viernes, 31 de agosto de 2007

El 29 de agosto

Rodolfo Fortunatti

¿Qué fue lo del 29 de agosto? ¿Fue un movimiento? ¿Un freno a la ciudad? ¿Gente desafiando al orden público? ¿Ciudadanos resistiendo la interrupción de su propio orden público? ¿Campos de fuerza en colisión? Fue todo esto, pero quizá con un único sentido identificable: ocupar y desocupar espacios. Abundaban las voces de orden: contra el neoliberalismo, por la reforma electoral, salarios justos… Y así, podrían agregarse todas las esperanzas frustradas de la transición. Pero, ¿qué de todo esto ha de quedar en las políticas contra la pobreza? ¿Qué en las políticas que buscan amparar a los trabajadores? ¿Qué quedará latente en la memoria que el país se hará del gobierno de Bachelet?

Si las imágenes hablaran, dirían que lo del 29 de agosto fueron barricadas, humo, lágrimas, agua, policías y pancartas. Sobre todo mucha energía. Tal vez más voluntad de actuar que conciencia de los fines. Una demanda demasiado fragmentada, y unos protagonistas que no se parecían mucho entre sí. No era la clase trabajadora. Eran varias clases. Varios tipos de trabajadores, y de no-trabajadores. Varios tipos de cesantes, y también —como reza Aparecida— de «sobrantes» y «desechables» del mercado, el otro rostro del capitalismo global.

Lo del 29 de agosto fue un movimiento levantisco. Una acción colectiva con fuerte compromiso afectivo, y no siempre ni necesariamente violenta. Porque no fue la violencia de la fuerza policial la que arrojó alrededor de 600 detenidos y más de treinta carabineros lesionados, sino la magnitud del choque entre los movilizados y los controles policiales. Más comprensivamente, fue el miedo al otro, anticipado en la imagen del daño que eventualmente podría hacerme el otro, y donde los comportamientos de manifestante y de represor se podrían explicar por sus respectivas estrategias de choque.

Lo que ha hecho la protesta social es brotar la existencia de una lucha de reconocimiento. Lucha, que no es negociación, ni estado de paz. Lucha que busca llamar la atención sobre una nueva regla de equivalencia, una nueva noción de justicia. Una que todavía no se argumenta, no se delibera, ni se hace política. Una que todavía no proporciona razones de por qué corresponde dar qué cosa a quién. Una que no se suspende, sino que al contrario, se prolonga en la disputa por aquello que es justo. Incluso sustrayéndose a la venganza y a la espera de una nueva manifestación.

Lo que ha hecho la protesta social no es un programa, sino una intervención en el lenguaje, en los discursos y en las consignas. Como la naturaleza que insiste sobre las especies, de igual modo, tras sucesivos tanteos, aciertos y errores, la protesta construyó/mejoró el mensaje de los excluídos. Y esto, a largo plazo, quedará plasmado como un nuevo concepto de la justicia, donde, por el ejercicio de las libertades públicas, pero más allá de las libertades públicas, las personas conquistarán la capacidad efectiva de «hacer sus vidas».


jueves, 30 de agosto de 2007

Banco Central: tres mitos.

Rodolfo Fortunatti

La gestión del actual presidente del Banco Central vence el 6 de diciembre. Antes de esa fecha, la Presidenta de la República debe enviar al Senado el nombre de su sucesor. La Presidenta tendrá que concitar el respaldo de la mitad más uno de los senadores en ejercicio, y hacer frente a los tres mitos que ha levantado la derecha en torno a la sucesión.

Primer mito: el consenso 2 por 2 más 1. Cada vez que ha correspondido renovar el Consejo del Banco Central, la derecha ha invocado un consenso tácito que se habría fraguado en los albores de la transición democrática. Según el referido acuerdo, al momento de someter un nuevo nombre a la aprobación del Senado, el Presidente de la República debería asegurar que, de los cinco consejeros, sólo dos fueran de la Concertación, dos pertenecieran a la Alianza, y el quinto fuera independiente. De no cumplirse este requisito, entonces la oposición no debería concurrir con sus votos a la formación de mayoría, impidiendo así salvar la nominación gubernamental.

