domingo, 2 de noviembre de 2014

MALESTAR Y MALTRATO


Rodolfo Fortunatti
«La principal forma de construir una verdadera alianza con otros, es teniendo claridad en el propio pensamiento y la disposición al encuentro fraterno. Con la identidad confirmada, conociendo los límites de las diferencias, podemos saber bien hasta dónde estamos dispuestos a llegar. La unidad del pueblo chileno y la sociedad justa, deben ser consecuencia de pensamientos, ideales y afectos construidos en común por sobre las reales diversidades que reconocemos.»

Distinguir para unir, declaración pública de dirigentes de la Democracia Cristiana, Santiago, octubre de 2014.
  
La directiva de la Democracia Cristiana ha convocado al Consejo Nacional con el fin de representarle al Gobierno su malestar frente al «maltrato» sufrido por la colectividad durante las últimas semanas. La mesa del partido considera que la responsabilidad de lo ocurrido recae en la Presidenta Bachelet, quien no habría sabido resolver las disputas entre los aliados de la Nueva Mayoría. La gestión Walker quisiera ver en Bachelet a un árbitro que la indemnice por el daño causado, y los términos de esta reparación parecen traducirse en la disyuntiva simple como amenazante: «o se van ellos, o nos vamos nosotros».

Es indudable que la sensación de conflictividad al interior del conglomerado oficialista —superada, sin embargo, con creces por las profundas divisiones de la centro-derecha—, no puede ser ignorada. Pero es bien cierto también que ninguna de las denunciadas como las fuentes del conflicto, a saber, la mención del ministro Undurraga en el caso Penta, las secuelas recriminatorias contra el embajador Contreras, los «tuiteos» de la diputada Cariola, las opiniones de los senadores Rossi y Navarro, o las réplicas del diputado Teillier, tiene su origen en el Gobierno. Podría afirmarse, incluso, que todos estos roces y sus trayectorias díscolas, escapan del control gubernamental y de la orbita trazada por el Ejecutivo. Son producto de choques de poder protagonizados por actores individuales o colectivos con agendas propias, que no necesariamente representan intereses generales de partidos, como, por ejemplo, las reconvenciones hechas al Gobierno a nombre de la Democracia Cristiana, por jefes de bancada, consejeros nacionales y autoridades políticas.

Frente a este cuadro el Gobierno puede contribuir a mejorar la relación entre los partidos de la coalición… ¡Qué duda cabe! Pero lo que no puede hacer es entrar en la esfera de competencia y de responsabilidad de los partidos y de sus direcciones políticas. Del mismo modo, los partidos no pueden cruzar las fronteras que delimitan los dominios del Ejecutivo. En esto consiste el arte de lo posible en materia de gobernabilidad. Pedir lo imposible podrá ser una buena consigna del Mayo del 68, pero jamás un criterio para la acción política, como se demostró en el caso del embajador de Chile en Uruguay. Por entonces las vocerías democratacristianas apelaron a la conciencia del embajador Eduardo Contreras para que abandonara el cargo. Luego, instaron a la Presidenta de la República para que renunciara a sus facultades exclusivas sobre la designación de los embajadores y, cediendo a las presiones, lo removiera de sus funciones. Pero nada consiguieron. Y la razón es porque fijaron una expectativa carente de fuerza imperativa. Tras el incidente sólo ha quedado un reconcomio que continúa contaminando las relaciones entre los aliados.

¿Cuáles son las lecciones que la Democracia Cristiana puede sacar de esta experiencia? Las siete más importantes son las que se relatan a continuación.

1º / Exponer públicamente las diferencias con el Gobierno, en lugar de construir acuerdos en las mesas de coordinación y deliberación política. El país empieza a percibir a la Democracia Cristiana como un partido de oposición dentro del gobierno. Una colectividad que traslada toda diferencia a la arena pública donde la convierte en una interpelación a la Presidenta y al gabinete de ministros. Son militantes democratacristianos quienes han imputado tentaciones totalitarias al gobierno. Son militantes democratacristianos quienes han exigido que el gobierno interceda en sus peleas. Y todos estos son excesos que no encuentran freno y que, desde luego, no se corresponden con los innumerables gestos unitarios de Bachelet hacia la falange. ¿Cuánta reciprocidad es deseable? Si se quiere un patrón de comparación respecto de la prudencia que los partidos deberían observar en sus relaciones con el Ejecutivo para asegurar la unidad y la complementación de esfuerzos, téngase como estándar el gobierno de Patricio Aylwin. Sobre aquel fondo se confirmaría la distancia que media entre la actual directiva y la Presidenta Bachelet. Hay quienes explican que esto se debe a que las diferencias en la Nueva Mayoría son mayores que las habidas en la antigua Concertación, lo que constituye una especulación sin base en la realidad, si se tiene en cuenta que la de Aylwin fue la primera administración democrática tras diecisiete años de dictadura, y de recriminaciones entre las fuerzas de centroizquierda.

