jueves, 23 de agosto de 2007

Justicia social: ¿pasada de moda?

Rodolfo Fortunatti

¿Justicia social? ¡Old-fashioned! Pronunciaban con cierto aire de sofisticada pedantería los modernosos. Lo hacían desde el Consenso de Washington. Se lo enrostraban a los vencidos de la Revolución Socialista. Pero también a los derrotados de la Revolución en Libertad. En subsidio, ellos preferían hablar de equidad; ni siquiera de igualdad. Equidad, una noción más técnica y operativa y, por ello, más manejable para el pensamiento único, por lo demás, el único con credenciales de ciencia económica. El resto, si acaso daba para ideología, comportaba pura especulación. El resto pintaba sólo como un anacronismo.

Varios de aquellos pomposos ahora toman distancia de su pasado, e incluso se disculpan ante sus audiencias cuando deben emplear términos en inglés. Otros, en cambio, aún conservan sus viejos cánones neoliberales y su arrogancia. Y todavía suelen tratar con desdén a quienes se salen del pensamiento único. Les resulta inconcebible la sola idea de subordinar el dogma económico a un principio ético superior. Les desconcierta defender sus teorías en una arena intelectual distinta de la ofrecida por la modelística neoliberal. Por eso desautorizan a sus interlocutores. Por eso agreden al mensajero sin haber acusado recibo del mensaje.

Pero el tiempo no pasa de balde. El tiempo actúa sobre el lenguaje, los conceptos y las teorías. El tiempo siempre les otorga un sentido nuevo a las palabras. Son las personas, que se apropian y reconvierten los significados. Y así, del mismo modo que la naturaleza insiste sobre las especies, la palabra consigue su fuerza comprensiva y expresiva tras sucesivos tanteos. Como ocurre cuando la Iglesia habla de salario ético. O cuando clama por la justicia social. O cuando declara sin ambages que sin justicia social no hay democracia integral. ¿Por qué nos resultan tan nuevas estas invocaciones? Piénsese que ya en la encíclica Rerum Novarum —más bien, en el Evangelio de Santiago—, se encontraba la noción de salario ético. Y que a San Alberto Hurtado pertenece la cita que da título a la declaración del Comité Permanente del Episcopado.

¿Qué las hace tan actuales? Y, al revés, ¿qué hace tan impertinentes, extemporáneas e inapropiadas las opiniones de sus detractores? La respuesta está en la historia. Chile hoy es otro. Su cultura política es otra. Su conciencia moral ha cambiado. Su expectativa sobre la justicia ha cambiado. Sólo a modo de contrapunto: hace diecisiete años el valor de la palabra justicia estaba crucialmente ligado a las reparaciones humanitarias por las violaciones a los derechos de las personas cometidas durante la dictadura. Hoy, la noción de justicia cobra su mayor potencial político en la lucha por el reconocimiento de los derechos que confieren la capacidad de obrar, que es el nuevo alcance de la justicia social. Según éste, no basta que la sociedad garantice las libertades, si las personas carecen de capacidad efectiva para hacer su vida. De ello se sigue que una sociedad es más justa en la medida en que sus miembros pueden hacer.

¿Es que acaso cambió la esencia de la noción de justicia? No; ésta sigue ahí. Justicia significa dar a cada uno lo que le corresponde. La justicia sigue siendo una regla. La regla de la equivalencia. La regla que mide, que calcula y que compara. La regla que argumenta. Porque la justicia proporciona razones de por qué corresponde dar qué cosa a quién. Y cuando se agotan los argumentos, y llega el momento de la sentencia, la justicia suspende la disputa. Pero sólo la suspende, sin asegurar el estado de paz. Y aún más, incluso sustrayendo la disputa a la venganza.

Ahora son los neoliberales los que no tienen idea de justicia social. Y no la tienen porque la teoría económica que la explica ha saltado fuera del estrecho modelismo utilitarista anglosajón, para encontrarse con una concepción más rica de la libertad, de la justicia y de la solidaridad. Esta que, si la voz de la Iglesia no cesa, y la Democracia Cristiana asume como su misión política, hará de Chile un país donde la vida tenga sentido para todos.