Al parecer —porque se cree que la Concertación siempre ha contado con tres de los cinco consejeros—, ésta habría sido la práctica seguida durante los pasados diecisiete años. Se podría especular, sin embargo, que en los últimos años la Concertación ha perdido gravitación debido a la fuerte presencia de Vittorio Corbo y de Jorge Desormeaux, dos hombres de derecha, dos antiguos compañeros de oficina, y dos veteranos académicos del Instituto de Economía de la Universidad Católica. No olvidemos que el nombre de Corbo, su actual presidente, surge en los momentos de mayor vulnerabilidad del gobierno de Lagos, cuando en 2003, para asegurar la estabilidad y, sobre todo, la gobernabilidad política, fue necesario concordar un paquete de modernizaciones con Pablo Longueira. Tampoco olvidemos que en aquel tiempo José De Gregorio, su vicepresidente, fue apoyado por 23 senadores, 8 de los cuales pertenecían a la UDI, 3 a la bancada institucional, y sólo 12 a la Concertación.

La Alianza insiste en recurrir a ese consenso y, por eso, persiste en postular a Corbo para un nuevo período. La Alianza apela a un consenso más antiguo que el de Washington, ignorando que cuando lo impuso, Chile era otro país. Por entonces vivía Pinochet. No sólo eso; Pinochet era comandante en jefe del Ejército. Había senadores designados. La derecha era mayoría en el Senado y, en tal calidad, detentaba un eficaz poder de veto. Por entonces, los equilibrios macroeconómicos constituían el gran desafío de la política económica. Hoy, estos son principios de aceptación universal que pondrían en ridículo los vaticinios inflacionarios con que algunos andan espantando mercados. Hoy la derecha es minoría en ambas cámaras legislativas. Hoy, cuando no es suficiente el puro monetarismo, adquiere crucial importancia una gestión preocupada por la estrategia de desarrollo del país.

Segundo mito: más allá del bien y del mal. Sobre todo la derecha ha hecho tal panegírico del presidente del Banco Central, que ha terminado por convertirlo en una autoridad ajena a toda disputa ideológica, en un ente sobrenatural situado más allá del bien y del mal. La derecha ha llevado las cosas a tal extremo, que ha confundido a Corbo con autonomía, y autonomía con autarquía. Se romperá el equilibrio si se nombra a alguien de la Concertación, aseguran; el Banco Central dejará de ser autónomo. El único nombramiento aceptable —sostiene Jovino Novoa— es Corbo.

Al contrario de las virtudes que destaca en Corbo, la derecha sólo ve concupiscencia del poder en la Concertación. La misma que vio para la nominación del Contralor y de los directores de TVN. «La Concertación sigue en su apetito incontrolado por el poder», ha declarado Hernán Larraín. «No les basta con tener 3 de 5 consejeros, ahora quieren tener 4, lo cual desnaturaliza la institución en su carácter de independiente y autónoma», ha argumentado. Pero la realidad, que ya no es una cuestión de caprichos o antojos, sino de reglas institucionales, lleva a desenmascarar el tercer mito.

Tercer mito: no tienen los votos. Como en otras ocasiones, la derecha ha especulado sobre la eventual incapacidad del gobierno para reunir los votos necesarios. Sin embargo, como ha trascendido a la opinión pública, por primera vez la Presidenta dispone de una mayoría favorable a la mejor candidatura que podría ofrecer la Concertación. No sólo cuenta con la palabra empeñada de veinte senadores, sino tal vez con la mejor oportunidad para provocar un cambio en la política del instituto emisor.


lunes, 27 de agosto de 2007

Al modo de Sonora y de Chihuahua

Rodolfo Fortunatti

Interesante opinión la de Manuel Espino Barrientos. Interesante, porque permite comprender lo que la Democracia Cristiana no fue, no es, y ya no será.

¿Qué dice Espino Barrientos? Espino Barrientos denuncia la izquierdización de la Concertación. Peor aún, Espino Barrientos detecta la radicalización de la Concertación y, en consecuencia, la tendencia a la polarización política del país. Muy ideologizada se le antoja a él la coalición. Claro que a Espino Barrientos le preocupa más la suerte de la Falange que la de sus socios. No le gustaría que el desgaste de Michelle Bachelet afectara el liderazgo de Soledad Alvear. Por eso aconseja a los democratacristianos repensar su permanencia en el gobierno. ¿Para irse dónde? Bueno, Espino Barrientos discurre algo así como una redefinición de las alianzas. ¿Redefinición de las alianzas? ¿En qué consiste eso? Espino Barrientos no lo aclara. Sólo confiesa el motivo de una tal redefinición: ¡Por el bien de Chile!

