miércoles, 26 de diciembre de 2007

El riesgo de la DC es seguir transitando igual que ahora

Entrevista al senador Ruiz-Esquide

El senador por la Octava Región Sur advierte el riesgo de una eventual renuncia del presidente del Tribunal Supremo de la DC, Carlos Figueroa, que puede ser malinterpretada en el partido. También asegura que el factor Zaldívar no es “la esencia de la enfermedad” que azota hoy a la tienda falangista.

Paralelo a los problemas que se han presentado en la Democracia Cristiana (DC) con la renuncia de Carlos Figueroa a la presidencia del Tribunal Supremo (TS) del partido, algunos sectores mantienen en pie la propuesta de convenir una mesa de consenso integrada por las sensibilidades más representativas del falangismo, para enfrentar los comicios municipales de noviembre del 2008.

Sin embargo, hay quienes señalan que ello sólo llevaría a profundizar la actual crisis partidaria. Uno de ellos es el senador chascón Mariano Ruiz-Esquide, quien se sumó la semana pasada al grupo liderado por el presidente del Senado, Eduardo Frei, para analizar una salida política al conflicto que mantiene cruzados a la mesa alvearista con el líder "colorín".

Sobre el senador Adolfo Zaldívar pesan dos solicitudes de expulsión, las cuales se podrían decidir a partir de hoy, fecha en que se reúne a deliberar el TS y donde también podría concretarse la renuncia de Carlos Figueroa.

- ¿Cómo queda de aquí en adelante el escenario en la DC, luego de la renuncia de Carlos Figueroa a la presidencia del Tribunal Supremo?

-No puedo responder eso porque es casi una adivinación. Si uno cruza los reglamentos, los estatutos, la forma de actuar del Tribunal, qué debe hacerse desde la mesa y la situación concreta del problema del momento, no tengo ninguna forma racional de saber qué sucede hacia delante. En todo caso, mi planteamiento es -y estoy tratando de ubicar a Carlos Figueroa para decirle- que ni él ni el vicepresidente deben renunciar.

-El senador Jorge Pizarro espera que la mesa directiva y el consejo rechacen la renuncia de Figueroa, porque el tribunal debe terminar el trabajo que empezó. ¿Comparte esa opinión?

-Sí, pero por otras razones.

-¿Cuáles?

-Mi razón fundamental es la siguiente: Aquí él (Figueroa) ha cumplido con su obligación y el tribunal ha hecho un trabajo determinado cuyo resultado no lo conocemos, porque él insiste en que aquí no hay fallo contra Adolfo Zaldívar. Segundo, él se siente traicionado por alguien de su propio tribunal, o tal vez alguien de la secretaría, o tal vez alguien "x", no sabemos quién fue el que traspasó esos antecedentes.

-¿De donde es más coherente pensar que se filtró la información, desde el sector alvearista o "colorín"?

-Es que puede ser cualquiera a estas alturas. Entonces, frente a su renuncia tengo dos observaciones. La primera, rescatar el valor ético. Él dice yo soy el presidente, me han traicionado, me siento traicionado, por lo tanto no me siento en condiciones de continuar. Como se dice en Europa, "shapoo", esto significa le sacamos el sombrero por su reacción ética. Pero desde el punto de vista formal y de las cosas de fondo, si él no es responsable no veo por qué tenga que renunciar y, además, si él renuncia se produce una renuncia del vicepresidente y se puede producir una renuncia masiva y quedamos, en materia disciplinaria y de un órgano importante, prácticamente en una cosa vacía que no sabemos qué va a suceder. Con eso triunfa aquel que comete el delito. Por lo tanto, creo que debería desistir de su rechazo y que se vuelva a hacer lo que falta, se haga y se falle, cualquiera sea el fallo.

-Si la mesa y el consejo nacional rechazan la renuncia, ¿estaría obligado a continuar Carlos Figueroa?

-Claro, pero no sería bueno que lo hiciera así porque entonces la defensa de Adolfo va a decir: Ahora sí que está obligado (Figueroa) con la mesa directiva, porque como le rechazó (la renuncia) está en deuda.

-A pesar del portazo que dio la senadora Alvear a la futura mesa de consenso de la DC, ¿sigue vigente la propuesta?

-No creo que ella haya rechazado la mesa de consenso, lo que ha rechazado es que los que son presidenciables a la República no entren a la nueva mesa, que es nuestra propuesta. Pero ése es un tema que se va a discutir más adelante. Ahora, si no es posible conciliar la integración de los que son abanderados, buscaremos lo que sea posible u otras fórmulas de acuerdo.

