jueves, 30 de mayo de 2013

EL DESENFADO

Rodolfo Fortunatti


La agresión contra Michelle Bachelet es un medio a través del cual se ha buscado humillarla, pero es también un medio para conseguir un fin político que va más allá de la humillación y fragmentación de la integridad personal de la ofendida.


Más que la democracia, es la libertad la que se pierde con las agresiones físicas y verbales que desde hace algún tiempo vienen crispando el ambiente político. Las hemos visto en el comportamiento de ministros, parlamentarios, intendentes y dirigentes de partidos. Lo peor es que su ejemplo empieza a ser emulado en toda la escala social, destruyendo valores intangibles que han perdurado rescatados con no poco sufrimiento de un pasado de intolerancia, oscuridad y violencia. Es el desenfado, esa conducta que, de irreverente pasa a ser insolente, a menudo se expresa con descaro, a veces roza la impudicia, pero siempre asoma como una manifestación del ánimo. El desenfado supone viveza, prontitud, resolución y cierta especie de violencia.

Cuando Elías Sanhueza escupe a Michelle Bachelet, la degrada a ella, la desprecia a ella, la desconoce a ella, la desprovee a ella de humanidad, pero también se envilece a sí mismo y a la sociedad de la cual forma parte, pues somos libres en la misma medida que consideramos y reconocemos al otro. Cuando escupimos al otro, somos «nos otros» quienes nos escupimos, nos rebajamos y nos deshumanizamos. Somos más libres y hacemos más libres a los demás, cuando asumimos la condición del otro, y la hacemos parte de nuestra propia identidad personal. Por el contrario, nos hacemos esclavos y esclavistas, cuando negamos a los otros.

La de Sanhueza, el estudiante de antropología —elocuente paradoja de quien se especializa en cultura y humanidad— es una violencia personal y social. La agresión contra Bachelet es, primero, un medio a través del cual el universitario ha buscado humillarla. Al escupirla ha querido herir la dignidad personal de la ex mandataria. Pero, seguidamente, su agresión es un medio para conseguir un fin político, un propósito que va más allá de la humillación y fragmentación de la integridad personal de la ofendida. Sanhueza declara: «No me arrepiento, bien merecido lo tenía. Desde el 2006 que esta señora está mintiéndole a la gente». El alumno de la Universidad de Tarapacá, se ha valido así de Michelle Bachelet para convertirse en un ícono más del desenfado.

Él actúa ante las cámaras fotográficas y de televisión, ante los periodistas y las comitivas que acompañan a la ex Presidenta. El suyo es un acto premeditado. Sabe que podría ser reducido y reprimido, como en la práctica lo fue. Pero ha calculado este costo en sus previsiones, y podría ser bastante bajo comparado con los beneficios que le reportará su exposición mediática. Sanhueza es consciente de que su conducta impactará en la opinión pública, sea para concitar el repudio, o para despertar la aceptación y la solidaridad.

Y no se ha equivocado.

La justificación de su proceder aflora elemental, básica, trivial, en la voz de José Ancalao, ex vocero de la Federación Mapuche de Estudiantes, también alumno de Antropología: «Malestar ciudadano le llega en la cara en forma de escupitajo a Bachelet jajajajaja que wena!»  El twittero celebra la acción, pero a su vez la convierte en símbolo de un malestar ciudadano —siempre indefinido e indeterminado— dirigido esta vez contra Bachelet. En el mundo de Ancalao, que cuenta en twitter a cerca de doce mil seguidores, este tipo de agresiones es tolerado como el comportamiento normal de los mortales. La agresión es tenida como recurso igualador; todos pueden emplearla o hacerse víctimas de ella sin distinciones. «No sé por que se espantan —escribe el otrora aspirante a diputado— a cualquiera le puede llegar un escupitajo de alguien q no nos quiere, ¿porque a ella no? o no es mortal como todos»

Y es precisamente esta creencia la que revela en toda su magnitud la distorsión de valores que subyace al juicio. Aquella aceptación de la violencia como un medio al cual todos tienen igual acceso para imponer sus convicciones. Sólo que la violencia no nos iguala; con ella siempre se impone la voluntad del más fuerte. Lo que en verdad nos hace semejantes es el respeto. El respeto, que es la obligación de tratar al otro en su mejor dignidad. El respeto, que me ampara frente a la arbitrariedad de las coacciones y agresiones.

