jueves, 31 de mayo de 2007

La política de desalojo de Piñera

Rodolfo Fortunatti

Dos preguntas son necesarias para reconocer una teoría política reformista. Primera pregunta: la crítica radical ¿lleva necesariamente a una acción política revolucionaria, o puede también conducir a la reforma? Segunda pregunta: la reforma ¿es sólo una práctica política de izquierdas, o puede ser emprendida por las derechas? El francés Robert Castel asegura que la crítica al poder y la dominación puede dar origen a una política reformista, y, como ejemplo, cita la acción de la socialdemocracia europea con sus programas de democratización dentro del sistema capitalista; un reformismo que no anula la propiedad privada ni aspira a la colectivización de los medios de producción. Afirma, asimismo Castel, que las derechas pueden ser artífices de políticas reformistas, como lo revelarían los casos de Francia y España. Ahí, como en Chile, las derechas se tornarían reformistas en la medida en que se hacen más neoliberales.

Miradas así las cosas, si Sebastián Piñera pudiera ejecutar su programa político, ello constituiría la primera experiencia histórica de reforma —que no de revolución— de derechas en Chile. Porque Piñera representa el modelo corregido, reacondicionado, reformado, heredado del régimen militar. Para verificarlo bastaría revisar los siete ejes de su programa de gobierno, dos de los cuales son pertinentes al actual debate sobre la justicia. El primero, el eje de la igualdad de oportunidades, pone de relieve la manera en que esta derecha —y no pocos concertacionistas— entiende la equidad social. En materia de empleo, sugiere más flexibilidad laboral. En salud, la libre elección de los prestadores, o sea, el subsidio a la demanda. En familia, propone la jubilación para las dueñas de casa. El segundo eje, el de la institucionalidad democrática, da clara cuenta de lo que entiende la derecha por el rol del Estado en la sociedad. Sencillamente, y sin rodeos, plantea transferir las funciones sociales a cargo del Estado, al mercado y a los privados. El quinto eje es ilustrativo de cómo esta derecha reformista hace suya la representación de las clases medias, y la defensa de las pymes. Incluso, prometiendo la drástica reducción del superávit estructural.

Lo sustantivo del programa reformista de derechas —y lo que le imprime su renovado perfil— es que busca acabar con las regulaciones democráticas impuestas por el Estado postdictatorial. Es que busca liberar aún más al mercado. Es que busca abandonar el Derecho para volver al contrato individual. Y este esencialismo, no nos equivoquemos, sólo puede desembocar en un país dividido entre triunfadores y perdedores, es decir, la lucha de clases sin atenuantes, el núcleo de la política del desalojo de Piñera.

¿Tiene visos de ocurrir? Falta tiempo aún, pero su desenlace depende de la actual política reformadora de centro-izquierda, y del programa reformista de centro-izquierda que se le oponga. Luego, ¿cuáles son las características del reformismo de centro-izquierda? Esta política, que se expresa en la Concertación, pero cuyos referentes seculares se hallan en los Estados de bienestar europeos, procura construir un consenso social entre los intereses del mercado, que son los de la ganancia y la acumulación, y los intereses de los trabajadores, que son los de la seguridad y la protección. Es consenso, y no pacto social, porque el primero ocurre en un campo de fuerzas políticas, mientras que el segundo precisa de un campo de relaciones laborales, y de una sociedad civil, con actores bien constituidos.

Contra el neoliberalismo, el reformismo de centro-izquierda postula el Estado Democrático y Social de Derecho. ¿Qué es lo medular de dicho orden político? Pues, la propiedad social, el conjunto de los derechos políticos, económicos y sociales que, en la forma de regulaciones jurídicas, el Estado debe garantizar a los no propietarios. Estos derechos —antes que una red social que evite la caída libre de los más pobres y vulnerables— construyen un nido de mínimos de seguridad social, salud, vivienda, educación, empleo, alimentación. Son por ello los derechos que elevan la ciudadanía política a la ciudadanía social.


¿Cuándo adquiere dramatismo el programa reformador de la derecha? Cuando las fuerzas de la alternativa, esto es, la izquierda extraparlamentaria y la centro-izquierda, no logran mensurar el riesgo involutivo del reformismo de derechas, e insisten en abdicar de su compromiso con las grandes mayorías.