Interesante opinión la de Espino Barrientos. Interesante porque permite recordar que fue en Chile donde se fundó el primer partido demócrata cristiano de América, allá por el mes de julio de 1957. En estricto rigor, según los historiadores, habría sido el año 1937, cuando se creó la Falange Nacional, la buena semilla. También en Chile se formó el primer gobierno democratacristiano de América, con Eduardo Frei Montalva a la cabeza. ¿Sabrá Espino Barrientos que el programa de Frei encarnaba la gran esperanza temporal de Jacques Maritain, el filósofo humanista cristiano? ¿Sabrá Espino Barrientos que la Revolución en Libertad del presidente Frei representó la emancipación de millones de pobres de la ciudad y el campo? ¿Se habrá enterado Espino Barrientos que nunca en su historia la Democracia Cristiana ha constituído gobierno con la derecha? ¿Sabrá al menos que en Chile la Democracia Cristiana luchó por el restablecimiento de los derechos humanos y la democracia, cuando los actuales líderes de la derecha se la jugaban a favor de Pinochet? ¿O dónde imagina Espino Barrientos que andaban Piñera, Matthei, Lavín y Larraín? ¿En qué consiste la redefinición de las alianzas que sugiere Espino Barrientos? ¿En qué, si aquí la única derecha que conocemos aún no rompe sus ataduras con el pasado?

Tiene que haber un modo más pedagógico de entender qué quiere decirnos el profesor secundario. Y, al revés, tiene que haber un modo de explicarle al licenciado en administración de empresas, en qué consiste esta empresa popular y reformadora, que ha concurrido a la coalición política más prolongada y exitosa de toda la historia republicana de Chile. Tiene que haber un modo de entenderse de igual a igual con el presidente del PAN. Tiene que haber un modo de hacerle ver a Espino Barrientos, a la sazón presidente de la ODCA, que su primer deber consiste en respetar la autonomía e independencia de los partidos hermanos. En fin, tiene que haber un modo de decirle al durangueño, al político de Sonora (lugar de maíz) y de Chihuahua (lugar árido y arenoso), que los democratacristianos saben qué hacer en Chile.


Quizá el V Congreso de octubre sea una ocasión propicia para ello.


jueves, 23 de agosto de 2007

Justicia social: ¿pasada de moda?

Rodolfo Fortunatti

¿Justicia social? ¡Old-fashioned! Pronunciaban con cierto aire de sofisticada pedantería los modernosos. Lo hacían desde el Consenso de Washington. Se lo enrostraban a los vencidos de la Revolución Socialista. Pero también a los derrotados de la Revolución en Libertad. En subsidio, ellos preferían hablar de equidad; ni siquiera de igualdad. Equidad, una noción más técnica y operativa y, por ello, más manejable para el pensamiento único, por lo demás, el único con credenciales de ciencia económica. El resto, si acaso daba para ideología, comportaba pura especulación. El resto pintaba sólo como un anacronismo.

Varios de aquellos pomposos ahora toman distancia de su pasado, e incluso se disculpan ante sus audiencias cuando deben emplear términos en inglés. Otros, en cambio, aún conservan sus viejos cánones neoliberales y su arrogancia. Y todavía suelen tratar con desdén a quienes se salen del pensamiento único. Les resulta inconcebible la sola idea de subordinar el dogma económico a un principio ético superior. Les desconcierta defender sus teorías en una arena intelectual distinta de la ofrecida por la modelística neoliberal. Por eso desautorizan a sus interlocutores. Por eso agreden al mensajero sin haber acusado recibo del mensaje.

Pero el tiempo no pasa de balde. El tiempo actúa sobre el lenguaje, los conceptos y las teorías. El tiempo siempre les otorga un sentido nuevo a las palabras. Son las personas, que se apropian y reconvierten los significados. Y así, del mismo modo que la naturaleza insiste sobre las especies, la palabra consigue su fuerza comprensiva y expresiva tras sucesivos tanteos. Como ocurre cuando la Iglesia habla de salario ético. O cuando clama por la justicia social. O cuando declara sin ambages que sin justicia social no hay democracia integral. ¿Por qué nos resultan tan nuevas estas invocaciones? Piénsese que ya en la encíclica Rerum Novarum —más bien, en el Evangelio de Santiago—, se encontraba la noción de salario ético. Y que a San Alberto Hurtado pertenece la cita que da título a la declaración del Comité Permanente del Episcopado.