El principio activo del respeto consiste en no usar jamás a la persona como instrumento para un fin. Así lo entendieron Immanuel Kant, Hannah Arendt y, en nuestros días, Paul Ricoeur, soportes morales e intelectuales de las ciencias de la cultura. El respeto se alza como lo opuesto de la violencia, ejercicio éste donde las personas son instrumentalizadas para obtener un fin, con lo que invariablemente se termina fragmentando al individuo y a la sociedad. En la violencia se corre siempre el riesgo de que el fin justifique la instrumentalización de los seres humanos. Por eso, la violencia no puede ser fundamento de la democracia ni de la convivencia pacífica, si no, todo el edificio de los derechos humanos se vendría abajo. Es a lo que puede conducirnos el desenfado llevado al límite de esta especie de violencia tenida como legítima.

miércoles, 29 de mayo de 2013

LA DC Y EL PARTIDO COMUNISTA


Francisco Huenchumilla Jaramillo


                                                                                                        
Ante la posibilidad, casi cierta, de que el Partido Comunista forme parte de la coalición  opositora  y, eventualmente,  de ese futuro gobierno, se ha producido un debate en torno a este tema donde no han faltado los dimes y diretes entre dirigentes de ese partido y  de la DC, con la participación lateral e interesada  de la derecha y de sus medios asociados.

Uno comprende que la derecha  vaya con todo cuando se trata del Partido Comunista y que, además, trate de allegar agua al molino de sus candidaturas, y de acomplejar psicológicamente a la DC con los fantasmas del pasado. ¿Pero la DC deberá pisar el palito del anticomunismo endémico de la derecha o tener una mirada realista y más propia del siglo 21 sin muros y sin murallas?

Ese escenario adquiere, ahora, más posibilidades  con el apoyo que acaba de dar el PC a Michelle Bachelet para las primarias presidenciales del 30 de Junio próximo, lo cual significa que, de mantenerse la actual tendencia, la DC, irremediablemente, se va a enfrentar con la disyuntiva de tener que decidir si formar parte o no de una misma coalición con el Partido Comunista.

Esta decisión  no será fácil, habida consideración de los antecedentes existentes en torno al tema.

¿Porque, qué es lo que molesta específicamente a la DC?

¿Es la postura del PC frente a Cuba, respecto de la situación de los derechos humanos, y una que otra declaración, casi anecdótica, respecto de Corea del Norte?

Al parecer, esto no es sino el reflejo de algo más profundo que, en definitiva, se traduce  en el hecho de que el PC avale un régimen político que relativice en otro país, Cuba en este caso, principios tan altamente valorados  en Chile como es la doctrina de los derechos humanos.

Es decir, lo que molesta a la DC es que el Partido Comunista no condene la violación de los derechos humanos que se producen en Cuba y que, al no compartir dicha postura, esto devenga en un escenario que dificulte la posibilidad de formar parte de una misma coalición opositora y, eventualmente, gubernamental. O sea, se trataría de una cuestión de principios, es decir de una cuestión doctrinaria.

Lo ha dicho Claudio Orrego (y también Andrés Velasco) de que en caso de ganar las elecciones, el PC no formaría parte de su gobierno; nada han dicho si eso implica también, rechazar un eventual apoyo del PC a sus candidaturas o el simple hecho, pero no menos importante, de rechazar también los votos comunistas.
Conviene, entonces, aclarar este incordio: si para formar parte de una misma coalición electoral y, con mayor razón, de una misma coalición gubernamental es menester compartir o concordar posiciones doctrinarias, sobre todo en una materia tan importante como los derechos humanos.

Al parecer el problema se reduciría a una posible coalición gubernamental, toda vez que en materia electoral se han producido acuerdos para terminar con la exclusión del Partido Comunista de manera bastante exitosa como que éste tiene 3 diputados y varios alcaldes y concejales que, de no haber existido dicho acuerdo, tal resultado, probablemente, no se habría producido.

De tal manera que recibir y aceptar los votos de los comunistas no sería el problema porque, como ya se ha dicho, esto ha sucedido no sólo en las recientes elecciones municipales y parlamentarias sino también en todas las últimas elecciones presidenciales.

La diferencia estaría en que antes el PC aportaba sus votos desde afuera y, por ello, nadie planteaba cuestionamientos doctrinarios y, ahora, tal partido quiere participar no sólo aportando sus votos, como mal menor,  sino que apuesta a un diseño distinto aspirando a participar como socio en la coalición electoral y, también, en un eventual gobierno de dicha coalición.