-¿Qué explicación dio la senadora Alvear para no aceptar la totalidad de la propuesta de mesa de consenso?

-Dijo que era más consistente que quien tenía mayoría pudiera estar presente en ambas tareas, dirección del partido y candidata presidencial. Además, minimizó los riesgos de estar todos los días en el trajín diario y cree que es más lógico su propuesta.

-¿Comparte la crítica del alvearismo que cuestiona la intervención del senador Eduardo Frei en el conflicto, acusándolo de tener sólo ambiciones presidencialistas?

-Creo que sería muy duro juzgar si Frei sólo tiene esta ambición. De que la tiene, la tiene. Yo le he preguntado y él me ha dicho que sí y todos sabemos que la tiene. Así como tampoco nadie duda de que Alvear quiera ser Presidenta de la República. Por eso prefiero que el debate se haga sobre hechos concretos y no sobre intenciones.

-¿Qué viene ahora que el alvearismo cerró la puerta a la mesa de consenso?

-Junto a otros representantes del sector chascón proponemos que las deliberaciones de la próxima junta nacional se enmarquen en lo resuelto por el congreso y se traduzcan en líneas de acción política, estratégica y programática. Pensamos que el caso Zaldívar es un hecho importante, pero no es la esencia de la enfermedad, sólo un síntoma que viene de atrás y cualquiera sea el resultado del fallo del TS, el partido no va a morir ni se va a desviar de la línea del congreso. Por ello insistimos en que el partido debe renovar su directiva, expresando la máxima pluralidad y para eso se requiere de la máxima generosidad de todos, rechazando de paso cualquier tentación de personalismos.

-¿Usted está disponible, si le piden que asuma un rol protagónico en la conducción partidaria?

-Todos debemos estar dispuestos, pero con la misma claridad le digo que no estoy en situación de responder sí a su pregunta, porque si lo hago, rompo el esfuerzo que estamos haciendo. De manera que yo no estoy en ésa, ni ninguno de nuestro grupo. Estamos por hacer una tesis y de eso que surja una mesa lo más integrada e inequívocamente imparcial para todos. Pero yo no soy candidato.

-¿Qué riesgos observa en la DC, si no logran una mesa de consenso?

-El riesgo es seguir transitando igual que ahora, porque no creo que se rompa. Sin embargo, las dificultades serán mayores. Por eso que también estamos abiertos a convenir una fórmula aleatoria.

-¿Observando el problema con mayor distancia, cree que la directiva alvearista exageró al pedir la expulsión de Zaldívar?

-La mesa no podía hacer otra cosa que recurrir al TS.

-¿Pero era necesario pedir su expulsión?

-Eso fue una petición. Ahora, puedo compartir que fue un error político de la directiva.






viernes, 21 de diciembre de 2007

Los Caminos de la Conciliación Democratacristiana

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Nadie en la Democracia Cristiana ignora el difícil momento por el que atraviesa el Partido. Aún admitiendo los matices que existen entre nosotros respecto a su magnitud, es innegable que todos hemos sido conmovidos y puestos en actitud vigilante. Este hecho representa un primer paso hacia la salida de la espiral, pues un problema que nos compromete a todos acaba llamando la atención de todos. Esto, desde luego, nos acerca a una mirada común.

Y no es el único gesto. Observamos con esperanza cómo se multiplican las voces que llaman a serenar los espíritus y a buscar genuinos caminos de entendimiento. Por el solo hecho de hacerse públicos, tales pronunciamientos entrañan actos políticos de enorme valor, pues colocan a sus autores en la obligación de exigirse a sí mismos lo que piden a los demás. Este principio de reciprocidad, de ponerse mentalmente en el lugar del otro, puede que parezca insuficiente para resolver los conflictos, pero su ausencia torna muy dificultoso, si no imposible, un diálogo racional y objetivo.

El Partido necesita profundizar el diálogo. El Partido necesita debatir. Necesita deliberar, porque esta impelido a tomar decisiones. En unas semanas, el 12 de enero, vence el plazo establecido para publicar las conclusiones del Quinto Congreso, así como las reformas orgánicas encomendadas a la Comisión de Estatutos, las cuales, a través de la Junta Nacional, deberán convertirse en la línea política de la Democracia Cristiana.

El Partido necesita examinar y confirmar las condiciones en que se desarrollará la vida interna. A propósito de los últimos procesos disciplinarios, la legitimidad, autoridad y prestigio de sus órganos de decisión han quedado expuestos al escrutinio público. No sólo es necesario administrar justicia sino también emprender acciones reparadoras. Hay pérdidas y degradaciones políticas que exigen el reestablecimiento del respeto, el imperio de las normas y la unidad en función de fines y metas comunes.

