martes, 7 de agosto de 2007

¡Váyase, señor González!

Rodolfo Fortunatti

Lo gritó una y otra vez la derecha española: ¡Váyase, señor González! Desde 1993 en adelante lo repitió machaconamente. Con la misma irreverencia que muestran Piñera, Matthei y Allamand. Como el cántaro al agua o, como la gota de agua sobre la piedra. Al final algo se romperá —pensaban—; algo se socavará. Y así, hasta que en 1996, consiguió sacar del gobierno a Felipe González y al PSOE. Entonces aquella derecha ganó las elecciones parlamentarias y, al año siguiente, Felipe abandonó la dirección del Partido Socialista Obrero Español.

Mal asesorados, los neoliberales de esta ex colonia, hacen lo mismo que les susurran los otrora conquistadores. Sólo que aquí la fórmula lleva el nombre de «El Desalojo». Aquí, lo que tenemos es una derecha minoritaria, aunque fuertemente apoyada en los propietarios de medios de comunicación y, por cierto, en los publicistas políticos que trabajan para esos medios. Y en los renegados de la Concertación. También en los elementos más permeables al discurso de esta derecha. La
popularidad de Piñera actualmente se empina a la que logró Pinochet en el plebiscito del 5 de octubre del ‘88. Hay quienes creen que ese es el techo de la derecha. Que no podría elevarse más.

¡Váyase, señor González! Voceaban allende el Atlántico. Aquí es muy difícil decir eso. ¿Cómo hacerlo cuando la popularidad presidencial se mantiene sobre la mayoría absoluta? ¿Cómo hacerlo cuando, pese a los errores del gobierno, la derecha no logra llevar las aguas del descontento a su propio molino? ¿Cómo, cuando hasta la base electoral de la derecha condena las injusticias de la patronal hacia los trabajadores, y las ganancias mal habidas de sus dirigentes polticos? ¿Qué votos podrían conseguir en un electorado conservador que, sin embargo, es proclive a la negociación colectiva?

Ni los renegados y vulnerables han podido sacarle provecho al caballo de batalla en que la derecha convirtió el Transantiago… ¡Cuánto ilícito! Desprestigio de los partidos y de sus instituciones. Tergiversación de minutas informativas. Cartas privadas filtradas con espectacularidad. Mañosas interpelaciones parlamentarias. Instrumentalización de comisiones investigadoras. Amenazas de acusación constitucional. Negligencia e ingobernabilidad. ¿Para qué? Si ha sido para ganarse a la opinión pública, el fracaso puede verse a todo lo largo de la línea. Pues, Transantiago no es ni el principal, ni uno de los más importantes problemas de la gente. Y más todavía, parecerá extraño, pero el país logra advertir mejorías. Curiosamente esta sensación la experimentan especialmente los democratacristianos. No debería sorprender que el liderazgo de Soledad Alvear se haya disparado hasta el primer lugar de la Concertación.

Dicho esto, no parece haber audiencia para la arrogante voz de orden de la derecha.