Entonces, claro, se plantea, hay una cierta diferencia.

Para formar una coalición, ¿es menester compartir cuestiones doctrinarias?

La verdad es que la formación de una  coalición o pacto político, integrado por partidos que propugnan distintas corrientes doctrinarias, implica la búsqueda de  un mínimo común denominador de acuerdos que superen las diferencias, sin que éstas dejen de existir puesto que, se trata de partidos diferentes, y cuya  rica diversidad es una fortaleza que reflejará la realidad del país pero que, al mismo tiempo,  pueda demostrarse capaz de alcanzar una plataforma común. Es decir, unidad en la diversidad.

Esta unidad se logra sobre un programa concreto que debe ser aplicado en un periodo determinado, o sobre un tópico concreto de relevancia política. Y, naturalmente, ese programa no reflejará todas las aspiraciones del partido porque, al entrar en sociedad deberá posponer varios, y probablemente algunos muy importantes, de sus puntos de vista, en aras de ese mínimo común que le da la base de sustentación a la existencia de una coalición. Es más, la sola existencia de una coalición supone la disponibilidad a bajar las banderas propias en la búsqueda de un denominador común en el cual, en todo caso, los acuerdos superen a las diferencias. Si éstas son mayores que aquéllos, entonces no es posible una coalición. Esta, siempre va a suponer que el mínimo común denominador sea un consolidado en que los acuerdos superen a las diferencias. Por lo tanto, no hay que tenerle miedo a las diferencias en la medida que los acuerdos sean mayoritarios. Para ello, se bajarán aquellos aspectos doctrinarios, ideológicos o políticos que sean  incompatibles con los puntos de vista de alguno de los socios, puesto que, en esta materia, es difícil, sino imposible, la regla de la mayoría, más bien debe existir unanimidad; piénsese, por ejemplo, en el aborto, materia en la cual, probablemente, nunca va a existir acuerdo, por lo cual este punto formará parte de las diferencias y no de los acuerdos, manteniendo cada uno sus puntos de vista.

Por otro lado, un programa de gobierno es algo acotado en el tiempo y en las materias acordadas, en la medida que él debe tener un mínimo de realismo y responsabilidad con lo que es posible o no posible  hacer en el periodo presidencial para el cual se construyó el acuerdo, sin perjuicio de que se puedan sentar las bases para programas de más largo alcance.

Por lo tanto, nunca en un programa de gobierno van a estar en juego las diferencias más importantes, desde el punto de vista doctrinario, ideológico o político porque simplemente en esos tópicos jamás va a existir acuerdo. La pregunta es entonces si, a pesar de esas diferencias es posible un acuerdo sobre la base de un  mínimo común denominador para un programa acotado de gobierno olvidándose de las diferencias insalvables.

Aquí entramos al fondo del problema.

¿Es posible pensar distinto y tener ideas o visiones diferentes del mundo y de la vida y de la forma en que debe organizarse la sociedad? Naturalmente que sí, aunque durante la dictadura, en la Constitución del 80, se sancionaba como delito, en el famoso artículo 8°, la profesión de determinadas ideas. Tal artículo fue derogado, y con razón, al llegar la democracia, puesto que no puede la sociedad sancionar el hecho de profesar determinadas ideas. Se sancionan los hechos y  las conductas, no las ideas.

En este plano, es un hecho cierto y aceptado por todos que el Partido Comunista tiene en el plano de la teoría y de la doctrina política un sistema de ideas totalmente distinto a las que profesa la Democracia Cristiana. Y también es verdad que la DC respeta y acepta que el PC tenga sus ideas y se organice como partido político y participe plenamente de la vida política democrática de Chile desde siempre (piénsese en el discurso de Radomiro Tomic con ocasión de la proscripción del PC a propósito de la ley de Defensa de la Democracia). Jamás la DC ha sido partidaria de proscribir al PC por las ideas que profesa. Nunca las ideas del PC han molestado a la DC al punto de negarle su existencia como partido. No las comparte y las puede combatir, pero jamás al punto de no permitir que las sostenga y, ciertamente, que las difunda. Las ideas se combaten con ideas.

En ese plano, la mirada que puede tener el PC respecto de Cuba, desde el punto de vista doctrinario, es, naturalmente, muy distinta de la que tiene la DC porque ambos parten de un sistema de ideas diferentes. 