Por todo lo anterior, y en concordancia con lo que hemos venido señalando en los últimos días, proponemos que:

1) Las deliberaciones de la próxima Junta Nacional se enmarquen fundamentalmente en lo resuelto por el Quinto Congreso, y por cierto, que traduzcan sus acuerdos en líneas de acción política, estratégica y programática, donde los democratacristianos puedan arribar a un diagnóstico común sobre los problemas, soluciones y eventuales riesgos; y

2) En todo caso, y cualquiera sea el mecanismo a través del cual se renueve la directiva nacional, aspiramos a que ésta exprese la máxima pluralidad e imparcialidad del Partido y, sobre todo, que actúe desde la crisis hacia la estabilidad, la gobernabilidad y la paz que aspiramos.

Eso requiere la máxima generosidad de todos y cada uno de los democratacristianos, y el rechazo a todo personalismo develado o implícito.

VC / Santiago / 21 de diciembre de 2007.

viernes, 14 de diciembre de 2007

La Promesa

Rodolfo Fortunatti

Quizá uno de los mayores aciertos del relato de Ignacio González sobre la vida y el testimonio de Renán Fuentealba, sea su genio para desentrañar los lazos de afecto, lealtad y franqueza de los falangistas. Estos vínculos de genuina amistad, se revelan al modo de un subtexto, de un hálito espiritual que recorre la trama entera, sobre todo en aquellos episodios críticos que pudieron amenazar el destino de millones de seres humanos. Especialmente en las crisis, cuando las circunstancias no dejan lugar a vacilaciones, y la voluntad política se ve forzada a tomar posición. Es cuando alcanza mayor relieve esta persistente reafirmación de la promesa que une a los fundadores.

Hablo de promesa en el sentido en que la entiende
Ricoeur. Esto es, como facultad humana. Donde la persona «se compromete con su palabra y dice que hará mañana lo que dice hoy: la promesa limita lo imprevisible del futuro, a riesgo de traición; el sujeto puede mantener su promesa o romperla; de esta manera, compromete la promesa de la promesa, la de cumplir su palabra, de ser confiable».

En las relaciones de afecto que establecen los viejos democratacristianos, se torna una necesidad controlar el riesgo futuro, manejar la incertidumbre del mañana, mediante la renovación de la promesa. La demanda de promesa fluye de manera explícita en cada epístola, en cada gesto, en cada palabra, en cada acción que emprenden. La promesa, asimismo, opera como salvaguarda contra la traición, compañera inseparable del poder y la dominación. La promesa permite limitar el poder a través del respeto a los principios y valores que se invocan sin cesar en el discurso político.

Cuenta Ignacio González que Bernardo Leighton encaró una vez a Edmundo Pérez Zujovic. «Yo también, Edmundo, tengo que quejarme contigo —le dijo. Porque estando yo en el extranjero, como ministro del Interior, entrevistándome con gente de otros gobiernos, tú, aquí, convenciste al Presidente que te nombrara ministro. Yo hice el ridículo afuera. El autor de eso eres tú. Porque el Presidente no es capaz de hacer eso». El incidente le había causado mucho pesar a Leighton, pero ello no lo inhibió de representárselo a Pérez, cara a cara y ante un tercero. Porque así era el trato. No precisamente pío, pero tampoco humillante ni destructivo. Es lo que mantenía la continuidad del diálogo y la colaboración.

La necesidad de actualizar la promesa hecha al otro, tiene también por objeto reafirmar la propia identidad, y diferenciarla de la identidad de aquellos que no están obligados a cumplirla, o que, simplemente, no quieren cumplirla. En palabras de
Arendt, «sin estar obligados a cumplir las promesas, no podríamos mantener nuestras identidades, estaríamos condenados a vagar desesperados, sin dirección fija, en la oscuridad de nuestro solitario corazón, atrapados en sus contradicciones y equívocos, oscuridad que sólo desaparece con la luz de la esfera pública mediante la presencia de los demás, quienes confirman la identidad entre el que promete y el que cumple».

La reflexión del Presidente Frei, en marzo de 1969, fija crucialmente una identidad. A raíz de los trágicos sucesos de Pampa Irigoin, donde perdieron la vida ocho pobladores, Enrique Correa, a la sazón presidente de la JDC, exigió la renuncia del ministro Edmundo Pérez, al tiempo que emplazó a Bernardo Leighton —que gozaba de gran ascendiente— a responder por los… ¡asesinatos! Entonces Frei escribió a Renán Fuentealba, presidente del PDC, uno de sus más sentidos mensajes: «Estas declaraciones que no tienen precedente en la historia de Chile, que comprometen mi honor, puesto que yo constituyo el Gobierno y soy su primer representante, son incompatibles con mi presencia en el Partido. Si el Partido estima que la vida entera que he consagrado no tiene valor frente a declaraciones tan insensatas como miserables, se me hace imposible sentirme moralmente ligado a quienes me injurian de una manera tan atroz. Esto ya no es un problema político; es un problema moral».