2º / Permitir las fricciones entre el Presidente de la Cámara de Diputados y la Presidenta de la República a propósito de las declaraciones del embajador Contreras. No hay un solo democratacristiano que no haya juzgado desafortunadas las declaraciones del embajador Eduardo Contreras. Pero no todos los democratacristianos consideran prudente ni realista haber presionado a la Presidenta Bachelet para que destituyera al diplomático y, menos aún, que el Poder Ejecutivo fuera emplazado por otro poder del Estado, cual es el Legislativo, en la persona del diputado DC Aldo Cornejo. El parlamentario, que paradójicamente funda su crítica al embajador en el menoscabo que éste ha hecho de su investidura como representante del Estado ante otro Estado, no repara que su reclamo a la Presidenta de la República y al Canciller lo hace como titular de la Cámara de Diputados, cargo que —no obstante ejercer gracias a un acuerdo de los partidos de la Nueva Mayoría, incluido el Partido Comunista— no le faculta para intervenir en el manejo de las relaciones exteriores. Cornejo habla para manifestar públicamente el malestar democratacristiano frente a las declaraciones de Contreras acerca del papel jugado por el partido en 1973. Hoy algunos democratacristianos admiten que la razón del malestar del partido con el Gobierno no es el episodio del embajador.

3º / No poner límites a la acción de los jefes de las bancadas de diputados y de senadores, aún cuando ésta represente a los parlamentarios de la colectividad, y arriesgar al partido a los negativos efectos de sus opiniones personales o mandatadas. Las bancadas de diputados y de senadores de los partidos, gozan de autonomía relativa respecto de sus colectividades políticas. Que esta autonomía sea relativa, significa que no toda la acción parlamentaria responde a las directrices del partido. Significa que hay cuestiones sobre las cuales los legisladores toman decisiones libres, ateniéndose a las orientaciones generales del partido, puesto que ningún órgano partidario puede estar permanentemente sobre ellos. Significa, por consiguiente, que en todo momento los congresistas deben ejercer autocontrol y medir las consecuencias que tendrán sus actos sobre la vida del partido. En esto no puede haber contradicción —al menos no pública— entre los jefes de las bancadas de diputados y de senadores y el presidente del partido, porque entonces ocurre lo que ha sucedido estas semanas: las responsabilidades políticas, tanto de los jefes como del presidente, se diluyen, y la cuenta termina pagándola la credibilidad del partido. Es preciso corregir la «parlamentarización» sufrida por la actividad política en el actual régimen paradójicamente presidencialista.

4º / Tolerar la participación de militantes en Fuerza Pública y no sancionarlos. Fuerza Pública es una colectividad política, con candidato presidencial, programa y recursos. Una colectividad distinta de la Democracia Cristiana, pero en la que participan militantes de la Democracia Cristiana. Y si es difícil imaginar a democratacristianos participando activamente en el PC o en la UDI; no lo es, sin embargo, que ministros, consejeros regionales o ex candidatos a diputados democratacristianos dirijan la campaña presidencial de Andrés Velasco, mientras las instancias regulares del PDC no hagan nada y, aún más, algunos dirigentes, que en las actuales circunstancias bregan por una mayor disciplina interna, justifiquen y encomien este tipo de comportamientos. Para fuera, la imagen que se forma es que cada quien hace lo que quiere en la Democracia Cristiana. Para dentro, la experiencia es la devaluación de la militancia frente al poder, la audacia y la inmunidad de unos pocos. ¿Por qué habría de recibir respeto un partido que no llama al orden a sus militantes? ¿Por qué un militante habría de defender la unidad interna frente a las agresiones externas en un partido donde unos son más iguales que otros ante los estatutos?