La mirada del PC es a partir del marxismo-leninismo, que ese partido profesa, con pleno conocimiento y aceptación del país, como que participa plenamente de la vida institucional desde unos 100  años a la fecha. No podría, ahora, la DC, alegar desconocimiento de las ideas del PC  y extrañarse de sus posturas. No son por sus ideas por las que el  PC es plenamente aceptado en el sistema político chileno. El PC es aceptado, no obstante adscribir al marxismo leninismo, porque se atiene a las reglas del juego del sistema entre las cuales está la posibilidad de cambiar la sociedad mediante el libre debate de las  ideas  y porque, además, eso excluye el recurso de la violencia.

En consecuencia, el PC tiene pleno derecho a profesar el marxismo-leninismo como la derecha a profesar el neoliberalismo, con la única condición para ambos de atenerse a las reglas del juego democrático.

El PC nunca ha tenido la posibilidad en Chile de poner en práctica su modelo alternativo al capitalismo; y no la tuvo, incluso, en la época de una correlación de fuerzas más favorable en el mundo de la Guerra Fría con la existencia de la Unión Soviética. Sin duda, hoy día existen condiciones menos favorables, no obstante la existencia de potencias mundiales que profesan y practican el marxismo leninismo, si bien es cierto que en contextos culturales muy diferentes a los nuestros.

Pero, así y todo, el PC sostiene, en el Chile de hoy, sus tesis de un modelo alternativo al capitalismo lo que constituye un derecho que esta sociedad no sólo le reconoce sino que, más aún, le acepta, y le permite para que compita por sus ideas, las difunda y las someta al escrutinio público; y es lo que ha hecho el PC en sus 100 años de existencia. Otra cosa, es el grado de penetración y aceptación que sus ideas y propuestas hayan podido tener en la sociedad.

Al pretender, el PC, formar parte de la coalición opositora, cabe de cajón que no lo hace pretendiendo que en el mínimo común denominador acordado  uno de  sus capítulos  sea su  sistema de ideas doctrinarias. Tal pretensión (que por cierto nunca ha existido) haría y hace inviable una tal coalición. Es justamente, dejando de lado su modelo de sociedad basado en el marxismo leninismo lo que hace viable una coalición con el PC. 

Claro que no sería propio de la política que, aparte de concordar un mínimo común denominador programático, los partidos se hicieran exigencias mutuas de renuncias a sus postulados doctrinarios. No se trata de formar un solo partido. Tal asimetría no sería racional. Se trata de que no obstante las diferencias, se pueda construir un proyecto y programa para un  periodo concreto de un  ciclo histórico del país. Es claro, que el hecho de haber formado parte de la Concertación jamás significó o pudo significar para la DC una renuncia a su doctrina y cuerpo de ideas. ¿Por qué, entonces, habría de hacérsele tal exigencia al PC?

Frente a un  programa de gobierno o a un tópico concreto de relevancia política no veo cuál sería la dificultad doctrinaria para que la DC pudiera sellar determinados acuerdos programáticos o específicos con cualquiera de las fuerzas políticas que actúan dentro del sistema, en la medida que tales programas o puntos específicos sean para el “aquí y el ahora”, sin comprometer éticamente sus convicciones. Así ha sido, por lo demás, históricamente. Baste recordar, la conformación de la CODE, el año 1972, pacto electoral que se formó para enfrentar una coyuntura que la DC estimó, legítimamente, en ese contexto histórico, como necesario para enfrentar el cuadro político-institucional que vivía el país en ese entonces, no obstante que en la derecha, con toda seguridad, se incubaba gran parte de los que posteriormente serían actores relevantes de la dictadura y cuya estela los persigue hasta nuestros días. O el acuerdo para un tópico de gran relevancia política alcanzado con la UDI para dictar una ley exprés que permitiera salir a la DC del atolladero auto-infligido de mal inscribir sus candidaturas parlamentarias. O recientemente, el acuerdo alcanzado con Renovación Nacional para cambiar el régimen político y específicamente el sistema binominal, no obstante que dicho partido, una vez más, incumplió su palabra en esa materia.