Ya no es un problema político, subraya Frei. No es una cuestión de ideas, programas, formas de conducción, discrepancias en torno a iniciativas legislativas, o disciplina parlamentaria. Frei fija otra frontera, aún más fuerte y maciza que las del pluralismo democrático y la libertad de conciencia. Frei reivindica su honor personal, o sea, su dignidad esencial. Frei reclama reconocimiento a una vida de servicio. Frei apela a la comunidad, su Partido, y lo hace por su ministro del Interior. Frei habla por cada democratacristiano. Y nos recuerda la promesa.


El Perdón


Rodolfo Fortunatti

La irrupción de Frei no traerá la paz, pero contribuirá a ella. El Tribunal Supremo de la Democracia Cristiana no pondrá atajo a la lucha, pero dictará sentencia. No acabará con las odiosidades, rencores y venganzas, pero suspenderá la disputa. Tal vez recupere la legitimidad, magnanimidad y autoridad, que tanto se echan de menos en la Justicia chilena. Acaso ayude a generar las condiciones para el respeto, el diálogo y la cooperación inherentes a los estados de paz.

Pero no acabarán la beligerancia ni el revanchismo. Para hacer desaparecer los deseos de venganza —la
filosofía aún se pregunta si este propósito está al alcance de la política—, se precisan gestos de arrepentimiento y de perdón. Y es sabido que éstos anidan en el fuero íntimo de las personas. Como observa Hannah Arendt, el perdón y la relación que establece entre las personas, siempre es un asunto individual, donde lo hecho se perdona por amor a quien lo hizo. «La conciliación es entre dos personas» —declara la mesa—. Y Duarte, jefe de la bancada DC, explica: «Aquí no hay una decisión de dos personas, aquí hay una decisión institucional de la directiva de un partido, ratificada y respaldada por la enorme mayoría del consejo nacional, por lo tanto tendrían que llamar a conciliación a cuarenta y tantas personas que constituyen la institucionalidad de la DC». Así y todo, no obstante la penitencia y la indulgencia, la gracia no excluye la justicia. La justicia es la evocación de la regla de equivalencia y el registro de aquello que ha trastrocado las cosas.

El paso por el tribunal es necesario, pero no suficiente. Porque después de la justicia, todavía esperan su turno las
responsabilidades moral y política. La responsabilidad moral convoca la voluntad individual de ofensores y ofendidos, y la dispone a la reconciliación. Sólo se llega a ella por convicción, y, ciertamente, ninguna estructura puede obligarla o condicionarla. En cambio, la responsabilidad política es colectiva, y comporta el llamado a todos los militantes a asumir la identidad y el compromiso ético político de actuar como miembros de la Democracia Cristiana, y de respetarse mutuamente. La responsabilidad política supone que todos son herederos de una misma historia.

Lo más difícil en una organización política es hacer explícita la responsabilidad moral. Precisamente porque ésta entraña el perdón. El perdón es el acto por el cual el ofendido libera al ofensor del daño que causó, y éste reconoce y repara lo hecho. ¿Qué es lo que nos ofende? La ofensa es una expresión de desprecio y humillación: «Yo soy honesto, usted es parte de una asociación ilícita»; «Yo respeto la ley, lo suyo, en cambio, se parece a la mafia siciliana»; «Yo soy sensible al sufrimiento de la gente, usted promueve el crimen social».

La negación que implica el trato desdeñoso, despierta resentimientos en el ofendido. El resentimiento es un odio moral que, no necesariamente, busca la destrucción del agresor, sino mostrar y vencer su falso mensaje. Los argumentos empleados son del tipo: «Es él quien cree que somos unos delincuentes»; «Tengo la convicción moral de que la directiva es tremendamente proba»; «Están en política para servir y no para servirse de los cargos»; «Tienen una trayectoria intachable». El problema del resentimiento es que una baja estima del ofendido lo empuje a renunciar a su defensa, o que, en el otro extremo, a través de un acto de venganza, trate de recuperar la pérdida: «¡Váyanse, váyanse, váyanse!».