5º / Permitir y avalar pronunciamientos políticos públicos del presidente del Tribunal Supremo. Jorge Correa Sutil, ex subsecretario del Interior, ha venido tomando posición en diversos temas de la coyuntura. La última fue su opinión sobre los efectos que tendría la reforma educacional en el cierre de colegios. No existe norma legal ni estatutaria que prohíba a la máxima autoridad jurisdiccional del partido pronunciarse sobre la política contingente. Pero si no existe es porque siempre se ha esperado de la investidura del presidente del máximo tribunal la imparcialidad que se espera de cualquier juez, árbitro o miembro de la magistratura. No por nada el Tribunal Supremo es órgano de fiscalización y de control y, su presidente, ministro de fe de las votaciones de la Junta Nacional. Cuando Correa se aparta de este requisito y se alinea con determinados intereses en pugna, entra en la lidia y, con ello, deja de ofrecer garantías de imparcialidad a todos los democratacristianos. Con ello genera un flanco de conflicto con la militancia, con el gobierno y con la coalición. Luego, su comportamiento podrá ser legal, pero no es legítimo.

6º / No someter las decisiones de política a la deliberación de los órganos de consulta internos, como el Consejo Nacional, las comisiones político-técnicas, o la comisión de ética. La Democracia Cristiana poseería la gravitación y autoridad que le confieren su implantación política en los municipios, en los gobiernos regionales, en las organizaciones de la sociedad civil y en el Parlamento, si sus acciones políticas fueran fruto de una amplia y activa democracia deliberativa. Lo que, en cambio, ha primado ha sido la concentración de la decisión política en la mesa nacional y, particularmente, en el presidente del partido. Como correlato, han pasado a ocupar un lugar irrelevante —cuando no han dejado de mostrar signos vitales— el Congreso Nacional, la Junta Nacional, el Consejo Nacional, los Frentes Sociales, las comisiones político-técnicas y las comisiones éticas. De esta manera, las decisiones de política han ido quedando vaciadas de contenido y de compromiso militante, con lo que se ha ido perdiendo el control del partido sobre su desempeño estratégico, y se ha ido debilitando asimismo su cohesión interna. Al final, las disputas que se ventilan por la prensa pasan a ser sólo escaramuzas de la élite ajenas a la vida cotidiana de los democratacristianos y a los problemas de la gente. Así, el presidente del partido se queda solo y expuesto, defendiendo lo que nunca dejó de pertenecer a su sola voluntad política.

7º / No garantizar los derechos de las minorías, ejerciendo en forma discrecional el poder de la mayoría. Se espera que el consejo extraordinario de este lunes sea el primer paso hacia la conformación de la mesa sucesora de la actual directiva. Se busca inaugurar el nuevo bloque provocando en el cónclave una reacción en apariencia corporativa, firme y disciplinada para defender al partido de los ataques procedentes del oficialismo. Este lunes, en consecuencia, desaparece formalmente lo que hasta ahora ha sido conocida como la «disidencia», y emerge una alternativa de continuidad. Pero, sea cual fuere el resultado que arroje marzo, en la Democracia Cristiana siempre habrá minorías. Minorías que en el pasado fueron muy respetadas, pero que en el último tiempo han sido ignoradas y desdeñadas. Y éste es otro de los factores que explica el trance por el que atraviesa la falange. Se creyó que bastaba alcanzar la mayoría interna y gobernar prescindiendo de la opinión de las minorías. Se llegó a espetar que si las minorías querían derechos debían levantar una alternativa y conquistar la mayoría. ¿Qué ocurrió entonces con las minorías excluidas? Algunas crearon la «disidencia» y siguieron opinando a contrapelo de la dirección política que las marginaba de las decisiones. Y, claro, con ello perdió el partido, porque las minorías existen por una necesidad de equilibrio. El respeto por las minorías pone freno a la tentación de la mayoría de concentrar todo el poder en sus manos. El respeto por las minorías favorece la alternancia en el poder, y cautela el derecho de la minoría a convertirse en mayoría. El respeto por las minorías estimula la iniciativa política, permite enmendar las decisiones, y refleja en los órganos de representación la amplia y compleja gama de intereses sociales.

Santiago, 1º de noviembre de 2014.