miércoles, 9 de mayo de 2007

El precio de la pureza

Rodolfo Fortunatti

Como van las cosas —con la renuncia de Pablo Longueira a ser abanderado presidencial de la UDI—, lo más probable es que el candidato único de la derecha el 2009 sea quien hoy concita la mayor adhesión de dicho sector: el empresario Sebastián Piñera. Si, por otra parte, se cumplen las pretensiones de algunos, como Pérez y Pizarro, de que la Concertación postule al menos dos candidatos, un democratacristiano y un socialdemócrata. Y si a ello se suma que el liderazgo mejor posicionado del bloque PPD/PS/PR es el que ostenta el ex Presidente Ricardo Lagos, entonces, la principal medición de fuerzas debería darse entre Lagos y Piñera. Lagos, en una Concertación a dos bandas, y Piñera, alineando por segunda y exitosa vez a la Alianza.

En tales circunstancias, quien pagaría el mayor costo electoral y parlamentario sería la Democracia Cristiana, cuyo candidato cargaría con la responsabilidad de la derrota, por su renuencia a respaldar la opción concertacionista más aventajada. Aquel democratacristiano jugaría así el papel del centrista francés François Bayrou que, a más de haber llegado tercero, no logró inhibir el triunfo del conservador Nicolas Sarkozy, y contribuyó de paso a la división de la izquierda.

Si para la Concertación la victoria de Piñera representa su fin, para la Democracia Cristiana entraña la coronación de su crisis interna, esto es, su fatal ruptura. Cuando llegue esa hora, y la crónica de
Andrés Zaldívar es su anunciación —no es la primera vez que las campanas doblan por el partido—, unos se mantendrán fieles a la tradición de la falange, y pasarán dignamente a la Oposición, mientras que otros la abandonarán para asumir cargos de Gobierno y para ensanchar las filas del nuevo centro político, como engañosamente querrá presentarse a sí misma esta derecha. Después, sobrevendrán las culpas y recriminaciones que, para entonces, habrán perdido importancia ante un escenario enteramente distinto al actual.

Pero, aun cuando la Democracia Cristiana no confrontara a sus socios de coalición, aun cuando no levantara candidato presidencial, y aun cuando se allanara a respaldar la fórmula patrocinada por el PS/PPD/ PR, igual tendría que asegurar su presencia electoral, parlamentaria y gubernamental. En todo caso, tendría que mantener o aumentar su caudal de votos, lo cual le exigiría reconquistar la confianza de la ciudadanía. Y esto, claro, sólo se consigue con liderazgo y unidad, atributos que, hoy por hoy, le son bastante esquivos a la tienda.

Difícil trance el de la Democracia Cristiana. Nos recuerda el que transcurre en
El Perfume, del germano Patrick Süskind, novela publicada en 1985 y, años más tarde, llevada al cine por el director Tom Tykwer. Habría inspirado también la música de Rammstein —Du riechst so gut / Hueles tan bien— y del grupo gótico Moonspell, en Herr Spiegelmann. El perfume narra la historia de un hombre dotado por el especial don del olfato. Podía percibir los olores a kilómetros de distancia, aunque él no exhalaba ninguno. Esta facultad lo llevó a practicar el arte de la destilación y a obsesionarse en hallar las trece esencias que componían el perfume de la pasión. Cuando al fin descubrió la fragancia, fue tal la atracción que despertó en la multitud, que su cuerpo acabó devorado por ella.

La intolerancia al consenso, y la obsesión por las identidades químicamente puras, pueden derivar en la negación de todo interés común, y no necesariamente asegurar el perfil propio.