¿Qué las hace tan actuales? Y, al revés, ¿qué hace tan impertinentes, extemporáneas e inapropiadas las opiniones de sus detractores? La respuesta está en la historia. Chile hoy es otro. Su cultura política es otra. Su conciencia moral ha cambiado. Su expectativa sobre la justicia ha cambiado. Sólo a modo de contrapunto: hace diecisiete años el valor de la palabra justicia estaba crucialmente ligado a las reparaciones humanitarias por las violaciones a los derechos de las personas cometidas durante la dictadura. Hoy, la noción de justicia cobra su mayor potencial político en la lucha por el reconocimiento de los derechos que confieren la capacidad de obrar, que es el nuevo alcance de la justicia social. Según éste, no basta que la sociedad garantice las libertades, si las personas carecen de capacidad efectiva para hacer su vida. De ello se sigue que una sociedad es más justa en la medida en que sus miembros pueden hacer.

¿Es que acaso cambió la esencia de la noción de justicia? No; ésta sigue ahí. Justicia significa dar a cada uno lo que le corresponde. La justicia sigue siendo una regla. La regla de la equivalencia. La regla que mide, que calcula y que compara. La regla que argumenta. Porque la justicia proporciona razones de por qué corresponde dar qué cosa a quién. Y cuando se agotan los argumentos, y llega el momento de la sentencia, la justicia suspende la disputa. Pero sólo la suspende, sin asegurar el estado de paz. Y aún más, incluso sustrayendo la disputa a la venganza.

Ahora son los neoliberales los que no tienen idea de justicia social. Y no la tienen porque la teoría económica que la explica ha saltado fuera del estrecho modelismo utilitarista anglosajón, para encontrarse con una concepción más rica de la libertad, de la justicia y de la solidaridad. Esta que, si la voz de la Iglesia no cesa, y la Democracia Cristiana asume como su misión política, hará de Chile un país donde la vida tenga sentido para todos.


miércoles, 22 de agosto de 2007

Expansiva es política

Rodolfo Fortunatti

Hay que examinar en serio el mensaje de Expansiva, antes de juzgar su autoridad, como lo hace Carlos Peña. Hay que ver en Expansiva un real agente de poder, porque es un genuino agente moral-cultural.

¿De qué sirve enterarse que Expansiva se originó en un seminario realizado en el Divinity School de Harvard? ¿De qué sirve saber que sus miembros reclaman de la élite política —porque no del electorado— un reconocimiento del cual carecen? ¿De qué sirve acusarla de neutralidad valorativa? ¿De qué vale descubrir su supuesta imparcialidad? ¿De qué, si no se desenmascara el núcleo del poder de Expansiva, que es su ideología de legitimación?

Lo menos que tiene Expansiva es la neutralidad que le atribuye Peña. Y lo único que consigue con semejante imputación el columnista de El Mercurio y rector de la Universidad Diego Portales, es escabullir el bulto. Porque es incuestionable que Expansiva posee una visión del pasado reciente, como la poseen Peña, El Mercurio y la Universidad Diego Portales. Es indudable que Expansiva también tiene una visión del futuro próximo, como la tienen Peña, El Mercurio y la UDP. Es indesmentible, asimismo, que Expansiva tiene un modelo de intervención social; un modelo con pretensiones políticas, al igual que los modelos de Peña, de El Mercurio y de la UDP. Lo cual se puede verificar en el documento Somos más, queremos más y podemos más, de Expansiva, como lo de Peña en las publicaciones de El Mercurio y de la UDP.

Para ser honestos, lo que hace Expansiva es formular una crítica a la transición democrática de los últimos veinte años. Expansiva apunta explícitamente a la estructura institucional de Chile, como el principal escollo del desarrollo. Por eso, lo peor en la crítica a Expansiva sería reducir la polémica a una confrontación entre técnicos y políticos. Porque Expansiva es política.

