viernes, 29 de junio de 2007

El mensaje de Aparecida

Rodolfo Fortunatti


Aparecida ilumina la actual reflexión política democratacristiana en tres sentidos: primero, confirma la crítica al modelo; segundo, expresa su preocupación por las enormes fracturas y desigualdades sociales; tercero, advierte sobre las fallas de la democracia representativa realmente existente.

Así pues, respecto del modelo económico neoliberal, Aparecida llama la atención sobre el peligro que envuelve la incontrolada concentración del poder económico. Expresa, asimismo, su temor a que el afán de lucro —ganancia y acumulación tan custodiadas por los católicos liberales— se constituya en el valor supremo de la vida social (60). El afán de lucro puede hacerse perverso, cuando la actividad empresarial viola los derechos de los trabajadores y la justicia (137). Aparecida ve en el mercado un mecanismo que tiende a poner la eficacia y la productividad por sobre los valores objetivos de la verdad, la justicia, el amor, la dignidad y los derechos de todos, especialmente de los excluidos (61). Repara en la globalización una fuerte tendencia a la concentración, no sólo de la riqueza material, sino —lo que redunda en una severa restricción para los derechos civiles y políticos— de la propiedad y el manejo de la información (62).

¿Qué propone como alternativa? Postula un orden mundial impregnado por la justicia, la solidaridad, y los derechos humanos (64). Se inclina por la Economía Social de Mercado como la organización más idónea para orientar el trabajo, el conocimiento y el capital, hacia la satisfacción de las genuinas necesidades humanas (69). Demanda protección del Estado hacia las pymes. Explica que en ausencia de tales protecciones, sólo cabe esperar el avance incontenible de los grandes conglomerados económicos como factores determinantes del desarrollo (63).

¿Qué luces arroja sobre la sociedad anhelada? De entrada, renueva su opción preferencial por los pobres y excluidos (405). «Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre» —dice. «Por eso la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza» (406). Sobre el fondo de tan excelsa iconografía, es que Aparecida se detiene a perfilar el rostro de los excluidos. Ya no son sólo los explotados de ayer; ahora son también los «sobrantes» y «desechables» (65), como los productos de mercado.

Aparecida, más allá de un pragmatismo cínico que se agota en los derechos individuales, propone un enfoque moral que eleva el valor de los derechos sociales, culturales y solidarios, a la calidad de principios de dignificación humana (47). Reclama a los responsables de las políticas públicas, que asuman una perspectiva ética, solidaria y auténticamente humanista (417). En materia de educación, esto significaría garantizar a los padres, cualquiera fuere su condición social, el derecho a escoger la educación de sus hijos, sin que nadie pudiera arrogarse la exclusividad en la atención de los más pobres (354). Significa impulsar una educación de calidad para todos. Para todos; especialmente para los más pobres (348).

¿Qué horizonte le señala al orden político? Aparecida advierte la presencia de tendencias reñidas con la humanización de la vida: «…la idolatría del dinero, el avance de una ideología individualista y utilitarista, el irrespeto a la dignidad de cada persona, el deterioro del tejido social, la corrupción incluso en las fuerzas del orden y la falta de políticas públicas de equidad social» (78). Tendencias que se afirman a medida que la democracia se inhibe a cuestiones puramente formales y procedimientales, lo que tarde o temprano acaba en dictaduras y populismos dolorosos para el pueblo. De ahí que abogue por una democracia participativa fundada en el respeto y promoción de los derechos humanos (74).

Esto entraña algo muy crucial para los democratacristianos. Comporta la rehabilitación ética de política. Una nueva moral cuya eficacia arranca de la incorporación protagónica de la sociedad civil. Porque, sólo ella puede robustecer la democracia, afianzar una verdadera economía solidaria y consolidar un desarrollo integral, solidario y sustentable (421).

Nunca debiera olvidarse que la auténtica democracia es una de justicia social, división de poderes y Estado de derecho (76).