martes, 8 de mayo de 2007

¿Qué une a la Democracia Cristiana?

Rodolfo Fortunatti


Los partidos políticos pueden distinguirse según su antigüedad, y según organizan sus intereses siguiendo liderazgos colectivos o personales. En todo caso, los partidos admiten estas distinciones sólo porque ellas son reflejo de sus tendencias internas; estas que canalizan la voluntad colectiva y aseguran la continuidad de la vida política.

Las distintas sensibilidades de la Democracia Cristiana están constituídas por militantes que comparten lealtades recíprocas acerca de su historia, sus empatías generacionales y sus intereses comunes. Con mayor o menor nitidez, estas tendencias expresan los diversos modos en que se construye la política al interior del partido.

Tales alineamientos internos comportan nociones estratégicas, estilos de hacer política, y normas compartidas: ¿cómo lograr el objetivo? ¿De qué modo? ¿Observando qué reglas? Y todas ellas dan cuenta del sustrato espiritual de la colectividad, así como de aquellas ideas, creencias y métodos predominantes. Así pues, cuanto más permeables dichas corrientes, más propensas son al consenso. Por el contrario, cuanto más infranqueables, más renuentes son a la concesión y al acuerdo.

Las corrientes del partido se manifiestan a través de las opiniones, los discursos y las tesis políticas de sus miembros. De esta manera, en La disyuntiva podría reconocerse a una de las tradiciones más prístinas de la falange. Aquella que se templó en los tiempos de las sociedades organizadas y movilizadas. La que dio origen al partido de masas. La que nació con el movimiento campesino, sindical y poblacional. Y que coincidió con las señas de identidad más fuertes de la Democracia Cristiana, como las que le imprimió el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Ahí también anidan las limitaciones de esta sensibilidad. Su dificultad para asimilar las demandas de los nuevos actores sociales, y para transferir liderazgo sin los riesgos del sectarismo, el elitismo o el autoritarismo.

Nadie podría negar la antigua gravitación de otro referente colectivo, la escuela aylwiniana, según el eufemismo de Gutenberg Martínez, que Edmundo Pérez se encargará de traducir con fidelidad. Una tradición creada y prolongada al alero de la fuerte personalidad de Patricio Aylwin. Su latencia pública ya supera las cuatro décadas, desde Allende a Bachelet. Y sus rasgos característicos son la apelación al principio de autoridad, la invocación del orden, y la persuación disciplinaria que, cuando no arranca de la norma escrita, se aplica fácticamente según las necesidades del ejercicio del poder. Junto a esta impronta personalista, se revelan asimismo sus principales falencias: incapacidad para generar propuestas políticas de largo plazo, y para provocar la amplia integración.

Surgida durante la transición democrática, y distanciada del partido de masas, así como del culto a la personalidad, se abre paso la vertiente más renovada del partido. La que hoy recluta a sus elementos más jóvenes. Posee liderazgos bien formados y capacidad de convocatoria. Por extensión, muestra facilidades para dialogar con los actores sociales emergentes, y con las nuevas demandas de la sociedad civil. Sin embargo, su mayor debilidad se advierte a la hora de medir los grados de cohesión de sus representantes. En ellos se echa de menos un sistema normativo que fije deberes y derechos. También falta una administración más eficiente. Por último, aún sigue pendiente el desafío de una estructuración orgánica más fluída.

Adolfo Zaldívar da su nombre al cuarto tipo de corriente interna, una cuyos orígenes se remontan hacia finales de los años ochenta. Su mayor éxito estriba en haber elaborado un discurso muy atractivo, y que revela gran sintonía con las aspiraciones de la gente. Tiene un problema. El neo capitalismo popular postulado por el senador — ¡Sereis todos propietarios!—, no es separable de sus cualidades personales. Difícilmente puede ser concebido como un programa político que trasciende a su persona. Como difícilmente su sector podría darse normas distintas de aquellas que lo constituyen en una fracción divorciada y autónoma del resto. La experiencia latinoamericana demuestra que, por lo general, tales formaciones sobreviven mientras permanecen en el poder.

Todas estas corrientes son tributarias del Partido Demócrata Cristiano. Pueden destruir el consenso mínimo que las reconoce como tales corrientes, o, en un acto suicida, abandonarse a la nada, que no otra cosa significa ser arrastrados por la crisis.