lunes, 28 de enero de 2008

Requisitos para una mesa integrada e integradora

Rodolfo Fortunatti

En otra parte hemos esbozado el nuevo escenario que abre el 2008, y los desafíos concretos que debiera proponerse una mesa integrada e integradora de la Democracia Cristiana. Suspendidas han quedado sin embargo las respuestas a otras interrogantes que pudiere haber suscitado este planteamiento: ¿Cómo se conforma esta mesa? ¿Quiénes se sientan a conversar? ¿Qué requisitos son necesarios para asegurar tales conversaciones?

En lo que sigue formularemos siete criterios generales y cinco exigencias operativas para la conformación de una mesa integrada —de todos los democratacristianos— e integradora —para todos los democratacristianos—, que contribuya al fortalecimiento de la Concertación y a la realización de su programa de gobierno.

¿Qué criterios deben ser observados por quienes aspiran a una mesa de integración?

Primero, quienes concurren al diálogo mantienen la expectativa de que todos son depositarios de recursos de poder cuyo volumen puede verse incrementado por la cooperación mutua. Naturalmente, no hablamos de la posesión de puros recursos humanos y materiales, sino de intangibles como la generosidad, el prestigio, la credibilidad, la honorabilidad, el valor futuro de los liderazgos.

Segundo, esto significa que el interés de todos en los recursos que aportará cada cual, debe generar tal situación de equilibrio simbólico de poder, que todos se sintieran reconocidos y respetados, y, por lo tanto, en igualdad de condiciones para asumir compromisos: «Los necesito como ustedes me necesitan a mí». En esto, la negociación debe observar la regla de no presionar al otro más allá del umbral mínimo —o costo de oportunidad— que estaría dispuesto a tolerar y a argumentar razonadamente.

Tercero, el acuerdo debe resultar beneficioso para todos. Dicha expectativa sólo puede ser verificada estimando todos los beneficios que se esperan conseguir en un determinado período de tiempo. De este modo, debería producirse una compensación entre pérdidas y ganancias. Se actúa con la expectiva de que la concesión de corto plazo puede redituar conquistas de mediano o largo plazo y, viceversa, que la ventaja de hoy, entrañe el sacrificio de mañana.

Cuarto, es menester que todos comprendan la real posición y circunstancia de cada uno. No siempre los interlocutores pueden hacer explícitas todas las razones de su comportamiento político. A menudo las causas de una determinada conducta se hallan en trayectorias, caracteres, estilos o ambientes, que operan como funciones latentes que hay que desentrañar. De cualquier modo, empatía y sutileza son aliadas de las negociaciones exitosas. Hay que ponerse en los zapatos del otro, pero hay que saber hacerlo.

Quinto, aunque haya aspectos del comportamiento político que permanezcan velados, lo que no puede quedar oscurecido en la mesa de negociaciones es la credibilidad política, cuya máxima consiste en prometer sólo aquello que nos sabemos capaces de cumplir. Ello nos granjea una incertidumbre aceptable: la certeza de que los riesgos que hemos de correr quedarán cubiertos por el seguro.

Sexto, es necesario tomar conciencia de que las promesas que hacemos son actualizaciones de la expectativa que deseamos dejar fijada en los otros: «Soy de este modo y seguiré siendo igual». Suele ocurrir, sin embargo, que tal expectativa es refutada por algunos comportamientos pasados, despertando un reproche que se expresa del modo siguiente: «Antes prometiste lo mismo, y no cumpliste». En tal caso, quienes se sientan a la mesa deben asumir por principio que la nueva promesa se cumplirá, de lo contrario no tendrá sentido concurrir al diálogo. Lo más importante de este criterio son dos consideraciones adicionales e insoslayables para asegurar el acuerdo. Por una parte, evitar hacer un balance de culpas como si nos halláramos libres de responsabilidad; vivimos entre buenos y malos, y no en uno u otro lado de la frontera imaginaria. Por otra parte, aligerar el peso del pasado en el debate y mirar hacia adelante, habida cuenta que el único tiempo real es el presente.

Séptimo, en la conversación hay que dejar a salvo la dignidad esencial de las personas, su núcleo más íntimo, aquel que mantiene integrada su personalidad. El diálogo debe ser sobre ideas. La deliberación debe versar sobre las nociones y comportamientos políticos de las personas; no sobre las personas mismas. Si no se respeta este precepto, el resultado del acuerdo no será muy distinto de un vertedero de odiosidades, rencores, envidias, traiciones, en suma, bajezas. Así, hasta el más inescrupuloso encontrará dificultades para mantener la promesa o exigir su cumplimiento.

Ahora, ¿cuáles son los principales requisitos prácticos para conformar una mesa de integración?

1. Que los interlocutores acepten como un dato de realidad la existencia de tendencias internas que se autoconvocan, que se expresan, y que se representan a través de legítimos liderazgos.
2. Que los interlocutores no opongan vetos de ninguna especie a ningún militante como condición para emprender conversaciones que concluyan en acuerdos.
3. Que los interlocutores coincidan en un mismo diagnóstico de la realidad.
4. Que los interlocutores se reconozcan como necesarios para resolver los problemas que presenta esta realidad.
5. Que los interlocutores concuerden en la crucial importancia y, por lo tanto, en la urgencia del acuerdo.