Hoy día, 23 años después del término de la dictadura, el binominal es la camisa de fuerza del sistema y una vida  más justa e igualitaria es el sentimiento generalizado de la sociedad, cuestiones ambas que la derecha de una manera torpe y miope se niega a aceptar. Para realizar esos cambios es menester conformar una gran mayoría política y social que se adelante a las premoniciones que dicen que los “cambios se harán a la buena o a la mala”. La DC quiere hacerlas a la buena. Pero, para ello, tal  mayoría política y social debe ser  contundente. Naturalmente, que no es esto una cuestión doctrinaria. Es el máximo realismo político de lo que el país demanda. Nada  de ello es óbice para una adecuada y correcta negociación que cautele debidamente los intereses de la DC, lo que dependerá, entre otros factores, cómo no, de la capacidad política de sus dirigentes. El que no quiera oír que no oiga. 

Mayo de 2013.

sábado, 4 de mayo de 2013

PRIMARIAS PARLAMENTARIAS DE LA CONCERTACIÓN


La lucha para terminar con los abusos y la desigualdad escandalosa, para convertir a Chile en un país de ciudadanos y no de consumidores, para contar con un Estado fuerte y eficiente, y un mercado bien regulado, que promueve la innovación y el desarrollo, requiere la construcción de una verdadera mayoría, la que convoca al centro y a la izquierda a que juntas, concuerden u programa común.

Estimados Presidentes de Partidos,

Conozco el compromiso personal de cada uno de ustedes con los objetivos de profundizar la democracia, abrir verdaderos espacios de participación y mejorar la calidad de la acción política. Son anhelos que la inmensa mayoría de las chilenas y chilenos compartimos.

Es por esa razón que el fracaso de la negociación que llevaran a cabo los partidos que integran el pacto “Nueva Mayoría” para concordar primarias parlamentarias constituye no sólo una mala noticia para quienes creemos en los objetivos que acabo de señalar, sino también provoca frustración y molestia.

Nuestro país espera que lejos de limitarnos a contemplar la guerra fratricida y desleal que parece instalarse entre las candidaturas de gobierno, seamos capaces de someternos a exigencias mucho mayores. Chile espera más de nosotros y esto no puede demorar más.

Como candidato presidencial de la Democracia Cristiana y decidido militante de nuestra coalición, los llamo a llevar a cabo un esfuerzo como el que nunca antes hemos promovido.

Nuestras primarias presidenciales deben ser la oportunidad para generar ideas, para convocar nuevos liderazgos, para renovar los existentes. Deben ser un espacio en el que animemos a mucha gente a comprometerse con nuestra democracia y asumir responsabilidades en ella. En ese espíritu los invito a sentarse nuevamente a la mesa de negociación y concordar ahora, sin dilaciones, la realización de primarias parlamentarias vinculantes no más allá del 28 de julio, una vez que hayamos elegido a nuestro abanderado presidencial.

Mi partido ya ha seguido ese camino para elegir a sus candidatos a concejales y alcaldes, a su candidato presidencial y a un número significativo de sus candidatos a diputado. Es posible. Es necesario. Toda nuestra energía debe estar puesta en recuperar el empuje de nuestra democracia, romper el nefasto sistema binominal que inmoviliza a las mayorías, refrescar nuestro sistema político y conectarlo nuevamente con la ciudadanía. Cumplir este compromiso requiere de todos nosotros generosidad, flexibilidad y convicción. Nunca ha sido fácil conciliar los intereses legítimos de los diferentes miembros de nuestra coalición, pero todo lo bueno que hemos hecho por Chile ha sido fruto de nuestra capacidad para ponernos de acuerdo cuando lo que está en juego es el bien superior de nuestro país.

Entiendo perfectamente las dificultades logísticas, financieras y políticas detrás de una decisión de esta envergadura, pero entiendo también que nuestra credibilidad está debilitada, y que los ciudadanos de Chile nos piden un esfuerzo extraordinario para mejorar las condiciones de vida de todos nuestros compatriotas.

La lucha para terminar con los abusos y la desigualdad escandalosa, para convertir a Chile en un país de ciudadanos y no de consumidores, para contar con un Estado fuerte y eficiente, y un mercado bien regulado, que promueve la innovación y el desarrollo, requiere la construcción de una verdadera mayoría, la que convoca al centro y a la izquierda a que juntas, concuerden u programa común. Esta es la hora de la audacia y la generosidad. Pueden contar con mi compromiso para esto.

Les saluda afectuosamente,
Claudio Orrego Larraín
Candidato Presidencial
Democracia Cristiana

 3 de mayo de 2013