita un Papa que no esté viviendo intelectualmente en la Edad Media, que no haga de campeón de ningún tipo de teología medieval en la liturgia o la constitución de la iglesia. Se necesita un Papa que esté abierto a las inquietudes de la Reforma, a la modernidad. Un Papa que defienda la libertad de la Iglesia en el mundo no sólo para dar sermones, sino para luchar con palabras y acciones por la libertad y los derechos humanos dentro de la Iglesia, por los teólogos, por las mujeres, por todos los católicos que quieren decir la verdad abiertamente. Un Papa que ya no obligue a los obispos a estar a los pies de una línea política reaccionaria, que ponga en práctica en la iglesia una democracia adecuada, una formada en el modelo del cristianismo primitivo. Un Papa que no se deje influenciar por una "sombra papal" del Vaticano como Benedicto y sus más leales seguidores.

De dónde provenga el nuevo Papa no debería jugar un papel crucial. El Colegio Cardenalicio sólo tiene que elegir el mejor hombre. Lamentablemente, desde la época del Papa Juan Pablo II, un cuestionario ha sido utilizado para hacer seguimiento a todos los obispos en su aceptación de la doctrina católica oficial sobre temas controvertidos, un proceso sellado por un juramento de obediencia incondicional al Papa. Es por esta razón que, hasta ahora, no han existido disidentes públicos entre los obispos.

Sin embargo, la jerarquía católica ha sido advertida de la brecha entre ella y los laicos sobre cuestiones importantes de la reforma. Una reciente encuesta realizada en Alemania muestra que un 85 por ciento de los católicos está a favor de permitir que los sacerdotes se casen, el 79 por ciento a favor de permitir que los divorciados se vuelvan a casar en la iglesia y un 75 por ciento a favor de la ordenación clerical de las mujeres. Lo más probable es que aparezcan cifras similares en muchos otros países.

¿Podríamos tener un cardenal o un obispo que simplemente no quiera continuar en la rutina de siempre? Alguien que, en primer lugar, sepa cuán profunda es la crisis de la Iglesia, y en segundo lugar, conozca los caminos que conduzcan fuera de este dilema?

Estas preguntas deben ser discutidas abiertamente antes y durante el cónclave, ya que los cardenales están sin bozal, como lo estuvieron en el último cónclave, en 2005. 

Igualmente, en la última actividad teológica en que participé en el consejo del Concilio Vaticano II (junto con Benedicto XVI), me pregunto si podría ser que, al inicio del cónclave, como fue en los comienzos del consejo, que un grupo de valientes cardenales pudiere enfrentarse a la línea dura de esta iglesia católica y romana y exigir un candidato que esté listo para aventurarse en nuevas direcciones. ¿Podría esto ser provocado por un nuevo consejo reformado o, mejor aún, una asamblea representativa de obispos, sacerdotes y laicos?

Si en el próximo cónclave se elige a un papa que vaya por el camino de siempre, la Iglesia nunca más experimentará una nueva primavera. Caerá en una edad de hielo y correrá el riesgo de contraerse, al punto de convertirse en una secta cada vez más irrelevante.



Traducción de Giovanna Flores Medina  

miércoles, 27 de febrero de 2013

Adolfo Zaldívar, una trayectoria de servicio




En la madrugada de hoy miércoles 27 de febrero, falleció el actual embajador en Argentina, Adolfo Zaldívar Larraín, quien además fuera un emblemático dirigente de la Democracia Cristiana.

Adolfo Zaldívar nació el 13 de septiembre de 1943. Abogado, académico, diplomático y político Independiente. Presidente del Partido Demócrata Cristiano entre 2002 y 2006. Senador por la 18ª Circunscripción, Región de Aysén, entre 1994 y 2010 por dos periodos consecutivos. Presidente del Senado entre marzo de 2008 y marzo de 2009. Embajador de Chile en Argentina entre junio de 2010 y fines de 2012.

Se inició en política durante su época universitaria, en 1965, como jefe nacional universitario del Partido Demócrata Cristiano. Posteriormente, fue elegido consejero nacional de la Juventud de su partido, entre 1970 a 1972. Al año siguiente, fue designado jefe nacional de abogados de la colectividad, donde se mantuvo hasta 1980. Más tarde, entre 1983 y 1989, formó parte de la Comisión Fiscalizadora; fue consejero nacional, entre 1983 y 1990; y primer vicepresidente nacional.

En 1989 fue candidato a senador por la Tercera Región de Atacama, sin resultar electo.

Entre 2002 y 2006, presidió la Democracia Cristiana.

En 2005, fue precandidato presidencial de la Democracia Cristiana, siendo derrotado en las elecciones internas de la Junta Nacional por la candidata María Soledad Alvear Valenzuela. En su campaña, los medios de prensa denominaban a su lista como la de "los colorines", debido a su color de pelo.

Tras más de cuarenta años de militancia en el Partido Demócrata Cristiano, el 27 de diciembre de 2007, el Tribunal Supremo de la colectividad lo expulsó por su forma de actuar en el Congreso frente a ciertos temas de interés para el conglomerado, especialmente en torno al financiamiento del Transantiago, sistema de transporte público de Santiago. Actualmente, se mantiene como Independiente.

En enero de 2009, anunció su candidatura a las elecciones presidenciales de diciembre de 2009, esto a solicitud del Partido Regionalista de los Independientes (PRI), que preside en la actualidad. Finalmente, desistió posteriormente por la baja adhesión ciudadana.

Para las elecciones parlamentarias de diciembre de 2009, decidió no repostularse al Senado.

En junio de 2010, dejó la presidencia del PRI luego de aceptar la designación como embajador de Chile en Argentina, bajo el gobierno del presidente Sebastián Piñera.