Dice Expansiva que la falla de nuestra transición es haber fomentado, a través de políticas asistenciales del Estado, la aparición de ciudadanos pasivos, sin aptitudes para la creatividad y la cooperación. Piensa Expansiva que para vencer estas rémoras es menester actuar sobre tres barreras. Primero, sobre la pesada y desvencijada estructura del Estado. A Expansiva no le preocupa el tamaño del Estado —ingresos del 18%, y gastos del 21% del PIB—, cuanto su modernización tecnológica. Segundo, es necesario actuar sobre la organización social, desterrando el paternalismo subyacente tras ella, y estimulando, en su reverso, la libre iniciativa de los individuos. Tercero, es preciso actuar sobre la cultura política mediante la desregulación normativa e institucional, sobre todo, del mercado laboral, a fin de limitar los excesos desprotectores y opresivos de la sociedad chilena.

Hecho el diagnóstico y formulado el proyecto, Expansiva define las condiciones nacionales e internacionales dentro de las cuales operará su estrategia de intervención. Frente a los avances esperados en materia de ciencia y tecnología, Espansiva propone flexiseguridad. A los efectos no deseados de la globalización, responde con capacitación, seguros personales, y vida digna —aunque no explica qué entiende por tal—. A las transformaciones socioculturales desestabilizadoras, responde con inscripción automática, democracia partidaria, elección de autoridades regionales, instancias de control de la ciudadanía, iniciativa popular de ley, y plebiscitos. A las futuras restricciones que pesarán sobre el Estado, opone una sociedad más exigente, pero sin recursos instrumentales. A las limitaciones que mostrarán los mercados, opone una política social activa, que tampoco explica. Por último, para hacer frente a la incertidumbre y a la inseguridad provocadas por la delincuencia, el desempleo, el envejecimiento de la población, y las migraciones, Expansiva reivindica la colaboración recíproca del Estado, la empresa privada y la sociedad civil. Con todo, lo crucial de su modelo estratégico es la reforma institucional, entiéndase: participación, cohesión, transparencia, eficiencia, accountability, incentivos, inserción internacional y diálogo. Cierto es que se observa una fuerte asimetría entre las inciertas tendencias de largo plazo —de aquí al 2027— y las iniciativas propuestas por Expansiva —algunas actualmente en el Parlamento—.

El problema del modelo Expansiva —y hay que controvertirlo de cara a Expansiva— es que no parece confiar lo mismo en los individuos, la empresa privada y los mercados, que en el Estado y la Sociedad. Si no, alguna línea habría reservado Expansiva a los derechos de las personas y a sus capacidades de obrar. Pero eso, eso es más de Amartya Sen que de Expansiva.


viernes, 17 de agosto de 2007

La desambiguación de la derecha

Rodolfo Fortunatti

El riesgo de propalar una predicción es que se convierta en profecía autocumplida, es decir, que las personas concernidas en determinados acontecimientos acaben actuando como se dice que lo harán. Es lo que podría ocurrir con el diseño estratégico de la derecha de cara a las elecciones del 2009: un giro en 180 grados. El paso desde la obstrucción y el ataque, hacia la colaboración y el acuerdo.

La decisión respecto de poner en marcha la acusación constitucional contra el gabinete de la Presidenta Bachelet, es el punto de inflexión. Un punto de no retorno llamado a zanjar la pugna entre halcones y palomas, entre el talante Allamand y el estilo Macri, entre la puerilidad de El Desalojo y la veta reformadora de Sarkozy. Entre el
«Pensamiento Alicia» y el realismo cínico del empresario Piñera. Es muy improbable que la pugna se perpetúe en la irresolución, cuando precisamente lo que necesita esta derecha es una definición clara, unitaria, convocante, y que anuncie su voluntad de ser gobierno. Es muy difícil que la derecha pueda mantenerse en la indefinición, mientras crece y se afirma el liderazgo de Piñera. En algún momento tendrá que empezar a operar la ley de los rendimientos decrecientes, esto es, que la ambigüedad del sector comience a corroer la popularidad del multimillonario.

