lunes, 4 de agosto de 2014

PROVOSTE CAMPILLAY

Por Camilo Feres

Cuenta la leyenda que cuando un recién nominado ministro de Educación del Gobierno de Sebastián Piñera se reunió con un importante legislador opositor, éste último le habría dicho de entrada sólo dos palabras: Yasna Provoste.

Así, uno de los cuatro titulares que tuvo la convulsionada cartera en la era Piñera se enteró de una cuenta que, simbolizada en la destitución de la ex ministra de Bachelet, terminó siendo cobrada por el mismo expediente: una acusación constitucional que destituyó a Harald Beyer.

Pero la restitución política del exilio que le fue impuesto a Provoste no terminaría ahí. Luego vendría un aplastante triunfo parlamentario en una zona en la que esta democratacristiana de sangre diaguita no sólo empalmó con las demandas que sostienen las comunidades indígenas locales, junto a una activa Iglesia Católica, en contra de los desarrollos mineros, sino que además logró arrastrar a su compañero de lista a un doblaje que cimentó la mayoría oficialista. Relegó de paso a un aspirante que había roto con la DC y con el primer gobierno de Bachelet: Jaime Mulet.

Desde entonces, en una frecuencia baja pero con señal constante, Yasna Provoste se ha ido acostumbrando a servir de ícono de batallas que, aunque estaban ahí antes que ella y posiblemente sigan presentes cuando cambie de rumbo, han encontrado en ella un vehículo eficaz y legítimo para hacerse presentes.

A contrapelo de la agenda de los viejos tercios del partido y de algunas cartas ministeriales con más ganas que pasta, mostrando una oportunidad y simpleza que recuerdan a la primera Bachelet, Provoste ha seguido en el centro de la escena sin necesidad de usar un papel protagónico. Y en esta misma condición se encontró en la pasada junta nacional de la DC.

La junta de la falange fue un evento cuidadosamente construido para servir de marco al retorno de Gutenberg Martínez a la primera línea y poner de relieve la estrategia del partido para pasar de ser la portadora de “matices” frente a sus socios de izquierda, a constituir un poder de veto real ante los afanes hegemónicos que le presume a sus compañeros de ruta.

Entre anuncios sobre que la Nueva Mayoría tiene fecha de caducidad y que tras ésta la DC buscará a sus socios políticos teniendo a la vista una libreta de “cuitas”, el gutismo-walkerismo logró poner un punto en la agenda política cuya única mácula fue la aparición de una minoría silenciosa que le arrebató a Martínez la primera mayoría.

Así, haciendo gala de su innata vocación de testimonio —algo vital para un partido que ha perdido sus brillos de antaño—, la primera mayoría individual fue de Yasna Provoste Campillay. Tras ella se ubicaron las expectativas de una diversidad de dirigentes y militantes que, aunque asumen que el retorno del Gute es una realidad difícil de modificar, creyeron necesario agruparse tras una sola figura y decirle a la mesa lo mismo que ésta le dijo al Gobierno: “Amigos siempre, subordinados nunca”.