Mas, sólo estamos perdonando cuando el perdón que otorgamos no entraña la pérdida de dignidad moral de quien lo recibe. Pero, en su reverso, la genuina garantía de integridad moral es que el perdón se funde en el arrepentimiento de éste. Y claro, el verdadero arrepentimiento supone, primero, reconocer que hubo agravio moral, y segundo, prometer que dicho agravio no volverá a ocurrir. El silencio sobre ambas cuestiones consolida el punto de no retorno.


lunes, 3 de diciembre de 2007

Movimiento Quinto Congreso



El viernes 30 de noviembre, militantes de diversas sensibilidades y regiones del país, nos hemos reunido en el antiguo edificio del Senado en Santiago. Lo hemos hecho motivados por el firme propósito de asumir los desafíos emanados del Quinto Congreso Nacional de la Democracia Cristiana. Sin embargo, sobrecogidos por el crítico momento que atraviesa el partido, los ahí congregados hemos decidido convertir esta convocatoria en un gran movimiento de opinión política, moral e intelectual, que contribuya a sortear la crisis y a responder eficazmente a las demandas y necesidades del país.

El partido es una comunidad de personas libres. Se ingresa a él por convicción, esto es, de manera libre y conciente. Con libertad asumimos el compromiso de respetar las normas que regulan su convivencia y sus cursos de acción política. Con libertad damos nuestro reconocimiento a sus instancias de decisión, entre las cuales el Congreso Nacional, es la más alta y soberana de todas. Con libertad consentimos someternos a las autoridades legítimamente constituidas, y la Mesa Nacional es la expresión ejecutiva de la voluntad colectiva, como el Consejo Nacional su asamblea representativa deliberante, y el Tribunal Supremo, su máxima instancia de resolución de litigios.

Por virtud de nuestra libertad es que los democratacristianos decidimos realizar el Congreso de octubre. Por obra de la libertad es que renovamos nuestra confianza en la organización. Por el valor de la libertad es que conquistamos comunitariamente una nueva convicción. Entonces, ocurrido este importante hito que fue el Quinto Congreso, nadie tiene derecho a actuar en contra del partido.

Contravenir estas garantías de la vida política común que comparten miles de militantes activos a lo largo de Chile, es poner en riesgo la herencia, vigencia y proyección de la Democracia Cristiana. Es romper lealtades mutuas. De ahí que la primera condición para restituir el diálogo y el entendimiento entre nosotros, sea respetar la casa que nos acoge.

Acusar a la directiva nacional de formar una asociación ilícita, una organización mafiosa siciliana para coludirse con la corrupción, entraña un hiriente agravio a todos los democratacristianos. Hacer cálculos de mayorías y minorías respecto de las inclinaciones del Tribunal Supremo, es rebajar la función de la justicia, y desacreditar sus arbitrajes. Justificar la violación de los estatutos en la libertad de opinión, es instalar fueros y privilegios reñidos con la igualdad de todos ante la ley. Nunca debiéramos olvidar que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal.

En este sentido, el de la acción y del discurso político, desplegaremos nuestros mayores esfuerzos para hacer realidad los siguientes anhelos:

Primero, la difusión, debate y concreción de las resoluciones adoptadas en el Quinto Congreso Nacional de la Democracia Cristiana. Ellas constituyen un faro que ilumina nuestra acción política, e inauguran una nueva modalidad de diálogo hacia dentro y hacia fuera de la Concertación. Ellas muestran los nuevos horizontes de la justicia, la libertad y la solidaridad en nuestra Patria.

Segundo, una resuelta participación del partido en la orientación de las políticas públicas. La acción del partido en la gestión política y legislativa de la Concertación debe ir más allá de su opinión acerca de los proyectos emblemáticos, más allá del desempeño de sus militantes en el aparato estatal, y más allá de la acción de sus senadores y diputados. Nadie es más grande que el partido; el partido trasciende a los gobiernos; el partido no se agota en la vida parlamentaria. Todo el partido debe involucrarse en el éxito del programa comprometido con la ciudadanía.

Tercero, la constitución de una mesa integrada que refleje el pluralismo y los consensos del Congreso. Una mesa cuya principal finalidad sea adecuar el partido a las resoluciones aprobadas en octubre. Proponemos una directiva que dé garantías a todos los eventuales candidatos presidenciales del partido, lo cual entraña que éstos se inhiban de encabezarla.

Cuarto, un acuerdo municipal y parlamentario ahora a fin de desactivar potenciales focos de conflicto y volcar las energías de la colectividad en las grandes tareas políticas y programáticas del futuro.

Quinto, la elaboración del Programa de Gobierno que representará la candidatura presidencial de la Democracia Cristiana.

Santiago, 3 de diciembre de 2007.