Audaz vuelo el de los halcones. Osado, porque las acusaciones constitucionales recuerdan los tiempos de inestabilidad política e institucional que derivaron en la caída de Allende. Un recurso extremo que, en las grandes y fuertes uñas de los halcones, sólo puede ofrecer un espectáculo desolador, por depredador, claro. Uno que contrasta con la imagen de moderación que tendrá que imprimirle Piñera a su candidatura presidencial. Esto, si aspira cotejar con éxito las opciones de Ricardo Lagos y/o Soledad Alvear. Un recurso puramente mediático, si se tiene en cuenta que para aprobar el libelo acusatorio la derecha necesita el respaldo de la mayoría de la Cámara de Diputados, así como de la mayoría del Senado. Para conseguirlo, la derecha tendría que demostrar que los ministros comprometieron gravemente el honor o la seguridad de la Nación, infringieron la Constitución y las leyes, o traicionaron, malversaron, sobornaron o hicieron cobros ilícitos. La derecha sabe que esto es meterse en una camisa de once varas: demasiada tela para tan menuda criatura. Y que en tales circunstancias, no le queda más opción que avanzar por los atajos que le abren las reformas a la educación y al sistema previsional, no obstante los escollos que le opone la reforma electoral.

Por eso, la desambiguación de la derecha debería ocurrir al precio de la caída de los halcones, con lo cual el desalojador se transforma en desalojado.

jueves, 9 de agosto de 2007

Encuentro del Profesionales y Técnicos de la Democracia Cristiana

Convocatoria en formato pdf


Emilio Soria Céspedes, Presidente Nacional y Héctor Altamirano Cornejo, Secretario Nacional del Frente de Profesionales y Técnicos del Partido Demócrata Cristiano, tienen el agrado de invitar a usted al Encuentro “Camino al V Congreso Nacional del PDC”, a realizarse el 11 de Agosto de 2007, entre las 09:00 y las 14:00 hrs., en el Centro de Eventos Nacionales e Internacionales de la Universidad de Santiago (Las Sophoras 175, Estación Central).



Se solicita confirmar su asistencia a esoria@tie.cl o altamirano@aim.tie.cl o a los fonos 2020320 - 6337472.


PROGRAMA

11 de agosto de 2007, en el Centro de Eventos Nacionales e Internacionales de la Universidad de Santiago


09:00 - 09:30 : Inscripción

09:30 - 10:00 : Plenario.

Palabras del Presidente Nacional del Frente de Profesionales y Técnicos, camarada Emilio Soria.

Palabras de la Presidenta Comisión V Congreso, camarada Mariana Aylwin.

Palabras de la Presidenta Nacional del Partido Demócrata Cristiano, camarada Soledad Alvear.

Información sobre el funcionamiento de las comisiones, camarada Rodolfo Fortunatti.

10:00 - 13:00 : Funcionamiento de las Comisiones.

13:00 - 14:00 : Plenario final.

Lectura de conclusiones por el relator de cada comisión.



* Habrá servicio de cafetería

martes, 7 de agosto de 2007

¡Váyase, señor González!

Rodolfo Fortunatti

Lo gritó una y otra vez la derecha española: ¡Váyase, señor González! Desde 1993 en adelante lo repitió machaconamente. Con la misma irreverencia que muestran Piñera, Matthei y Allamand. Como el cántaro al agua o, como la gota de agua sobre la piedra. Al final algo se romperá —pensaban—; algo se socavará. Y así, hasta que en 1996, consiguió sacar del gobierno a Felipe González y al PSOE. Entonces aquella derecha ganó las elecciones parlamentarias y, al año siguiente, Felipe abandonó la dirección del Partido Socialista Obrero Español.

Mal asesorados, los neoliberales de esta ex colonia, hacen lo mismo que les susurran los otrora conquistadores. Sólo que aquí la fórmula lleva el nombre de «El Desalojo». Aquí, lo que tenemos es una derecha minoritaria, aunque fuertemente apoyada en los propietarios de medios de comunicación y, por cierto, en los publicistas políticos que trabajan para esos medios. Y en los renegados de la Concertación. También en los elementos más permeables al discurso de esta derecha. La
popularidad de Piñera actualmente se empina a la que logró Pinochet en el plebiscito del 5 de octubre del ‘88. Hay quienes creen que ese es el techo de la derecha. Que no podría elevarse más.

¡Váyase, señor González! Voceaban allende el Atlántico. Aquí es muy difícil decir eso. ¿Cómo hacerlo cuando la popularidad presidencial se mantiene sobre la mayoría absoluta? ¿Cómo hacerlo cuando, pese a los errores del gobierno, la derecha no logra llevar las aguas del descontento a su propio molino? ¿Cómo, cuando hasta la base electoral de la derecha condena las injusticias de la patronal hacia los trabajadores, y las ganancias mal habidas de sus dirigentes polticos? ¿Qué votos podrían conseguir en un electorado conservador que, sin embargo, es proclive a la negociación colectiva?

Ni los renegados y vulnerables han podido sacarle provecho al caballo de batalla en que la derecha convirtió el Transantiago… ¡Cuánto ilícito! Desprestigio de los partidos y de sus instituciones. Tergiversación de minutas informativas. Cartas privadas filtradas con espectacularidad. Mañosas interpelaciones parlamentarias. Instrumentalización de comisiones investigadoras. Amenazas de acusación constitucional. Negligencia e ingobernabilidad. ¿Para qué? Si ha sido para ganarse a la opinión pública, el fracaso puede verse a todo lo largo de la línea. Pues, Transantiago no es ni el principal, ni uno de los más importantes problemas de la gente. Y más todavía, parecerá extraño, pero el país logra advertir mejorías. Curiosamente esta sensación la experimentan especialmente los democratacristianos. No debería sorprender que el liderazgo de Soledad Alvear se haya disparado hasta el primer lugar de la Concertación.

Dicho esto, no parece haber audiencia para la arrogante voz de orden de la derecha.


miércoles, 1 de agosto de 2007

En Dios confiamos

Rodolfo Fortunatti


Piñera es contradictorio. Primero promete que abandonará sus negocios para dedicarse al servicio público, la vocación que dice sentir en el alma. Y, a las pocas horas, sostiene que el servicio público es oficio de vagos que viven a costa del Estado. ¿Por qué alguien habría de aspirar a algo que en el fondo desprecia? ¿Qué pretende realmente Piñera? ¿Querría dedicarse al servicio público para convertirse en vago? ¿Querría convertir a los servidores públicos que desdeña en emprendedores? ¿O es que sólo quedó demudado cuando escuchó decir que era prisionero de su fortuna, y respondió con lo primero que pudo echar mano en su subconciente? ¿Cuál fue el punto sensible que tocaron las expresiones del gobierno?

Es muy probable que sea la fatal inconsistencia entre la ambición desmedida y el Bien Común. Michael Novak, el neoliberal católico norteamericano que entendía bien esta incongruencia, acostumbraba a representarla con la leyenda del billete de un dólar: «In God we trust», que traducida significa «en Dios confiamos». Para darle sentido, Novak completaba la frase del siguiente modo: «En Dios confiamos… y en nadie más». Y así terminaba demostrando que la democracia, tal y como se conocía en América desde Tocqueville hasta nuestros días, consistía precisamente en no confiar demasiado poder a ninguno y, por consiguiente, en distribuir el poder en el mayor número de personas y comunidades.

Este principio tan básico, pero de un valor tan crucial para la justicia, la paz y la libertad, expresa el punto de equilibrio entre los intereses individuales y los colectivos. Esta noción tan elemental para la construcción del consenso social, es la que violenta Piñera con su promiscua relación entre política y negocios. El empresario, amparado en un régimen de desigualdades tan indigno como el prevaleciente en Chile, sobre todo desde la experiencia neoliberal de Pinochet, ha logrado amasar un inmenso patrimonio. Si estas impresionantes acumulaciones de poder económico no han podido ser deslegitimadas, se ha debido al frívolo debate político que nos ahoga, así como a la fuerte concentración de los medios de comunicación en pocas manos. No porque sean justas. No porque sean lícitas, como lo revela la multa impuesta por la SVS.

Desde esa posición de poder, Piñera ahora aspira a la Presidencia de la República, o sea, al control del poder político. A la conducción del gobierno. Al manejo del Estado. El problema para él es que, no obstante la precariedad de nuestra política local, aún en la derecha hay una reserva moral para la que resulta inaceptable este modo de acaparar poder. No ha de parecer extraño pues, que los desposeídos, los vulnerables, y hasta los perdedores del sistema, sientan más próxima la presencia de Longueira, de Dittborn, de Novoa o de Matthei, que la de Piñera, Allamand o Espina. Se trata quizá de una cuestión de grado, pero que proyectada al infinito fija una notable distancia entre la democracia y la oligarquía.